Lula Da Silva es nuevamente presidente de Brasil. Así lo determinaron los votos del balotaje, que convirtieron, al mismo tiempo, a Jair Bolsonaro en el segundo mandatario de Sudamérica que busca la reelección y no la consigue (el primero fue Mauricio Macri, en Argentina).
Con este resultado, además, desaparece de la escena el último presidente del Grupo de Lima.
Lula, el ganador de hoy, es propietario de un liderazgo que trasciende las fronteras nacionales. En su extensa vida política, disfrutó y padeció los cambios abruptos del humor social y de las operaciones judiciales y mediáticas en su contra.
“Los pueblos son ingratos e inconstantes”, sostiene Nicolás Maquiavelo, en su obra El Príncipe. Quizás no se trate de traiciones ni de abandonos, sino de expectativas que algunos políticos crean en el electorado haciendo uso de fake news y utilizando bellos eslóganes (creados sobre la base de focus group) que luego, al asumir el gobierno, no cumplen, lo que produce decepción y deseos de abrazarse con el pasado.
Popularidad
En 2009, antes del comienzo de la reunión del G-20 en Londres, el entonces presidente de EE.UU. Barack Obama le expresó al primer ministro de Australia, Kevin Rudd, que Lula era “el político más popular de la Tierra”.
Lula terminó su segundo mandato con más del 80% de aprobación. Un año después, el 65% de los brasileños decían que nunca votarían por él, debido a la fuerte campaña de difamación hacia su persona.
En 2018, no obstante, varias encuestas revelaron que Lula lideraba las preferencias en la carrera presidencial. Posteriormente, fue víctima del lawfare que lo condenó a más de 570 noches en la cárcel –injustamente, según el falló de 2021 del Supremo Tribunal Federal que revocó su condena, al entender que no se le habían respetado sus derechos durante el proceso llevado a cabo por el entonces juez Sergio Moro–.
Este hecho le devolvió la libertad a Lula y lo puso nuevamente en la arena política. El reencuentro con su pueblo obedece, en gran parte, a la mala gestión de Bolsonaro, al deterioro de la calidad de vida de gran parte de la sociedad, a sus expresiones racistas, misóginas y homofóbicas.
Tras el triunfo de Lula en la primera vuelta de las elecciones de 2022, la estrategia electoral de ambos candidatos cambió.
Bolsonaro endureció su mensaje, apeló a una campaña de miedo y de descalificación de su competidor, en la que no faltaron fake news que asociaban a Lula con corrupción. Lula hizo todo lo contrario, y en vez de cerrar sus puños, abrió las palmas de sus manos, cambió el color rojo de su ropa por el blanco y volvió a poner especial énfasis en el concepto “oportunidades”, que empleó en anteriores campañas.
En el último debate, Lula remarcó el retroceso que padeció Brasil en materia de relaciones internacionales durante el gobierno de Bolsonaro, en contraste con el protagonismo global que tuvo Brasil durante sus gobiernos.
La batalla en las redes
El combate electoral se desarrolló en las calles, pero fundamentalmente en las redes sociales, territorio virtual en el que Bolsonaro tuvo gran presencia.
Deportistas, personas de la cultura e influencers con millones de seguidores se metieron de lleno en la campaña (de uno y otro bando).
Lula envió mensajes y cartas a diversos sectores de la sociedad, y prometió que la reducción de la desigualdad, la democratización de accesos de más personas a bienes y servicios, el progreso y el respeto a la diversidad étnica y religiosa, son banderas que volverán a flamear en Brasil.
La victoria de Lula lleva a pensar en el libro La tercera ola, del politólogo Samuel Huntington. En este sentido, es preciso señalar que a inicios del siglo 21 en la región sudamericana irrumpió lo nacional y popular. Hubo voces que pronosticaron que se trataba de un fenómeno progresista que tendría su plenitud, y que luego decaería y desaparecería.
Pero como bien señala el intelectual y exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, esta predicción no se cumplió, porque emergieron gobiernos progresistas, algunos fueron derrotados, pero resurgieron.
La primera ola tuvo lugar entre 1999 y 2014; la contraola sucedió entre 2014 y 2019, y la nueva ola comenzó en 2020 y sumó a nuevos países, como Perú, Chile, Colombia, que anteriormente eran conservadores. A esta nueva autopista progresista hoy se suma Brasil, de la mano de un líder resiliente.
Esta nueva ola presenta peculiaridades que la distinguen de la primera. Lula lo sabe y también que las políticas públicas deben adaptarse a las demandas actuales y que la correcta lectura del nuevo tablero mundial es clave.
América latina es un barco al que le entra agua por todos los costados, pero, al menos hoy, los ojos tristes y brillosos de los postergados miran el triunfo de Lula con esperanza. Y miran su vida en un espejo retrovisor, que les recuerda momentos de bienestar con el rostro de Lula y que añoran para el futuro.
En términos geopolíticos, el litio, el agua, el gas y el petróleo son recursos de la región que las potencias miran con ambición. Lula es nuevamente el presidente de Brasil y el conductor de Sudamérica, que necesita su experiencia y determinación para levantar la voz en el concierto internacional, en defensa de los intereses y los sueños de los pueblos que habitan la zona austral de América.
* Analista internacional, director y profesor de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano; autor del libro “Grietas y pandemia”