Donald Trump, quien supo construir gran parte de su imagen política sobre denuncias de corrupción y escándalos sexuales que involucraban a las espadas demócratas más filosas, se encuentra ahora atrapado en un caso que él mismo contribuyó a poner en el tapete: la trama criminal de Jeffrey Epstein. Lo que comenzó como una narrativa conspirativa para desacreditar a sus rivales amenaza ahora con debilitar su liderazgo dentro del movimiento Make America Great Again (Maga) y generar una grieta política dentro de su núcleo más leal.
La decisión de esta semana del Departamento de Justicia –bajo la actual administración republicana– de no desclasificar más documentos vinculados al caso Epstein, sumada a la afirmación oficial de que no existe una “lista de clientes” con nombres comprometidos, generaron una ola de indignación entre sus propios seguidores, acostumbrados a esperar revelaciones espectaculares contra el “estado profundo” y las figuras del Partido Demócrata.
El miércoles último, un juez federal rechazó una solicitud del Gobierno norteamericano para publicar las transcripciones de las investigaciones del gran jurado de Epstein en Florida, al considerar que no existen motivos extraordinarios que justifiquen su difusión. Una petición similar aún se encuentra pendiente en Nueva York.
La decisión judicial se conoció en un contexto de creciente presión política y mediática, alimentada por la creencia –difundida desde hace años en el ecosistema Maga y canales como Fox News– de que existe un encubrimiento sistemático para proteger a los clientes de Epstein, entre los que se sospecha que hay empresarios, celebridades y exfuncionarios de alto nivel.
Promesa congelada
Jonathan Cooper, periodista de la agencia de noticias AP, recuerda que, hasta hace poco, Trump capitalizaba esa narrativa para posicionarse como el único líder dispuesto a revelar “la verdad” detrás de uno de los casos más oscuros del poder norteamericano. Durante su campaña –señala el analista–, prometió desclasificar los archivos del FBI relacionados con Epstein y exhibir públicamente la supuesta lista de clientes. Incluso la actual fiscal General de los Estados Unidos, Pamela Jo “Pam” Bondi, llegó a declarar a principios de este año, con tono seguro: “La lista está en mi escritorio”.
Pero esa promesa nunca se concretó. Y el reciente anuncio de que no se publicarán más documentos –junto con la confirmación oficial del FBI de que Epstein murió por suicidio en una celda federal hace seis años– desató una tormenta inesperada. Es que Trump no sólo incumplió con la promesa de máxima transparencia, sino que ahora es visto por sectores de su base como parte del mismo sistema al que decía combatir.
Por caso, el canal Fox News, habitualmente afín al magnate neoyorquino, transmitió el malestar en horario central. “Esto apesta”, dijo sin rodeos el comentarista político conservador Jesse Watters. La frase sintetizó el desconcierto de una parte del electorado Maga, que ahora comienza a sospechar que el expresidente está ocultando información clave para proteger a aliados poderosos, o incluso a sí mismo.
Pasto para las fieras
En paralelo, 19 miembros demócratas del Comité Judicial de la Cámara de Representantes exigieron la semana pasada que se convocara a una audiencia pública al director del FBI, Kash Patel, y a otros funcionarios del entorno de Trump, para que rindan cuentas sobre el manejo del caso Epstein y la oscura muerte del financista y delincuente sexual. La presión institucional se suma a la mediática y a la interna, y coloca a Trump en el centro de un triángulo político que no domina.
En su intento por retomar el control de la agenda, el presidente respondió con furia desde su red Truth Social. En una larga publicación, acusó a sus propios seguidores de caer en lo que llamó “el engaño Epstein” promovido por la “izquierda radical”. Los tildó de crédulos y de “débiles”, y lamentó que hubieran comprado la narrativa enemiga, de “anzuelo, línea y plomada”. La reacción fue, para muchos analistas, más reveladora del problema que enfrenta que del intento de solucionarlo.
El escándalo se agravó aún más tras un reciente informe del Wall Street Journal que reveló que Trump había enviado a Epstein una nota obscena acompañada de un dibujo de una mujer desnuda. Aunque no hay pruebas concluyentes sobre el contenido o la intención de ese mensaje, el dato alimentó nuevas sospechas y dejó abierta la puerta a posibles investigaciones adicionales.
El pantano sigue igual
En medio de las turbulencias, este jueves, el director de comunicaciones de la Casa Blanca, Steven Cheung, calificó de “fake news” las informaciones que vinculan a Donald Trump con el caso Epstein. Según The Wall Street Journal, CNN y The New York Times, el presidente fue informado en mayo por funcionarios del Departamento de Justicia que su nombre aparece “en múltiples ocasiones” en los archivos del escándalo. Cheung negó la veracidad de esos reportes y aseguró que se trataba de una maniobra de los medios liberales y de los demócratas para perjudicar al mandatario, comparándola con lo que llamó el falso “Russiagate” impulsado contra Trump años atrás.
Lo cierto es que, por imperio de las circunstancias, el caso Epstein se convirtió en una especie de piedra angular para las teorías conspirativas de la ultraderecha norteamericana. Así, durante años, figuras cercanas a Trump como Dan Bongino o el propio Kash Patel alimentaron la idea de que existía una red global de pedófilos con protección estatal, y que sólo un outsider como Trump podría desmantelarla. Esa fantasía colectiva fue uno de los motores narrativos de QAnon, el movimiento conspirativo que elevó al magnate neoyorquino casi al estatus de figura mesiánica.
Ahora, esas mismas fuerzas se vuelven contra él. La negativa a publicar más información, sumada a la falta de avances judiciales contra terceros implicados, socavan la credibilidad de su promesa de “limpiar el pantano”. Y, por primera vez desde su irrupción política, Trump enfrenta una rebelión discursiva dentro de sus propias filas.