Hace 15 años, Eugenia Martina tomó una decisión que cambiaría su vida. Luego de hablar con su esposo, Germán Darico, que trabajaba en el campo con su padre y sus hermanos, se animó a iniciar su propio emprendimiento: agregar valor a la soja fabricando milanesas y otros subproductos.
Así nació Gliestore, que comenzó vendiendo en Río Cuarto y, finalmente, instaló su planta de producción en Elena, a unos 70 kilómetros, sobre la autovía ruta 36.
Inquieta y enérgica, esta emprendedora y su esposo consiguieron que su suegro la apoyara convirtiendo un campo de 40 hectáreas en orgánico, certificaron normas de calidad ISO 22.000 y desarrollaron una maquinaria para controlar malezas sin agroquímicos, lo que le valió un premio de la Universidad Siglo 21. A fin de año, lanzará galletitas, un producto que le permitiría cumplir otro sueño: exportar.
–¿Cómo nació la idea de empezar con un emprendimiento propio?
–Hasta 2010, trabajaba en una empresa como contadora. En ese momento, le dije a mi marido que no quería trabajar más en ese lugar, que quería crear mi propia empresa, quería hacer algo propio. Germán, mi marido, trabajaba con su papá y su hermano como contratistas rurales. Tenían unas pocas hectáreas, unas 60 más o menos, y además alquilaban campos. Mi idea era simple: si en la zona se producía soja, había que darle valor agregado a ese producto. Aunque fueran pocas hectáreas, si lográbamos transformar ese grano, los resultados iban a ser mejores. Esa era mi visión en 2010.

–¿Cómo reaccionó tu familia?
–Germán me dijo: “Me parece muy bien”. Con el dinero que tenía de mi otra actividad, compramos una hectárea sobre la ruta 36, donde hoy funciona la planta y la administración. Empezamos viendo varios modelos de proyectos. No fue un camino lineal: primero pensamos en producir expeller de soja, pero la inversión era demasiado grande. Entonces empecé comprando el expeller a otra empresa y con eso hicimos las primeras pruebas de milanesas.
–Además, había que crear una empresa.
–Ese mismo año apareció un programa de capital semilla de Nación, que pedía que el emprendimiento fuera una empresa formal. En 2010, todavía no existían las SAS (sociedad por acciones simplificadas), así que armé una sociedad anónima y la llamé Gliestore, con las iniciales de nuestra familia: Germán, mis hijos Lautaro e Ignacio, y Eugenia. El agregado de store se refiere a todo el acompañamiento que pueden hacer los proveedores y la cadena de valor. Con ese crédito, que en aquel momento fue de unos $ 5 mil, armamos el primer galpón. Era poco dinero: sólo la estación de rebaje de energía nos costó $ 60 mil, así que tuvimos que pedir prestado. El galpón lo levantamos con la ayuda de amigos y familiares.
–¿Cómo surgió la marca?
–Sabíamos que necesitábamos un packaging atractivo y ahí contacté a Marcelo Vergongian, un diseñador de Córdoba especializado en alimentos. Le llevé 45 nombres y recién pudimos registrar el número 46: Enkelsoy, que significa “soja rápida y liviana” en el idioma sueco. Esa fue la marca con la que salimos al mercado.

Negocio por negocio, con un mapa en la mano
–¿Cómo fueron los primeros años?
–Muy intensos. En aquel momento vivía en Río Cuarto con nuestros niños y mi marido trabajaba en Elena. Yo tenía un mapa con todos los negocios de Río Cuarto que tenían freezer. Iba uno por uno, ofreciendo el producto. Así logramos las primeras ventas. Mi objetivo era que fueran alimentos sanos y accesibles, que sumaran valor en la zona. No sabía nada de alimentos ni de packaging, tuve que aprender todo.
–¿Quién te ayudó en esa etapa inicial?
–Carlos Mensa, el primer ingeniero químico que tuvimos. Él me dijo: “Vos conseguí el packaging que yo hago una buena milanesa”. Así arrancamos, fue un proceso largo de prueba y error.
–¿El objetivo era vender en la zona?
–Desde un primer momento, empezamos a mirar hacia mercados externos. Comenzamos a participar en las ferias que organiza la agencia ProCórdoba: eventos locales y ferias internacionales, en China, Tailandia y Barcelona (España). Cada viaje fue un aprendizaje. En China nos decían que el producto duraba poco; en Tailandia pedían versiones secas, porque todo lo nuestro era congelado. Volvimos e hicimos ensayos para alargar la vida útil y así fue que hoy nuestras milanesas congeladas duran un año. También desarrollamos bases en seco. En Barcelona nos marcaron que no teníamos certificaciones, y eso nos llevó a dar otro salto clave.
–Certificar normas de calidad.
–Claro. Decidimos certificar ISO 22.000, que normaliza la gestión de calidad en todos los procesos. Fue un cambio enorme. Desde entonces, tenemos protocolos escritos para todo. Ya no depende de que esté el jefe para decidir, sino que todo está estandarizado. Y cuando uno se sienta a negociar con alguien y le decís que tenés ISO 22.000, la conversación es distinta.

