En el complejo tablero geopolítico actual, el giro hacia un bloque de países que desafía abiertamente el liderazgo global de Estados Unidos y sus aliados parece ser una tendencia cada vez más consolidada. Este fenómeno ha sido bautizado como el “Eje Crank” (Crinc/Trinc), un acrónimo que combina a China, a Rusia, a Irán y a Corea del Norte, cuatro naciones que, en diferentes grados, comparten un profundo resentimiento hacia el orden mundial liderado por Occidente. Un informe publicado esta semana por Wall Street Journal ofrece una visión detallada de cómo estas naciones vienen intensificando su cooperación en varios frentes desde hace un tiempo, no sólo con el propósito de contrarrestar las sanciones impuestas por Estados Unidos, sino también para redefinir las reglas del juego en la economía y en la seguridad globales.
En el corazón de este fenómeno se encuentra la guerra en Ucrania, un conflicto que sirvió de catalizador para que estas naciones profundizaran sus vínculos. La coalición ha evolucionado a partir de una serie de relaciones bilaterales previas, como la alianza de Rusia e Irán en Siria o el apoyo de Beijing a Piongyang. Pero, más allá del conflicto armado, hay un odio compartido hacia la hegemonía estadounidense, base sobre la cual se cimenta el “mercado común de dictadores”, como lo denomina John Park, investigador de The Atlantic Council citado por el diario norteamericano especializado en economía con sede en Nueva York.
Flexibilidad
El bloque en cuestión, a diferencia de otras coaliciones históricas, no tiene una estructura rígida ni un liderazgo centralizado. La flexibilidad es uno de sus mayores activos, ya que cada uno de estos países aporta elementos cruciales para su resistencia contra las sanciones occidentales. El caso de Rusia ilustra perfectamente este punto. Ante las sanciones que le aplicó Occidente, Moscú recurrió a sus aliados para obtener el suministro de productos clave, como componentes tecnológicos, municiones y apoyo diplomático. Por caso, Corea del Norte, una nación tradicionalmente marginada por su aislamiento, envió miles de soldados y municiones a Rusia, además de convertirse en un importante proveedor de recursos bélicos. No menos importante ha sido la contribución de Irán, cuya expertise en la fabricación de drones resultó un salvavidas para el esfuerzo bélico ruso en Ucrania.
Asimismo, China, el motor económico del bloque, desempeña un papel central no sólo como principal socio comercial, sino también como un contrapeso estratégico frente al dominio del dólar estadounidense. La utilización de monedas nacionales en los intercambios comerciales, en lugar del dólar, busca reducir la vulnerabilidad de estos países a las sanciones occidentales. Además, China incrementó de manera sensible las exportaciones de bienes que Rusia no puede obtener de Occidente, fortaleciendo así la interdependencia económica de la coalición.
Desafíos internos
Aunque la cooperación entre estos cuatro países avanza a buen ritmo, las tensiones internas no están ausentes. La figura de China emerge como la gran piedra angular de esta coalición: si bien Beijing aumentó sus relaciones con Moscú y con Teherán, sigue estando profundamente integrada en el sistema comercial global, lo que podría hacerle replantear su apoyo a una coalición que podría poner en riesgo su prosperidad económica a largo plazo.
El futuro de esta alianza podría verse alterado si el conflicto en Ucrania llega a una resolución. En tal caso, Rusia podría buscar mejorar sus relaciones con Europa, lo que disminuiría su dependencia de China. Sin embargo, el giro hacia la paz también podría desencadenar una dinámica diferente, en la que la competencia por el liderazgo de esta coalición acentúe las divisiones internas. Como señala Christopher Chivis, exoficial de inteligencia estadounidense, una cooperación más profunda entre Rusia, Corea del Norte e Irán –todos poseedores de armas nucleares– podría representar una amenaza aún mayor para Occidente. Este riesgo se incrementa si Moscú decide retirarse de las conversaciones sobre el alto el fuego en Ucrania, lo que podría dar paso a una nueva ronda de sanciones aún más draconianas.
Una señal clara hacia un nuevo orden internacional
El Eje Crank no es sólo un desafío para la diplomacia estadounidense, sino una señal de que las potencias emergentes están dispuestas a redefinir el orden internacional. La presión que Estados Unidos ha ejercido sobre estos países, en lugar de debilitarlos, ha tenido el efecto contrario, cohesionándolos alrededor de intereses comunes. Sin embargo, esta coalición no es monolítica ni inmune a las tensiones internas, como lo muestra la complejidad de las relaciones entre sus miembros. Expertos coinciden en que la estrategia de Estados Unidos frente a este nuevo bloque debe ser cautelosa, ya que cualquier acción que intensifique las fricciones internas podría fortalecer la alianza. Si el conflicto en Ucrania se resuelve, el desafío será aún mayor: ¿qué impacto tendrá la posibilidad de una distensión en las relaciones entre Occidente y estas naciones en el futuro de la coalición? Sin duda, las respuestas que dé el tablero internacional en los próximos meses determinarán el rumbo de este nuevo orden global que sigue tomando forma.
El Wall Street Journal advierte que el Eje Crank llegó para quedarse. Sin embargo –avizora–, su sostenibilidad a largo plazo dependerá de factores internos y externos, de decisiones que todavía están por tomar y de un equilibrio precario que podría redefinir los contornos de la geopolítica internacional.