Durante 2019 –antes de la pandemia–, las importaciones desde China rondaban los U$S 800 millones mensuales. Este año, el promedio es de U$S 1.495 millones. Casi el doble. Pero ocurre que en 2022, durante la pasada gestión kirchnerista, el nivel mensual era de U$S 1.486 millones, prácticamente lo mismo que en 2025.
¿Por qué, entonces, la llegada de bienes chinos hace tanto ruido ahora? Hay varios factores detrás de la erizada piel de muchos industriales.
El primero es el impacto que genera la reconexión con el mundo, justo cuando la puja arancelaria que impulsó Estados Unidos llevó a China a derivar sus excedentes exportables a nuevos destinos.
Por lo tanto, pese a que la Argentina sigue en el lote de los 20 países más cerrados, abrir un poco el grifo a una determinada velocidad equivale a llenar la pileta en poco tiempo.
Aquí es interesante bucear en la estadística. Las importaciones chinas de este año, en dólares, son menores en bienes de capital, en bienes intermedios y en piezas y en accesorios en comparación con 2022.
En cambio, hay un salto de casi 50% en bienes de consumo y de 442% en vehículos (por el cupo libre de aranceles para unidades eléctricas e híbridas), aunque la participación relativa de este último ítem es muy baja en el total de compras a China.
El segundo factor, entonces, alude a los productos terminados que compiten en precio con los fabricados aquí. La gama es muy amplia y va desde electrodomésticos hasta ropa, con casos concretos en los que los saltos han sido muy fuertes, no sólo en facturación, sino también en cantidad de unidades.
El tercer punto es el contexto local, porque este fenómeno ocurre en medio de una errática y heterogénea evolución del consumo, que todavía registra saldos negativos en diferentes rubros, en un ecosistema que tiene una alta y crónica dependencia del mercado doméstico.
Aquí no sólo influye el sufrido poder de compra de los salarios, sino también las restricciones monetarias que están en el corazón de la fase de estabilización para seguir alejando las llamas de la inflación.
Y, finalmente, está la velocidad de procesos que impactan en la producción industrial. Mientras las importaciones corren, incluso por nuevos ductos, como las compras vía courier, la reducción de costos internos, sobre todo los asociados a la presión impositiva consolidada (Nación, provincias y municipios), apenas ha dado un par de pasos.

Las presas
Durante el seminario anual de Propyme –programa que el grupo Techint sostiene desde hace más de 20 años para su cadena de valor–, el lamento por el factor China fue unánime.
El líder del holding, Paolo Rocca, habló de una “actitud predatoria” del gigante asiático. Los predadores, se sabe, buscan presas; se alimentan con ellas para sobrevivir. Ni Techint ni ninguna industria quieren estar en ese menú. Y por eso gritan.
Igual, con los matices propios de cada tiempo, no deja de llamar la atención la intolerancia actual a lo que antes era relativamente tolerable, cuando cazar y ser cazado en el Jurassic Park vernáculo se parecía a un triste juego de resignados en el que los principales perdedores eran los últimos eslabones de la cadena.
La dinámica es archiconocida: gobernantes que ampliaron las estructuras de gasto público subiendo la carga fiscal para el mismo universo de pagadores y, a la vez, fabricantes y comercios vendiendo sus productos en un mercado aislado. ¿Qué podía salir mal?
“Ahora, además de nivelar la cancha, hay que defender profundamente la estructura industrial”, reclamó Rocca. Las primeras luces sobre 2026 siguen mostrando claroscuros.
La consultora Abeceb prevé un crecimiento de 4% en el consumo privado, pero cree que se mantendrá el desacople entre demanda e industria, con la producción todavía por debajo de 2023, reflejo de la presión de las importaciones y de la lenta recuperación de algunos sectores manufactureros.
























