En un giro que sacude los cimientos de la democracia chilena, José Antonio Kast, dirigente ultraconservador de fuerte impronta católica y con un discurso que remite a las sombras del pinochetismo, se impuso con el 60% de los votos frente al 40% de su rival, la comunista Jeannette Jara.
Con voto obligatorio y una participación del 85% –la más alta en décadas–, Kast se convirtió en el presidente más votado de la historia de Chile, superando los 7,2 millones de sufragios en un balotaje que expuso el profundo hartazgo social con el progresismo fallido del gobierno de Gabriel Boric.
No se trata sólo de una elección, sino del grito de una sociedad atravesada por el miedo: miedo a la inseguridad, a la migración descontrolada y al estancamiento económico.
Frente a ese escenario, una mayoría optó por la promesa de la mano dura antes que por el diálogo y la integración social.
Chile, laboratorio histórico del neoliberalismo regional, cierra así un ciclo de expectativas frustradas y abre una etapa de rigor presentado como orden.
La jornada electoral del 14 de diciembre de 2025 transcurrió con relativa calma, sobre un padrón de 15,7 millones de electores.
Kast, de 59 años, padre de nueve hijos y fundador del Partido Republicano en 2019, capitalizó el desgaste del oficialismo y el descrédito de la izquierda gobernante.
En su tercer intento por alcanzar la presidencia, logró imponerse en todas las regiones del país, moderando estratégicamente su discurso para captar votos de independientes y de electores provenientes de candidaturas derrotadas en primera vuelta.
Así se consolidó como el arquitecto de un gobierno que se anuncia de emergencia y promete restaurar la seguridad “a cualquier costo”.
Las fallas de Boric
El gobierno de Boric, que se propuso ser la tumba del neoliberalismo, terminó –a los ojos de amplios sectores– administrando su continuidad.
No alteró la lógica del subsidio a la demanda, no logró reformar estructuralmente el sistema privado de pensiones, administró sin transformar el modelo de salud dominado por aseguradoras privadas y fracasó en los intentos de rediseño constitucional.
La izquierda, encarnada en la candidatura de Jara –exministra de Trabajo y militante comunista–, pagó el costo de una continuidad percibida como inercia.
A ello se sumó un deterioro perceptible de la seguridad pública: la tasa de homicidios se elevó respecto de los promedios históricos y organizaciones criminales transnacionales, como el Tren de Aragua, alcanzaron una presencia inédita en el país.
¿Duro o moderado?
Kast, definido por sus críticos como un “ultracatólico” opuesto al aborto, incluso en casos de violación, al divorcio y al matrimonio igualitario –aprobado recién en 2021–, irrumpió con un programa que combina conservadurismo moral y represión estatal.
Su promesa más resonante fue la expulsión masiva de migrantes en situación irregular, el cierre de la frontera norte y una ofensiva frontal contra el crimen organizado, inspirada en el modelo de Nayib Bukele en El Salvador.
En los debates televisivos, buscó atenuar sus posiciones más disruptivas: aseguró que no derogará la ley de 40 horas para las pymes, ni reducirá el salario mínimo ni la Pensión Garantizada Universal, y admitió que los resultados no serán inmediatos.
Sin embargo, persiste el temor de que su proyecto oculte un ajuste fiscal, inspirado en Javier Milei en Argentina.
Los mercados reaccionaron con entusiasmo: el peso chileno se fortaleció y el dólar retrocedió a niveles no vistos desde 2024. Sin embargo, el sociólogo chileno Eugenio Tironi advierte que el motor del triunfo no fue la esperanza, sino el miedo: miedo a la delincuencia, a la migración descontrolada y a la falta de perspectivas económicas.
Tendencia regional
Desde una mirada regional, la victoria de Kast no es un hecho aislado, sino parte de un corrimiento ideológico más amplio en Sudamérica. Se perfila un desplazamiento regional hacia derechas más duras, representadas por líderes como Donald Trump, Javier Milei en Argentina, Daniel Noboa en Ecuador y Santiago Peña en Paraguay.
Kast promete buenas relaciones con los países vecinos, pese a las históricas tensiones con Bolivia y con Perú.
La victoria de Kast dialoga con el discurso antiinmigrante de Trump y con el ajuste radical de Milei, pero también abre interrogantes inquietantes: ¿moderará su retórica en el ejercicio del poder o profundizará una deriva autoritaria?
El electo presidente asumirá el 11 de marzo de 2026, pero su mandato ya proyecta sombras. Más del 60% de la población identifica al crimen como la principal preocupación nacional, y las promesas del nuevo presidente permiten anticipar una mayor concentración de la riqueza, con su correlato de inequidad y conflictividad social.
¿Puede la mano dura funcionar como dique de contención en una sociedad fragmentada? ¿Serán los sectores populares los que vuelvan a pagar los costos de un modelo que prioriza el orden por sobre la justicia social?
Chile no solo eligió un presidente: eligió un rumbo. La historia sudamericana advierte que estos vientos rara vez traen bienestar colectivo. Con frecuencia, terminan convirtiéndose en vendavales que golpean con más fuerza a los sectores más vulnerables.
Analista internacional y docente de Ciencia Política

























