Estados Unidos notificó hace unas semanas su retirada del Acuerdo de París. El Acuerdo, que se inscribe en el cuadro más amplio de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992, es jurídicamente vinculante en virtud del derecho internacional.
Dicho Acuerdo preveía un período de adaptación: una revisión de ciertas medidas cada cinco años y, a partir de 2024, en el marco de una transparencia reforzada (artículo 13), los estados debían informar sobre las medidas adoptadas y los progresos realizados.
Considerada especialmente gravosa, esta medida fue objeto de numerosas críticas por parte de Donald Trump, que prometió que se retiraría del Acuerdo de París si era elegido presidente. Promesa cumplida. Dado que el artículo 28 del Acuerdo permite la retirada para todo Estado que así lo desee –bajo ciertas condiciones–, la salida de Estados Unidos será efectiva un año después de su notificación a la Secretaría General del Convenio, es decir, en enero de 2026.
La decisión adoptada por el nuevo presidente de Estados Unidos no sorprende demasiado. Los esfuerzos estadounidenses por reducir las emisiones ya eran mínimos. Joe Biden, el presidente saliente, quería reducir las emisiones un 66% de aquí a 2030. De haber permanecido en el Acuerdo, Estados Unidos habría tenido que disminuir sus emisiones 10 veces más rápido que en décadas anteriores. Un esfuerzo que los sectores más conservadores del país ya juzgaban excesivo, por no decir imposible.
Implicaciones
La decisión de Donald Trump es de lamentar por varios motivos.
En primer lugar, en el plano interno, alimenta cierto populismo desplegando promesas fantasiosas. No es realista esperar que los estadounidenses sigan viviendo sus vidas como si el calentamiento global no existiera. También reduce las posibilidades –que ya son bastante escasas– de impugnar las políticas climáticas ante los tribunales. Las demandas climáticas basadas en el incumplimiento del Acuerdo de París parecen ahora más improbables que nunca en Estados Unidos.
En segundo lugar, a nivel internacional, el anuncio de Trump rechaza un mecanismo de la ONU. Esta actitud muestra su desapego hacia el multilateralismo. De hecho, los dispositivos jurídicos resultantes del Acuerdo de París se basan en los principios de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, y en el de cooperación internacional, conceptos que no parecen convenir al nuevo presidente.
Además de que el Acuerdo impone obligaciones a “hacer” (artículos 2 a 6), también exige a las partes que se “comprometan a informar periódicamente sobre sus esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura a +1,5 °C” (artículos 10 a 14) y a “cooperar” en la prestación de ayuda financiera a los países que la necesiten (artículos 8 a 13). Estas tareas se llevarán a cabo ahora sin la ayuda de uno de los mayores emisores de CO₂ del mundo.
En este contexto, la comunidad internacional se encuentra en una posición difícil y existe el riesgo de que se debiliten las negociaciones en el futuro. Hay que recordar que estas conversaciones se enmarcan en la elaboración de una hoja de ruta y se celebran en torno a las Conferencias de las Partes (COP).
Este marco, ya tenso debido a las disensiones entre países cuyas economías dependen de los combustibles fósiles y aquellos más pobres y vulnerables al cambio climático, corre el riesgo de volverse aún más agitado sin uno de los principales actores económicos del mundo.
Cómo afectará al cumplimiento del acuerdo
Las negociaciones de la ONU son fruto de un delicado equilibrismo. En un contexto mundial ya de por sí complejo, con graves tensiones geopolíticas, la retirada de Estados Unidos podría comprometer los avances en la aplicación del Acuerdo, especialmente en torno a la cuestión de la financiación (artículos 8 a 12).
De hecho, la propia arquitectura del Acuerdo está comprometida. Basadas en equilibrios frágiles, obligaciones de débil carácter jurídico y compromisos con horizontes a veces lejanos e inciertos, varias promesas estadounidenses se han desmoronado. Su marcha deja también sin liderazgo a los demás Estados que permanecen en el Acuerdo.
También existe el riesgo de que el objetivo final se retrase aún más. Alcanzar una estabilización del sistema climático que no sobrepase el calentamiento de 2 °C –y a ser posible menos de 1,5 °C– parece cada vez más difícil.
Además, la salida de Estados Unidos envía una muy mala señal a la comunidad internacional. El enfoque de “perforar, perforar, perforar” (“Drill, baby, drill”) probablemente desalentará a los países que ya albergan dudas en cuanto a la eficacia del actual sistema de Naciones Unidas.
Motivos para la esperanza
A pesar de lo expuesto, como ocurrió cuando Estados Unidos salió “por primera vez” del Acuerdo en 2017, todavía es posible una especie de “resistencia” judicial estadounidense para que la lucha contra el calentamiento global pueda continuar a nivel local.
Desde 2017, hemos visto cómo en ese país se desarrollaban “litigios climáticos” contra empresas y políticas climáticas poco ambiciosas, basados tanto en el derecho consuetudinario (“common law”) como en la Constitución federal estadounidense. Este fenómeno judicial podría repetirse en los próximos años y desarrollarse aún más, tal y como está ocurriendo actualmente en países como Canadá, Holanda y Francia.
Otro rayo de esperanza viene de la interpretación –probable– de que la salida de Estados Unidos sólo implique dejar el Acuerdo de París, pero no abandonar todo el sistema de derecho internacional climático de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En efecto, el artículo 28 del Acuerdo permite a un Estado permanecer en la Convención Marco aunque se haya retirado del Acuerdo, y continuar de este modo en las negociaciones, aunque sólo sea como observador.
Una oportunidad para Europa
Pero es sobre todo Europa la que tendrá ahora que desempeñar un papel importante. Es su momento para presentarse como el “líder” mundial del Acuerdo de París. La catarsis provocada por la salida de Estados Unidos del sistema del Acuerdo puede verse también como una oportunidad y no sólo como un desafío.
Recuperar la “antorcha” por parte de Europa en la lucha contra el calentamiento global podrá infundir esperanza a los países que aún permanecen dentro del Acuerdo. Es ahora más que nunca cuando la Unión Europea tendrá que desarrollar un modelo jurídico climático que sea lo suficientemente convincente, ambicioso y atractivo como para evitar que otros países sigan el ejemplo de Trump.
Por último, pero no menos importante, la Corte Internacional de Justicia, que emitirá próximamente una opinión consultiva sobre las obligaciones de los Estados en materia climática, podrá, apoyándose en el derecho internacional general (la Convención de Viena) y en el derecho derivado de la Convención Marco de Naciones Unidas, recordar a Estados Unidos sus deberes para con la comunidad internacional y el planeta.
* Directora de investigación en la CNRS, jurista, especialista en cambio climático y en derecho ambiental y de la salud
- Publicada previamente en The Conversation