Sebastián Katlirevsky es cordobés y vive desde hace siete años en Israel, en un kibutz a pocos kilómetros de la frontera con Gaza, junto a su esposa y tres hijos . Es una de las personas cuyas vidas ha cambiado en horas tras el ataque de Hamas.
En una entrevista en video con La Voz, cuenta lo que vivieron el sábado pasado con los terroristas alrededor de comunidades cercanas. Dice que nunca pensó en algo así, que costará mucho recuperar la normalidad y que, pese a todo, no pierde la esperanza.
Mañana de un día agitado
A las 6.30 del sábado, día de descanso en Israel, Sebastián y su esposa se despertaron con las sirenas de la defensa antimisiles que les avisaron a los civiles que tenían que ir a un refugio. Llamaron a los niños y se recluyeron en la parte más protegida de la casa. Luego, en un momento de calma en medio del estrés, corrieron al refugio antibombas frente a su domicilio. “No es algo tan anormal, aunque parezca terrible”, relató. “Hace muchísimos años que estamos sometidos a bombardeos”.
Sin embargo, pocos minutos después, empezaron a circular videos de terroristas de Hamas en territorio israelí. “Eso sí es muy anormal”, comentó. “Hasta ese momento no entendíamos bien qué estaba pasando. Si eran fake news, no podíamos saberlo”.
Pero la incertidumbre se transformó en certeza. “Lamentablemente era una realidad. La inteligencia israelí y el Ejército se durmieron. No, no la vieron venir y cuadrillas de terroristas muy bien organizados y muy bien armados entraron en la región”, contó.
Terribles acontecimientos
En el refugio, Sebastián empezó a enterarse de los acontecimientos que se habían desatado con la irrupción de milicianos de Hamas . Le contaron que un vecino que hace ciclismo estaba en la ruta con otros ciclistas, pasó a su lado un vehículo y les empezaron a disparar. “Sólo lo hirieron en la mano, gracias a Dios”. Ese episodio no era nada comparado con lo que sabrían poco después.
Además de personas a quienes ve desde hace años, en el refugio había cuatro jóvenes desconocidos que le llamaron la atención. “Venían de una fiesta electrónica que se desarrolló a unos ocho kilómetros de donde yo vivo; les pregunté quiénes eran y no me contestaban, estaban en shock y yo aún no entendía qué había pasado. Con el correr de las horas, me enteré de que a esos chicos, la mayoría adolescentes, los acribillaron, y se salvó el que pudo. No sé cómo esos cuatro llegaron al refugio”, relató.
Sebastián conoce a varias personas que fueron secuestradas o desaparecieron. Un jubilado de 70 años cuyo teléfono se detectó en Gaza. Un amigo que es electricista y que junto a su señora y sus tres hijas también están secuestrados.
“No sabemos si están vivos o muertos. Uno pierde las esperanzas, pero no lo sabemos. Son historias horribles. Es una especie de progrom, esas masacres de judíos que se cometían en la Europa oriental, en la Rusia zarista”, afirmó.
A través de los videos y de las historias de sobrevivientes, se enteró de que también “hubo violaciones de chicas, con sus amigos o sus novios muertos al lado, y después fueron asesinadas o se las llevaron secuestradas, niños escondidos en armarios que presenciaron la muerte de sus padres, familias enteras también muertas, gente que se encerraba y les incendiaron la casa”.
“Esto es terrorismo en su máxima expresión”, dice. “No es una guerra de pueblos. Uno tiene que mirarlo desde más arriba. Es una guerra del bien contra el mal. Una guerra de la civilización occidental, por lo menos como la conocemos nosotros, con los valores que conocemos, contra la barbarie”.
El futuro
La familia de Sebastián aún no pudo volver a su casa. Su esposa y sus hijos fueron evacuados, pero él se quedó para trabajar en el tambo de la comunidad. “El tambo tiene que seguir produciendo, si no las vacas se mueren y eso es un tema de seguridad alimentaria. Necesitamos seguir produciendo alimentos, así que yo me quedé todos estos días durmiendo en el refugio y yendo a trabajar, haciendo lo mínimo posible por los animales y cuidando a mi grupo de trabajo también”.
Luego de vivir semejante experiencia, es lógico que le cueste imaginar cómo será el futuro. “Es horrible, es muy, muy difícil pensar cómo vamos a seguir adelante. Estamos hablando de comunidades chicas. Y en algunas de esas comunidades hay más de 100 muertos”
No obstante, cree que todavía hay esperanza, “porque los ideales de la gente son muy fuertes; pero igualmente va a ser un gran reto , como el hecho de tener que enseñarle a la siguiente generación que hay gente buena también del otro lado”.
