La imagen de Donald Trump, de madrugada, escribiendo en mayúsculas “PEACE!” en su red social Truth Social mientras misiles iraníes cruzaban el cielo de Jerusalén y Beer Sheva ardía bajo los escombros, podría haber sido un momento de comedia involuntaria. Pero es una escena demasiado reveladora para ser ignorada.
El presidente de Estados Unidos intentó proyectar autoridad mientras el caos se desataba en Medio Oriente. En el fondo, su intento de capitalizar un frágil cese al fuego entre Irán e Israel expone el verdadero drama geopolítico de esta crisis: Trump fue arrastrado por Benjamin Netanyahu a un conflicto que, probablemente, nunca quiso.
El vínculo entre Trump y Netanyahu fue siempre una extraña alquimia de intereses cruzados: un presidente estadounidense con aspiraciones mesiánicas en política exterior, y un primer ministro israelí obsesionado con su legado y con sobrevivir políticamente a toda costa.
Durante su primer mandato, Trump le entregó a Netanyahu todos los trofeos simbólicos posibles: la embajada en Jerusalén; el reconocimiento del Golán; los Acuerdos de Abraham. Ahora, en medio de una guerra con implicancias globales, Trump empieza a darse cuenta de que el pragmatismo cínico de Netanyahu lo está usando como carne de cañón.
Mediador mesiánico
En los márgenes de la derecha trumpista –la verdaderamente ideológica, no la oportunista– se escuchaban hace tiempo las alertas. Tucker Carlson, Steve Bannon y hasta el propio vicepresidente J. D. Vance le habían advertido que involucrarse en una guerra de Israel con Irán no sólo era peligroso, sino ajeno al interés nacional estadounidense.
Desde esta perspectiva, el conflicto podría convertirse en otra guerra interminable que sólo sirve a los lobbies de defensa, a los sectores más duros del sionismo y al establishment neoconservador. Trump, sin embargo, decidió actuar como mediador mesiánico de un conflicto que, como muchos en su entorno creen, fue diseñado para atraparlo.
La narrativa oficial de Washington en las últimas horas fue digna de un thriller: el ejército lanza un bombardeo sobre las instalaciones nucleares iraníes, Irán responde con misiles sobre la base estadounidense de Al Udeid en Catar (sin víctimas, pero con un mensaje claro), y Trump, en paralelo, lanza una campaña de presión diplomática para imponer un cese al fuego. Mientras medios iraníes hablan de una “tregua impuesta al enemigo”, Tel Aviv niega haber aceptado nada formal. Entretanto, los misiles siguen cayendo.
Es acá donde la figura de Trump vuelve a aparecer como una anomalía. En lugar de ofrecer claridad, su participación añade confusión. “Israel e Irán vinieron a mí, casi simultáneamente, y dijeron ‘¡PAZ!’”, escribió en redes sociales, como si fuera Moisés descendiendo del Sinaí. Pero ni Israel ni Irán reconocieron oficialmente esa versión. Lo que hay detrás de esa sobreactuación mesiánica es una mezcla de desesperación, cálculo geopolítico y necesidad de retomar el control de una narrativa que, por momentos, pareció escapársele por completo.

El trasfondo real de esta escalada va más allá del show trumpista. Netanyahu está en una situación política extremadamente delicada. La guerra contra Hamas en Gaza derivó en una parálisis política interna, con protestas constantes, fracturas en su coalición y cuestionamientos cada vez más duros desde dentro de las Fuerzas de Defensa de Israel.
El ataque a Irán fue, para muchos analistas, una huida hacia adelante: abrir un frente externo que desplace la atención del desastre interno.
Por su parte, Irán también juega con fuego. La teocracia chiíta enfrenta una crisis económica asfixiante y una población que, tras las protestas de 2022-2023, sigue mostrando signos de hartazgo. Responder al ataque estadounidense con una demostración limitada de fuerza (como lo fue el ataque a Al Udeid, que evitó víctimas estadounidenses) le permite al régimen salvar la cara sin escalar al punto de una guerra total.
Los mercados reaccionaron con su lógica habitual: el petróleo se desplomó apenas se habló de cese del fuego, después de haber subido casi 10% durante los momentos más calientes de la crisis. Wall Street, como siempre, interpreta primero, pregunta después. La caída de los precios del crudo no sólo refleja una esperanza de distensión, sino también la percepción de que nadie quiere escalar más allá de cierto punto.
Trump parece obsesionado con ser visto como un pacificador y por eso también se mostró molesto con ambas partes por los bombardeos previos al inicio de la tregua que el había anunciado pondría fin a la “guerra de los 12 días”, como la llamó en Truth Social. Pero si algo nos enseña la historia es que Medio Oriente rara vez sigue el guion que Washington le impone.