Franz Reichelt era un sastre austríaco que en 1898 se estableció en París. Si bien logró tener una numerosa clentela en la alta sociedad, Reichelt pasó a la historia por querer cultivar su pasión: poder imitar a los pájaros.
Para 1910 Reichelt ya había conseguido la nacionalidad francesa y cambiado su nombre a François. Sin embargo, ese mismo año su pasión se convirtió en una peligrosa obsesión: sin ningún tipo de estudio y con solo su conocimiento de diseño y costura, Reichelt decidió inventar un nuevo tipo de paracaídas.
Creyendo que esto lo convertiría en un hombre famoso en el mundo, Reichelt creó varios prototipos para su nuevo paracaídas y realizaba pruebas con maniquíes en el patio de su edificio en la calle rue Gaillon. Sin embargo, los muñecos terminaban siempre estrellados en el piso.
Tras las pruebas, Reichelt creyó que sus inventos fallaban por dos problemas: la falta de altura y que los maniquíes no tuvieran brazos. Así, el sastre decidió que necesitaba subir a algo con más altura y apuntó a lo que en ese momento era lo más alto del mundo: la Torre Eiffel.
Decidido, Reichelt trabajó durante días en un nuevo prototipo de paracaídas que creyó fabuloso. De su primer diseño, que pesaba 60 kilos, el sastre llegó a un último modelo que tan solo pesaba 9 y que ocupaba una superficie de unos 32 metros cuadrados al desplegarse.
Sin embargo, aquí comienza una serie de equívocos, fallas y mentiras que llevarían al final del experimento y su creador.
Un permiso de la policía y una mentira
Dos años después y ya con su prototipo completo, Reichelt consiguió un permiso de la policía para arrojar un maniquí desde el primer piso de la Torre Eiffel, a 57 metros de altura. Luego informó a la prensa lo que haría y estableció la fecha: la mañana del 4 de febrero de 1912.
Centenares de personas se reunieron bajo la Torre junto con unos 30 periodistas de distintos medios y dos cámaras que filmarían el evento. Además, dos docenas de policías fueron enviados para cuidar de la seguridad.
Uno de los camarógrafos quedó al pie de la Torre y otro subió al primer piso. Así, el hecho que tiene más de 100 años está quedó completamente filmado.
Reichelt llegó a la Torre Eiffel junto a dos amigos, pero les había mentido a todos. El experimento no lo haría con un maniquí, sino que se arrojaría a sí mismo. “Quiero probar el experimento yo mismo, sin engaños. Tengo la intención de demostrar lo valioso de mi invención”, aseguró.
Había conseguido el permiso policial con una mentira, y también había evitado que sus amigos le impidieran saltar. Si bien los presentes quisieron disuadirlo, el sastre no cambió de opinión. La policía quiso impedir que subiera, pero con la excusa del permiso el sastre logró subir a la Torre.
Para cubrirse las espaldas, según informó Clarín, los uniformados le hicieron firmar una nota donde Reichelt se hacía único responsable de las consecuencias de su salto en paracaídas; el sastre firmó tranquilo y convencido.
El salto y los 40 segundos de duda
A las 8.22 Reichelt llegó al primer piso de la Torre, donde subió a una silla. Sin embargo, en la filmación se puede ver que el sastre vacula durante 40 segundos. Sin embargo, el hombre no podía dar marcha atrás: dos días antes el estadounidense Frederick Law se había lanzado con éxito en paracaídas desde la antorcha de la Estatua de la Libertad, a 68 metros del suelo.
Finalmente, Reichelt abrió sus brazos, extendió la tela de su paracaídas y se lanzó al vacío. En el video se puede ver que el sastre cae a toda velocidad y se estrella contra el piso levantando polvo.
Los policías corrieron a socorrerlo pero era inútil: su cuerpo había dejado un agujero de 15 centímetros de profundidad en el piso.
Un día después, el diario Le Petit Parisien ocupó toda su primera plana con el hecho y contó los detalles del final de Reichelt: “su brazo y su pierna derecha quedaron destrozados por el impacto. Se rompió el cráneo y la columna vertebral y cuando lo fueron a auxiliar se notó que la sangre le salía a raudales por la boca, la nariz y los oídos”.
Le Figaro por su parte escribió: “los ojos de Reichelt estaban muy abiertos, dilatados por el terror”.
Así, el sastre austríaco no pasó a la historia por su invento, sino que quedó en el recuerdo de las personas por la pregunta que surge al ver la filmación: ¿Qué estaba pensando en esos 40 segundos de indecisión antes de arrojarse?.
Según dijeron los médicos, lo más probable es que Reichelt haya merto antes de caer a tierra por un ataque cardíaco tras caer 57 metros.
