Cuando Dios se hizo carne, no eligió nacer en un palacio, sino en un pesebre; no se vistió de púrpura, sino de humildad. Jesús, el carpintero de Nazaret, caminó entre los pobres, los enfermos y los excluidos, y en ese mismo espíritu, el papa Francisco se convirtió en pastor de las ovejas más olvidadas.
Su pontificado no fue el de un príncipe eclesiástico, sino el de un servidor que llevaba, como él mismo dijo, “el olor de las ovejas”. Francisco fue el papa de quienes habitan en las periferias, tanto físicas como existenciales, de quienes mas necesitan del verbo y la palabra de Cristo.
Desde el momento en que apareció en el balcón de San Pedro con un sencillo “buenas tardes”, Francisco rompió los protocolos. No era un pontífice distante, sino “un papa del fin del mundo”, como se definió a si mismo al momento de ser elegido.
Una Iglesia pobre
Jorge Bergoglio, el hombre que viajaba en subte por Buenos Aires y visitaba las villas miseria, siempre al lado de su pueblo, trasladó esa misma cercanía al Vaticano. Su misión fue clara: “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”.

En un mundo obsesionado con el poder y el consumo, Francisco desafió las estructuras de injusticia. Denunció la “cultura del descarte” que margina a los ancianos, a los migrantes, a los indígenas y a los que el sistema considera “sobrantes”.
Criticó la economía que “mata” y llamó a los cristianos a no ser “cristianos de salón”, sino a ensuciarse las manos en servicio de los más débiles.
El mensaje de Francisco no fue teórico: fue un llamado radical a vivir el amor cristiano sin medias tintas. Siguiendo a Jesús, que expulsó a los mercaderes del templo, el papa argentino -y esto hay que repetirlo, fue nuestro, fue profundamente argentino- cuestionó la mercantilización de la vida y recordó que “no todo se compra, ni todo se vende”.
Su encíclica Fratelli Tutti fue un manifiesto por la fraternidad universal, y Laudato Si, un grito profético para cuidar la Creación, porque “la Tierra grita por el daño que le provocamos”.
El principio del amor
Pero su mayor enseñanza fue sobre el amor: “El amor no es dar lo que te sobra, sino lo que te cuesta”. Francisco vivió esto al abrazar a enfermos de sida, lavar los pies a reclusos, recibir a refugiados y denunciar las guerras olvidadas.
No tuvo miedo de molestar a los poderosos, porque, como Cristo, sabía que el verdadero poder está en el servicio.
Su primera acción pública tras salir de la internación fue visitar a reclusos en la cárcel romana de Regina Coeli para Pascuas. ¿Quién necesita más de Cristo que alguien que esta privado de su libertad? Los ricos y poderosos no necesitan a Cristo.

En una época de divisiones y egoísmos, Francisco fue voz de los sin voz. Nos recordó que la Iglesia no es una institución para perfectos, sino “un hospital de campaña” para heridos.
Su humildad, su coherencia y su ternura hacia los más frágiles revivieron la esencia del cristianismo: “Donde están los pobres, allí está Dios”.
Al igual que Jesús, que desafió a los poderosos de su tiempo, el papa Francisco nos enseña que el amor cristiano exige dar hasta que duela, y que la verdadera riqueza está en servir, no en acumular.
Su crítica al “descarte” de la sociedad moderna, su defensa de los migrantes, los indígenas y los excluidos, y su llamado a cuidar la Casa Común son señales proféticas en un mundo marcado por la desigualdad y la indiferencia.
El Reino de Dios no es un privilegio
Los católicos, y toda la humanidad, debemos estar agradecidos por su testimonio. Porque Francisco no solo habló de Jesús: lo encarnó. Y en un mundo sediento de autenticidad, su vida fue un reflejo del carpintero de Belén, que vino “no para ser servido, sino para servir”..
Francisco, con su sencillez y su opción preferencial por los pobres, nos recuerda que el Evangelio no es una teoría abstracta, sino un llamado concreto a la solidaridad, a la compasión y a la lucha por un mundo más justo.
Su frase “quiero una Iglesia pobre para los pobres” resume su misión: una Iglesia que no se encierra en palacios, sino que sale a las periferias existenciales para llevar la misericordia de Dios.
Hoy, los que creemos en Cristo, las ovejas de su iglesia, y los que creemos que un mundo con menos ricos y menos pobres es posible, lloraremos.
Su lucha por un mundo “con menos ricos y menos pobres” sigue viva. Y aunque algunos prefieran olvidarla, los que creemos en el Evangelio la llevaremos adelante. Porque Francisco, el papa de las periferias, nos enseñó que el Reino de Dios no es un privilegio, sino un derecho de los hambrientos de justicia.
- Investigador del Conicet, autor del libro “Hagan lío, Lecturas políticas de un papado incómodo” coescrito con Nelson Specchia