El devenir de la economía mundial no siempre está sujeto a las leyes del mercado; forma parte de un proceso más complejo, que integra una retroalimentación dinámica entre economía y política, es decir que las lógicas del poder y de la riqueza están afectadas mutuamente.
La escalada bélica iniciada por Rusia en Ucrania tiene impactos inmediatos que ya se pueden observar en los indicadores de las materias primas y en los mercados financieros.
Dado el perfil productivo de ambos estados, al momento de escribir estas líneas, el precio de la soja se encuentra por encima de los 600 dólares, el barril de petróleo arriba de los 100 dólares, el precio del gas subió un 60%. Por su parte, el índice S&P 500 entró en corrección gracias a una disminución del 1,4%, y el Nasdaq cayó 3,4 puntos. En paralelo, la cotización del oro alcanzó su máximo en meses.
Más allá de los precios
No obstante, la afectación del conflicto no sólo tiene que ver con el incremento o la disminución de los precios, sino también con efectos de mediano plazo que podrían tener consecuencias en un mundo ya de por sí incierto gracias a la aceleración tecnológica de los últimos años, que ha generado cambios en la organización de la actividad económica mundial y en cómo las sociedades y las personas procuran riqueza y bienestar.
Ante esta incertidumbre, la inclusión de una variable de conflicto bélico –con el riesgo de que se sumen otras potencias– podría afectar también a las cadenas de suministro, a través de un incremento aun superior al que se ha experimentado en el último año en los servicios logísticos, y en la disponibilidad de materias primas.
La distorsión de precios relativos también genera presiones en los bancos centrales al afectar a los tipos de cambio y a la política monetaria.
Mayor polarización
Por su parte, en términos políticos existe riesgo de una mayor polarización respecto de aquellos estados que todavía apuestan por una economía mundial integrada y basada en reglas, de aquellos que promueven una perspectiva más regulada y de mayor injerencia del Estado en la actividad económica.
La continuidad de estos escenarios indica una mayor inestabilidad y, por lo tanto, una ralentización del comercio y de las inversiones a escala mundial, más allá de las ganancias marginales que puedan experimentar algunos sectores o empresas.
El dilema es que vivimos un período de alta conectividad, en el que los negocios han adquirido capacidad de operar de forma global, pero los factores que permiten su desarrollo están condicionados por decisiones políticas territoriales, que muchas veces atienden a motivaciones que se encuentran alejadas de las preocupaciones cotidianas de quienes son subsidiarias.
¿Hacia un nuevo orden?
Desde una visión sistémica, esta situación se puede leer como la resultante de un mundo en transición, donde las estructuras institucionales creadas por Occidente, específicamente bajo el amparo de Estados Unidos, son cuestionadas y se muestran en franco declive, y mientras un nuevo orden tarda en consolidarse, líderes como Putin perciben una ventana de oportunidad para cumplir sus objetivos de poder e influencia, que quizá en otros momentos no serían viables.
Por último, un párrafo respecto de Argentina. Pensar que un incremento en el precio la soja podría ser beneficioso, o que el incremento en la energía podría afectar en forma negativa, es una observación limitada y de corto plazo, en tanto nuestros problemas son de tipo estructural (respecto del despliegue de nuestras capacidades productivas), y un escenario internacional en conflicto no contribuye en absoluto a mejorar nuestro desempeño en la economía mundial.
* Director de la especialización en negocios internacionales de la Universidad Siglo 21