El martes 22 de abril de 2025, un día después del fallecimiento del Papa Francisco a los 88 años, se dio a conocer un texto inédito que ha conmovido al mundo católico.
Titulado como un mensaje de esperanza, el Sumo Pontífice escribió: “La muerte no es el fin de todo, sino el comienzo de algo. Es un nuevo inicio”, en el prólogo del libro En espera de un nuevo comienzo. Reflexiones sobre la vejez, del cardenal Angelo Scola, arzobispo emérito de Milán.
La obra, publicada el 24 de abril por la Libreria Editrice Vaticana, ofrece una mirada íntima del Papa sobre la vida eterna, la vejez y el valor de los abuelos, resonando con especial fuerza tras su partida.
Un mensaje de esperanza en tiempos de duelo
El texto, fechado el 7 de febrero de 2025, fue escrito semanas antes de que Francisco fuera internado por una neumonía bilateral que lo mantuvo hospitalizado 38 días.
En él, el Papa argentino reflexiona sobre la muerte como un paso hacia la eternidad: “La vida eterna, que quienes aman ya experimentan en la tierra en las ocupaciones cotidianas, es el inicio de algo que no tendrá fin”.
Esta visión, impregnada de fe y optimismo, adquiere un significado especial tras su muerte el 21 de abril, causada por un ictus cerebral que derivó en un colapso cardiovascular.
Francisco también aborda el valor de la vejez, un tema que lo acompañó en sus últimos años. Criticando la “cultura del descarte”, reivindica el término “viejo” como sinónimo de “experiencia, sabiduría, conocimiento, discernimiento, reflexión, escucha, lentitud”.
“No debemos tener miedo de aceptar el envejecimiento, porque la vida es vida y edulcorar la realidad significa traicionar la verdad de las cosas”, escribió, elogiando a Scola por devolverle dignidad a esta etapa de la vida.

El rol de los abuelos y la dimensión espiritual
El Papa dedica un espacio especial al papel de los abuelos en la sociedad, un tema recurrente en su pontificado.
“Su ejemplo, sus palabras, su sabiduría pueden inculcar en los más jóvenes una visión de largo plazo, la memoria del pasado y el anclaje en valores que perduren”, afirmó, subrayando su importancia para una “sociedad más pacífica”.
En un mundo dominado por lo efímero, Francisco ve a los abuelos como “un faro que brilla” para guiar a las nuevas generaciones.
La dimensión espiritual del texto es profunda. Francisco elogia las reflexiones de Scola sobre el sufrimiento y la muerte, describiéndolas como “joyas preciosas de fe y esperanza”.
Cita a teólogos como Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, y destaca que el cristianismo no es solo una cuestión intelectual, sino “el afecto a una Persona, ese Cristo que vino a nuestro encuentro”.
El texto culmina con un recuerdo simbólico: Francisco evoca el momento en que se revistió con el hábito papal en la Capilla Sixtina en 2013, un gesto que repite idealmente al “abrazar” a Scola, su rival en aquel cónclave.

Impacto global y legado
La difusión del texto, reportada por medios italianos como Il Corriere della Sera y amplificada por plataformas internacionales, ha generado una ola de emoción. En X, usuarios compartieron la frase central del Papa, destacando su mensaje de esperanza en un momento de duelo global.
Libros de Francisco, como su autobiografía Esperanza y Te deseo la felicidad, han experimentado un aumento en ventas, reflejando el interés por su legado espiritual.
Mientras el Vaticano prepara el funeral de Francisco para el 26 de abril en la Plaza de San Pedro, este texto póstumo se convierte en un testamento espiritual que reafirma su visión de una Iglesia cercana, humana y esperanzadora. Sus palabras, pronunciadas desde la experiencia de quien enfrentó la vejez con serenidad, seguirán resonando como un faro para millones de fieles en todo el mundo.
Qué dice el texto inédito de Fransisco
Leo con emoción estas páginas nacidas del pensamiento y del afecto de Angelo Scola, querido hermano en el episcopado y persona que ha desempeñado delicados servicios en la Iglesia, por ejemplo habiendo sido rector de la Pontificia Universidad Lateranense, después patriarca de Venecia y arzobispo de Milán. En primer lugar, quiero expresar mi agradecimiento por esta reflexión que combina experiencia personal y sensibilidad cultural como pocas veces he leído. Una, la experiencia, ilumina a la otra, la cultura; el segundo corrobora al primero. En este feliz entrelazamiento, la vida y la cultura florecen con belleza.
