En noviembre, la inflación volvió a desacelerarse y registró un aumento mensual del 2,4%. Con este dato, los precios acumulan en lo que va del año un incremento del 112%, según el último informe del Indec.
Sin embargo, estas cifras generaron controversia porque muchas personas sienten que no reflejan los aumentos de precios que realmente enfrentan en su día a día. Esto tiene una explicación: el IPC no mide los consumos de cada individuo, sino que calcula el promedio de las variaciones de precios de una canasta de bienes y servicios diseñada para representar a todos los hogares del país.
¿Cómo se construye el índice que mide la inflación?
Dado que cada hogar consume artículos diferentes y en cantidades variables, sería imposible medir individualmente el gasto de cada uno para analizar el consumo de todos.
Por esta razón, el índice de precios al consumidor (IPC) se utiliza como una herramienta que mide la evolución promedio de los precios de una canasta representativa de bienes y servicios, según la definición del Indec. Esta canasta refleja los patrones de consumo de los hogares.
La construcción de esta canasta comienza con una encuesta a hogares representativos, en la que se recopila información sobre sus hábitos de consumo. A partir de los datos obtenidos, se seleccionan los bienes y servicios más relevantes y se les asigna un peso proporcional a su participación en el gasto total de las familias. Luego, mensualmente, se relevan los precios de estos productos en comercios y servicios, comparándolos con los del mes anterior para medir las variaciones y calcular así la inflación.
Midiendo la inflación con una receta de otro tiempo
Sin embargo, el cálculo del IPC enfrenta un problema importante: las ponderaciones de su canasta no se han actualizado para reflejar los cambios en los hábitos de consumo. Actualmente, estas ponderaciones todavía se basan en datos de la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (ENGHo) de 2004-2005.
En los últimos años, los patrones de consumo cambiaron de manera significativa. Para corregir este desfase, el Indec está trabajando en una actualización del IPC, utilizando las nuevas ponderaciones derivadas de la ENGHo 2017-2018. Esta última encuesta revela una disminución en el peso de los bienes y un aumento en los servicios, un cambio impulsado por avances tecnológicos y transformaciones culturales.
Hoy, los servicios digitales, como plataformas de streaming y telefonía móvil, ocupan un lugar más relevante en los presupuestos familiares, mientras que gastos como el alquiler de películas o el uso del fax quedaron obsoletos.
Además, la proporción del gasto en alimentos y bebidas no alcohólicas disminuyó, en contraste con un aumento en restaurantes y en comidas listas para consumir. Por otro lado, categorías como transporte, comunicaciones y vivienda, agua, electricidad y combustibles también ganaron peso en la nueva canasta, y reflejan prioridades de consumo más actuales.
Esta actualización busca ajustar el IPC a la realidad del consumo en la segunda década del siglo 21, ofreciendo una medición más precisa y representativa del impacto de la inflación en los hogares.
Cambia la canasta, ¿cambian los números?
Actualizar la canasta del IPC no es solamente un ajuste técnico: cambiaría significativamente los resultados. Según un informe de la Consultora Empiria, si el índice reflejara los patrones de consumo actuales, la inflación de noviembre no habría sido del 2,4%, sino del 2,6%. Aunque esta diferencia puede parecer menor, tiene implicancias importantes, sobre todo cuando se evalúan metas de política económica, como el objetivo presidencial de alcanzar la inflación cero.
Por esta razón, es crucial que este proceso sea independiente de intereses políticos. No se puede permitir que la actualización de un indicador tan relevante quede subordinada a la necesidad de mostrar unas décimas menos de inflación en los informes oficiales. La credibilidad del IPC, y de las estadísticas públicas en general, depende de que reflejen con precisión la realidad que enfrentan los hogares.