En los principales despachos del Kremlin -donde funciona la residencia oficial del presidente Vladimir Putin-, en la nave central del templo mayor de la Iglesia Católica en el Vaticano, y entre los muros históricos del Salón Oval de la Casa Blanca, se viene tejiendo desde hace tiempo un acuerdo de paz para poner fin a la guerra en Ucrania que muchos analistas consideran que más que un alto el fuego, el eventual pacto, mediado por Estados Unidos, se parece más a una capitulación de Kiev.
Aún no hay ninguna manifestación con carácter oficial, pero trascendidos diplomáticos de los que se hizo eco la agencia de noticias AP coinciden en que el escenario de posguerra que se avizora muestra cediendo más de lo que recibe.
Así las cosas, las conjeturas concluyen en que el eventual armisticio que impulsa Washington terminaría favoreciendo a Vladimir Putin.
Eso explica, quizá, por qué Donald Trump repite sin sonrojarse argumentos del Kremlin, a tal punto que considera que es hora de asumir que Crimea ya es parte de Rusia y que Ucrania debe sacarse de la cabeza la idea fija de entrar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan).
Dasha Litvinova, corresponsal de AP en Rusia y en la Comunidad de Estados Independientes (CEI), integrada por 11 exrepúblicas de la otrora URSS, advierte que en este juego estratégico de presiones, Zelenski se ha visto impelido a negociar desde una posición de debilidad creciente.
“En el centro de la propuesta está la cesión de territorio. Y lo que Ucrania esperaba obtener -como protección militar, acceso a la Otan y garantías de seguridad- se ve cada vez más lejano”, sostiene la periodista.
Washington intenta mostrar compromiso, pero el gesto más concreto hasta ahora ha sido económico: esta semana firmó un acuerdo que permite a empresas estadounidenses explotar los recursos minerales de Ucrania. Zelenski lo celebró como un logro tras su reunión con Donald Trump en el Vaticano, aunque en realidad parece más una oportunidad de negocio que una muestra de apoyo estratégico.
¿Nuevo orden mundial?
A todo esto, en Rusia, los medios oficialistas celebran las versiones que trascienden y la incontinencia declarativa de Trump. Ya no hablan de aislamiento, sino de diálogo entre potencias. Putin se muestra satisfecho y afirma que está construyendo “un nuevo orden mundial” con Estados Unidos. En ese tablero, Ucrania parece estar relegada a un rol secundario.
El enviado del mandatario norteamericano, Steve Witkoff, acaba de reunirse en el Kremlin con funcionarios rusos. Fue una señal clara: Washington está dispuesto a negociar. Lo preocupante es que ya no se habla de si Rusia debe retirarse de Ucrania, sino de cuánto territorio se le va a permitir conservar.
Lo dicho: no hay nada firmado aún, pero los borradores que circulan indican una tendencia: Trump presiona a Ucrania para ceder, mientras que a Rusia se le ofrece reanudar relaciones, levantar sanciones y hasta organizar eventos deportivos de manera conjunta.
Las exigencias de ambos lados están claras. Ucrania no quiere ceder territorio ni comprometer su seguridad. Rusia exige quedarse con las zonas ocupadas, impedir la entrada de Ucrania a la Otan y reducir su Ejército. Por ahora, no hay puntos de acuerdo, pero la narrativa ha cambiado de manera rotunda: negociar con Putin ya no se ve como una concesión, sino como una opción estratégica.
Desconfianza
Zelenski no confía en los gestos rusos. Dijo que el anuncio de un alto el fuego de 72 horas para el 8 de mayo es una “manipulación” de Putin para dividir a los aliados occidentales. Al mismo tiempo, los mercados rusos mejoran, el rublo se fortalece, y los inversionistas extranjeros miran nuevamente a Moscú.
A todo esto, en Europa crece la preocupación. Se plantean quién reemplazará a Trump si decide retirarse de las negociaciones de paz. Si será Francia, Alemania, la Unión Europea o el gran bonetón.
Los líderes políticos del bloque saben que la ayuda militar no es sólo cuestión de dinero, también requiere compromiso político, y eso parece estar disminuyendo en Washington.
El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, intentó tranquilizar a todos diciendo que el acuerdo minero demuestra apoyo a una Ucrania libre y soberana. Pero los hechos muestran otra cosa.
Así las cosas, lo que se avizora es una eventual tregua desigual, una paz impuesta y una victoria para Putin.
El cuadro de situación, a poco más de tres años del inicio del conflicto bélico en Europa, el futuro de Ucrania parece pender de un hilo cada vez más delgado, con menos aliados, más presiones y un panorama cada vez más incierto.