Este verano ha sido uno de los menos lluviosos en Europa. Es un tema recurrente y que inquieta a los gobiernos y a la ciudadanía. A ese escenario de sequía hay que añadir la amenaza de la crisis energética como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania. Una tormenta perfecta que ya está sumiendo al continente en índices de inflación como hace décadas no se veían, y que traerá daños económicos y sociales derivados de la sequía y de las olas de calor.
Un ejemplo que ilustra el cuadro europeo es Noruega, uno de los países con mayores recursos naturales e hídricos, que ha decidido recortar la producción hidroeléctrica para asegurar el servicio en el invierno.
Así, se ha puesto a exportar menos electricidad a Alemania, a Reino Unido o a otros países tan necesitados de la energía. Menos agua significa menos electricidad, y si a ello le sumamos el menor gas proveniente de Rusia, el mercado de la energía se complica y encarece, advierten los expertos.
Ríos que se secan
Esta sequía histórica afecta directamente al sector energético, pero no sólo a él. La escasa agua tiene sus efectos en los cultivos, la desertización, la industria nuclear y el transporte fluvial.
En Alemania, la preocupación es extrema, ya que en el río Rin, la vía fluvial más utilizada de la Unión Europea, se observan niveles tan bajos en sus aguas que están mermando la capacidad de tránsito, vital para el transporte de materias primas de industrias como la química y la metalúrgica. Por lo que, si los cauces de los ríos siguen disminuyendo y dejan de ser navegables, los daños se traducen en pérdidas millonarias, subas de precios e inversión para la búsqueda de otras alternativas.
Por su parte, en España ya han tomado nota de la gravedad del asunto y de la importancia del agua. Se han accionado algunas medidas que apuntan a subsanar los efectos del calor y la falta de agua: se han instalado desaladoras, por ejemplo.
También en España se ha aprobado un decreto que busca mitigar los aumentos de los precios en la energía. Si bien el Gobierno se ha centrado en combatir la inflación en ese sector, ha dejado en segundo plano la cuestión del agua, cuestión vital, ya que las reservas en el país están en niveles preocupantes. A finales de julio, las reservas de agua españolas eran un 33% menores que hace 10 años.
Menos cultivos y más incendios
Agricultores y ganaderos de distintos países admiten verse enfrentados ante un cúmulo de problemas que la sequía ha profundizado. Francia, la quinta potencia productora mundial de trigo, puede ver mermar su producción de ese grano en hasta un 10% este año, y a esa probable disminución se le suma la ya existente escasez derivada del conflicto ruso-ucraniano.
Además del aumento de los precios en la energía, la alimentación y la electricidad, desde el sector agrario señalan que se han disparado los precios de cereales, piensos y fertilizantes por las sanciones internacionales a Rusia.
Si miramos hacia atrás, luego de la pandemia gran parte de los Fondos de recuperación europeos iban a iniciativas que aceleraran la transformación energética. Ahora, teniendo en cuenta el contexto tumultuoso de la energía y el agua en toda la UE, mucho de lo pautado y esperado para esa transición energética se verá comprometido.
Por ejemplo, el carbón, una de las fuentes de energía señalada como más contaminantes y que ha sido propuesta su eliminación en la producción, se ha vuelto a demandar como la opción más rápida y eficaz al escaso y espinoso gas ruso.
Otro de las consecuencias de todo este panorama energético y climático son los incendios. Por la escasa lluvia, muchos países han visto como se incendiaban amplias superficies de sus territorios en estos meses.
Desde ya, el paisaje que se vislumbra este inverno en Europa será de preocupación, miedo y, como señaló el presidente francés, Emmanuel Macron, “estamos viviendo el fin de la abundancia”.
* Periodista, experto en política internacional
