Los hombres uniformados marchan en perfecta sincronía. Helicópteros cruzan el cielo con la bandera roja y amarilla flameando como un latido. Una multitud observa en silencio, con los celulares alzados, mientras el tanque -el mismo que rompió las rejas del antiguo Palacio de la Independencia hace 50 años- reaparece ahora como símbolo y no como amenaza. Vietnam recuerda, pero no se detiene.
Este miércoles, el país asiático conmemora el 50º aniversario del fin de la guerra con Estados Unidos, un conflicto que dejó una herida que tardó décadas en cerrar y que todavía late en las esquinas más íntimas de la memoria colectiva. La caída de Saigón, aquel 30 de abril de 1975, dejó de ser un símbolo de victoria o de derrota para transformarse en otra cosa: un recordatorio de que la paz, cuando se conquista, hay que celebrarla todos los días.
Mirar hacia adelante
“Todos los vietnamitas son descendientes de Vietnam”, dijo To Lam, secretario general del Partido Comunista, desde la tarima central, rodeado de banderas, veteranos y dignatarios extranjeros. Sus palabras, dirigidas al pueblo, pero también al mundo, pusieron énfasis en una idea que se repitió a lo largo del acto: cerrar el pasado, respetar las diferencias, mirar hacia adelante.

Ya no es el lenguaje de la gesta ni de la resistencia. Es otro tono, más conciliador, más pragmático. Vietnam no sólo rememora su historia; también revisa su lugar en el tablero geopolítico, sabiendo que los equilibrios de poder ya no se disputan en trincheras, sino en los corredores del comercio y la diplomacia.
Hubo picnics, fuegos artificiales y espectáculos de drones. Las calles de la antigua capital del sur, rebautizada Ciudad Ho Chi Minh, fueron una fiesta de rostros jóvenes pintados con la bandera y camisetas patrióticas. Tropas chinas, laosianas y camboyanas compartieron el desfile con las formaciones vietnamitas. La paz, al menos en su forma ceremonial, se hizo carne en la avenida que conduce al Palacio de la Independencia.
Avances con tropiezos
No todo es relato. La reconciliación entre Vietnam y Estados Unidos avanzó, pero no sin tropiezos. El 30º aniversario de relaciones diplomáticas bilaterales se conmemora este mismo año. Y aunque en 2023 se elevó el vínculo al nivel de socio estratégico integral, señales más recientes -como la ausencia del embajador estadounidense en el acto o los nuevos aranceles impuestos desde Washington- sugieren que la paz económica puede ser tan frágil como la otra.
El discurso de To Lam también dejó espacio para recordar a quienes estuvieron del otro lado. Mencionó la solidaridad de “personas progresistas” en Estados Unidos y en otras partes del mundo, y destacó la deuda de gratitud con la extinta Unión Soviética y con China. Pero, como bien apuntó el analista Nguyen Khac Giang, la guerra sigue siendo el pilar simbólico sobre el que se asienta la legitimidad del Partido Comunista. Una guerra que unificó, sí, pero que también dividió.
Para veteranos como Pham Ngoc Son, que condujo camiones por el sendero Ho Chi Minh en los días más oscuros del conflicto, no hay espacio para revanchas. “La guerra terminó hace mucho”, dijo, rodeado de jóvenes que no conocen el miedo a los bombardeos ni el silbido de los B-52.
El desfile concluyó. Las cámaras se apagaron. Pero Vietnam continúa su marcha. Medio siglo después, el país sigue cruzando su propia línea de llegada: la del desarrollo, la de la reconciliación verdadera, la de un lugar más firme en el mundo.