No se dejen engañar por la brevedad de este libro: son páginas muy densas, para leer y releer. Tomo de las reflexiones de Angelo Scola algunas ideas que están particularmente en línea con lo que mi experiencia me ha hecho comprender.
Angelo Scola nos habla de la vejez, de su vejez, que –escribe con un toque de confianza que desarma– «me sobrevino con una aceleración repentina y en muchos aspectos inesperada».
Ya en la elección de la palabra con la que se define, “viejo”, encuentro una consonancia con el autor. Sí, no hay que tener miedo a la vejez, no hay que tener miedo de abrazar el envejecimiento, porque la vida es vida y edulcorar la realidad significa traicionar la verdad de las cosas. Devolverle el orgullo a un término que a menudo se considera insano es un gesto por el que debemos estar agradecidos al cardenal Scola. Porque decir “viejo” no significa “tirar a la basura”, como a veces lleva a pensar una cultura degradada del usar y tirar. Decir viejo, en cambio, significa decir experiencia, sabiduría, conocimiento, discernimiento, reflexión, escucha, lentitud… ¡Valores que necesitamos desesperadamente!
Es cierto que envejecemos, pero ese no es el problema: el problema es cómo envejecemos. Si vives este tiempo de la vida como una gracia, y no con resentimiento; Si acogemos con sentido de gratitud y de reconocimiento el período (incluso largo) en el que experimentamos la disminución de las fuerzas, el cansancio creciente del cuerpo, los reflejos ya no son los mismos que los de la juventud, y bien, también la vejez se convierte en una edad de vida, como nos enseñó Romano Guardini, verdaderamente fecunda y capaz de irradiar el bien.
Angelo Scola destaca el valor humano y social de los abuelos. He subrayado repetidamente que el papel de los abuelos es de importancia fundamental para el desarrollo equilibrado de los jóvenes y, en última instancia, para una sociedad más pacífica, porque su ejemplo, sus palabras, su sabiduría pueden inculcar en los más jóvenes una visión de largo plazo, la memoria del pasado y el anclaje en valores que perduren. En el frenesí de nuestras sociedades, a menudo entregadas a lo efímero y al gusto malsano por las apariencias, la sabiduría de los abuelos se convierte en un faro que brilla, ilumina la incertidumbre y da dirección a los nietos que pueden sacar de su experiencia un “más” respecto a su vida cotidiana.
Las palabras que Angelo Scola dedica al tema del sufrimiento, que a menudo aparece cuando envejecemos y, en consecuencia, cuando morimos, son joyas preciosas de fe y de esperanza. En los argumentos de este hermano obispo escucho ecos de la teología de Hans Urs von Balthasar y de Joseph Ratzinger, una teología “hecha de rodillas”, impregnada de oración y de diálogo con el Señor. Por eso, decía más arriba, que estas son páginas que nacen del «pensamiento y del afecto» del cardenal Scola: no sólo del pensamiento, sino también de la dimensión afectiva, que es a lo que se refiere la fe cristiana, siendo el cristianismo no tanto una acción intelectual o una elección moral, sino más bien el afecto a una Persona, ese Cristo que vino a nuestro encuentro y decidió llamarnos amigos.
La misma conclusión de estas páginas de Angelo Scola, que son una confesión sincera de cómo se prepara para el encuentro final con Jesús, nos da una certeza reconfortante: la muerte no es el fin de todo, sino el comienzo de algo. Es un nuevo comienzo, como sabiamente lo destaca el título, porque la vida eterna, que los que aman ya experimentan en la tierra dentro de las ocupaciones de cada día, es el inicio de algo que no tendrá fin. Y es precisamente por eso que es un “nuevo” comienzo, porque experimentaremos algo que nunca hemos experimentado plenamente: la eternidad.
Con estas páginas en mis manos, quisiera idealmente volver a realizar el mismo gesto que hice apenas revestí el hábito blanco del Papa, en la Capilla Sixtina: abrazar con gran estima y afecto a mi hermano Angelo, ahora, ambos, mayores que aquel día de marzo de 2013. Pero siempre unidos por la gratitud hacia este Dios amoroso que nos ofrece vida y esperanza a cualquier edad de nuestra vida.
Ciudad del Vaticano, 7 de febrero de 2025