El acuerdo entre Israel y Hamas para una tregua de cuatro días no enciende siquiera una tenue luz al final del túnel. Sólo nos permite reposar del bochorno de tanta matanza y destrucción, con la única esperanza condicionada de potenciales extensiones mezquinas, de a 24 horas.
La impasse fue obtenida formalmente y, según los reportes periodísticos, por el trabajoso empeño de Qatar, con el auxilio de Egipto y consultas activas con Estados Unidos y con otros poderes regionales. Otros análisis indican que, en realidad, los acuerdos fueron logrados por las negociaciones directas entre Washington, obviamente en tándem con Tel Aviv, y Yahia Sinwar, el jefe de Hamas, quien desde prácticamente el inicio de los ataques terroristas habría propuesto algunos de los términos ahora acordados.
Lo que se muestra como una concesión al ruego desesperado de palestinos puede tener otros componentes.
Equilibrio sangriento
Al momento de acordarse la tregua, el saldo es el siguiente: 1.200 israelíes y más de 14 mil palestinos, en su mayoría mujeres y niños, muertos; 237 israelíes, mayormente civiles, secuestrados; unos 40 periodistas y alrededor de 50 rehenes muertos por los bombardeos; decenas de miles de heridos; 1,7 millones de palestinos desplazados; daños materiales inconmensurables que comprenden hospitales, campos de refugiados, iglesias y mezquitas, escuelas y centros de provisión de servicios.
Aun así, nada indica que Hamas esté vencido, desde que han muerto más funcionarios de Naciones Unidas y periodistas que comandantes del grupo terrorista.
El alto el fuego implica que las posiciones israelíes no serán abandonadas, pero quedan inmovilizadas las unidades motorizadas; Hamas liberará 50 cautivos e Israel, 150 presos palestinos; se permitirá el incremento, en esos días, de la ayuda humanitaria; Israel promete extender un día de tregua por cada 10 cautivos que se vayan liberando; se permite el desplazamiento de palestinos –se supone que desplazados– de sur a norte, por una ruta determinada.
Esta tregua es bienvenida y, en este caso, reclamada inclusive por sectores mayoritarios de Israel; de hecho, en su gabinete sólo se opusieron el ministro de Seguridad Nacional, Itamar ben Gvir, y otros dos representantes de la ortodoxia de extrema derecha, y hasta es probable que el mismo primer ministro Benjamin Netanyahu se haya opuesto, pues una tregua aumenta aún más su debilidad interna.
Situación diplomática
Desde el mismo 7 de octubre, la atención estuvo concentrada y dirigida a la Franja de Gaza y a la situación de los prisioneros israelíes, y quedó relegado el desarrollo de acciones diplomáticas y militares en el ámbito regional.
Los esfuerzos diplomáticos, descartada por el momento toda chance de revitalizar los Acuerdos de Abraham logrados a instancias de Donald Trump, parecían centrarse en evitar la expansión del conflicto, principalmente el involucramiento directo de Irán. Hoy se duda de que haya sido ese el objetivo principal.
Las acciones militares se han ampliado y están comprometiendo a los huties, que lanzaron ataques ineficaces con misiles y drones a Israel, pero que fueron efectivos en su secuestro de un importante buque de bandera de Israel, lo que amenaza todo el tráfico del Estado judío por el estrecho de Bab al Mandab, de lo que depende gran parte de la economía del Estado judío.
En el límite con el Líbano, se ha incrementado la actividad operativa de Hezbollah, que incluso llegó a destruir el cuartel Israelí fronterizo de Branitt. También se están sosteniendo, e incluso incrementando, las acciones de la resistencia en Siria y en Irak contra la presencia militar de Estados Unidos.
La movilización de 300 mil reservistas israelíes es la muestra evidente de que el conflicto, en realidad, excede la Franja de Gaza, desde que ese número, si fuese abocado a las tareas de la Franja, sería un estorbo imposible de sostener, según expertos militares.
De la misma manera, el fortalecimiento de la capacidad bélica que brinda Estados Unidos a Israel –innecesaria para Gaza– y la reticencia de Washington a presionar por un alto el fuego permanente alimentan las ideas de precariedad de la tregua y la limitación al espacio de la Franja.
Los intereses de Estados Unidos
La medida del involucramiento de Washington en la asistencia militar y la cobertura diplomática de Israel no dejan dudas de que las acciones en Gaza, incluida su desproporción sobre la población civil, está directamente relacionada con los intereses estadounidenses en la región, en momentos en que su presencia se vuelve cada vez más condicionada y necesita, quizás más que Israel, la eliminación por completo de Hamas.
La adscripción de Washington a tesis, a fundamentos y a mensajes insustanciales recuerda los falsos argumentos que sostuvo George Bush para sus guerras y no puede representar un símil casual. Quizá por ello, en sus aliados europeos comienzan a advertirse reticencias, sin deseos de repetir la experiencia de Afganistán. Parece que en este escenario dramático se vuelve a cometer el error de pretender de la guerra lo que la política no puede conseguir.
Los objetivos de esta tregua para los contendientes, Israel y Hamas, son mínimos y difusos. A las declaraciones de las partes directamente involucradas deben sumarse los objetivos permanentes de eliminación recíproca de los contendientes, que ambos atribuyen desde siempre a la voluntad divina. En ese marco, la tregua, como diría Carl von Clausewitz, “no logra disipar las nieblas de la guerra”.
Una paz necesita de la voluntad de todos los involucrados, y muy particularmente de los poderes concurrentes en el conflicto, pero principalmente de liderazgos capaces de conducir sus naciones hacia un camino de paz y no de guerra, como lo fueron Itzhak Rabin y Anwar el Sadat, que pagaron con su vida la osadía de buscar una paz duradera.
* Abogado y diplomático