El paso a lo orgánico
–En 2018 dieron otro giro: la producción orgánica. ¿Cómo fue esa decisión?
–Fue una propuesta que le hice a mi marido y que él compartió con su papá. Nos cedió 40 hectáreas y empezamos la transición: la ley exige dos años de depuración del lote.
–¿Buscaron algún asesoramiento?
–Nos apoyamos mucho el Grupo Pampa Orgánica Norte, que trabaja esto para cultivos extensivos. Había que rescatar viejas formas de producir, y en esto nos ayudó mucho mi suegro, que por ser una persona grande se sentía marginada de las formas de producir en la actualidad.
–¿Cómo financiaron la certificación?
–Aprovechamos una línea de financiamiento de la Provincia, Mi Primera Certificación. Carolina Delfino fue nuestra certificadora, un proceso que llevó un año y medio. Avanzamos por etapas de 10 hectáreas cada una; en 2023 logramos certificar todo el campo. Hoy rotamos soja y maíz, tenemos ganado y cerramos el círculo productivo. Para la producción de las milanesas necesitamos unas 10 hectáreas de soja orgánica por año.
–¿Qué impacto tuvo esa transformación?
–Hoy podemos decir que somos los únicos en Argentina que producimos milanesas de soja orgánica. Eso nos diferencia y abre la puerta a mercados más exigentes.
–¿Cómo hicieron para controlar la maleza sin utilizar agroquímicos?
–Desarrollamos una máquina propia. La marca se llama Ecocaio, que lleva el apodo de mi suegro, Caio. Es una cegadora que controla malezas sobre el surco sin romper el pan de tierra, lo que permite conservar la biodiversidad. Lo presentamos en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y luego en la Universidad Siglo 21, donde ganamos un premio en la categoría máster de innovación.
–¿Cómo lo hicieron? Porque ustedes no son una metalúrgica.
–Con la ayuda de varios talleres metalúrgicos de la zona; un ingeniero mecánico aportó el diseño, un programador aportó el software, se hicieron pruebas en nuestro lote y en el Inta Manfredi, se corrigieron y se concretaron los ajustes necesarios y ahora se hace este equipo en módulos. Es un orgullo, porque demuestra que desde un emprendimiento familiar también se puede innovar en tecnología agrícola.
–¿Qué tipo de productos elaboran actualmente?
–En lo industrial, hacemos harina de soja desactivada, expeller orgánico, pan rallado orgánico y premezclas. Y en alimentos, desarrollamos milanesas en distintas variedades: clásicas, rellenas y, próximamente, hamburguesas de soja con lentejas, arvejas o garbanzos. Estas últimas van a ser sin empanizar, aptas para celíacos.
–¿Cuál va a ser el próximo paso?
–Nuestro próximo gran paso va a ser producir galletitas. Estamos trabajando en una línea de galletitas sin TACC con base de soja: de naranja y menta, con semillas, con frutos secos y una premium, bañada en chocolate. Queremos lanzarlas a finales de este año, porque van a ser el punto de partida para abrir mercados externos.
El sueño de exportar
–¿Por qué las galletitas son estratégicas para la exportación?
–Porque son un producto seco, lo que nos permitiría resolver la gran dificultad que tenemos para exportar las milanesas de soja: la logística del congelado. Transportar milanesas congeladas es caro y complejo. Con las galletitas, podemos superar esa barrera y finalmente concretar el sueño de exportar.
–¿Hoy dónde están vendiendo?
–Estamos en Córdoba, en Buenos Aires y buscamos activar exportaciones. Tenemos toda la estructura, pero necesitamos el producto adecuado para que sea rentable.
–Los mercados externos exigen sustentabilidad. ¿Están pensando algo en este sentido?
–Estamos en proceso de certificarnos como empresa del Sistema B, somos industria cero desperdicio y generamos bonos verdes. Eso es parte de nuestra filosofía: producir con impacto positivo.
–¿Cómo se logra ser cero desperdicio en la industria de alimentos?
–Reutilizando todo lo que generamos. El expeller vuelve a la cadena productiva, trabajamos con energías renovables (tienen un sistema de paneles solares) y siempre buscamos cerrar los círculos de producción.
–Si mirás hacia adelante, ¿cómo ves la industria?
–Estoy convencida de que el futuro de los alimentos pasa por la trazabilidad. El consumidor quiere saber de dónde viene lo que come, cómo se produjo, si fue sustentable. Nosotros, desde Río Cuarto, ya lo estamos aplicando: producimos el grano, lo procesamos, lo convertimos en alimentos y podemos mostrar todo su recorrido.
Emprendedora y amante del arte
Nombre. Eugenia Martina (49).
Casada con. Germán.
Hijos. Ignacio (28) y Lautaro (18).
Le gusta. El arte; tiene otro emprendimiento, Eugeniarte, con joyas y porcelana dibujada con plumín. Además, hace canto, piano y natación.
Empresa. Gliestore SA.
Colaboradores. 17 personas.
Producción. Fabrica entre 8 mil y 10 mil paquetes (cada una de cuatro unidades) de milanesas de soja. También galletas, harina y soja en grano.
Activa en entidades. Es integrante del Centro Empresario, Comercial, Industrial y de Servicios de Río Cuarto (Cecis) y del colectivo Mujeres Empresarias (de Came).
Teléfono. 358 570 8053.
E-mail. producciongliestore@gmail.com
Web. gliestore.com
Instagram. @gliestore_