Una tabla de stand up pádel inflable de $ 858.000 fue la primera venta con la que Decathlon Argentina puso en marcha su negocio en el país hace una semana. El argentino que compró el chiche (innovador best seller de la cadena francesa en el mundo) llevaba unas 16 horas de cola en la puerta del local de Vicente López, primero en una fila de más de tres mil personas. Con su adquisición, se hizo de la tabla a menor precio del que hoy se ofrece en Brasil (donde muchos compatriotas la compraron el verano pasado) y contribuyó al récord marcado por el local: 10 mil clientes en un día y la mayor facturación entre las 1.750 sucursales regadas por el mundo.
Tamaña respuesta de público ilustra el profundo cambio que se está produciendo en el mercado de la indumentaria en Argentina a partir de la política de creciente apertura comercial del Gobierno nacional. El fenómeno, caracterizado por la explosión de la importación de ropa y su efecto sobre la industria nacional, genera un fuerte debate que también sumó capítulos en los últimos días: desde el reclamo de Juan Martín de la Serna –número uno en la operación de Mercado Libre– para regular el avance de las plataformas Shein y Temu, al proyecto proteccionista presentado por el diputado Miguel Ángel Pichetto, que propone aplicarles un arancel del 30% a todos los productos que ingresan al país a través de sendas gigantes chinas.

El “fenómeno Decathlon” ilustra que el proceso de apertura tiene matices, y sano es debatirlo en su complejidad, lejos de las posiciones extremas de blanco o negro.
La baja de aranceles y la eliminación de trabas aplicadas por la gestión Milei a la importación de ropa está funcionando como estímulo para la llegada de marcas y cadenas internacionales altamente valoradas por el consumidor que, además de ampliar la calidad y variedad de la oferta en el mercado local y bajar los precios, generan puestos de trabajo. Los de Decathlon serán 750 sólo directos en 20 tiendas a inaugurarse en cinco años. Otros 400 sumará la uruguaya Indian cuando complete su plan de sucursales. Dos casos, a modo de ejemplo, con impacto directo en Córdoba.
Desembarcos como estos, sumados al gran salto en la compra de prendas terminadas al exterior encarada por marcas y comerciantes argentinos, explican la explosión en la importación de ropa: de enero a septiembre de este año, superaba los 450 millones de dólares, cifra 109% superior a la de igual lapso de 2024.
Esa transformación, potenciada por la baja del consumo, ha recortado drásticamente los precios. De diciembre a octubre, la ropa acumula en Córdoba una suba del 8,3%; menos de un tercio que la inflación general.
La cuestión es que en paralelo a ese flujo de mercaderías, crece imparable el que genera mayor preocupación en la industria: el de las microimportaciones vía courier, un canal por el que parte de lo que se adquiere ingresa libre de aranceles (a cada mayor de edad se le habilitan hasta U$S 400 dólares en cinco envíos anuales) y a precios subsidiados por las plataformas chinas Shein y Temu.
En septiembre, el total comprado vía correos internacionales fue de 102 millones de dólares. Aquí la ropa es un rubro entre muchos, pero pisa fuerte.
Ese monto dejó muy atrás los 74,4 millones importados por las marcas de indumentaria en el mismo mes.
Dos caras bien distintas a diferenciar dentro del ‘boom importador’ cuando se juzga el destino de la cadena textil y de indumentaria argentina.
Precisamente dar ese debate fue lo que reclamó esta semana Paolo Roca, CEO del Grupo Techint, el mayor conglomerado industrial privado del país. Desde el escenario de la 31ª Conferencia de la Unión Industrial Argentina, celebró el avance de Milei en ordenar la macro pero insistió sobre la necesidad de trazar, a partir del diálogo, una política industrial para el país. “Puede estar desprestigiada por errores y abusos del pasado, pero no deja de ser necesaria. En materia cambiaria, hemos cometido todos los errores y sin embargo nadie piensa que no es necesario tener una política de ese tipo”, razonó con irrefutable lógica.
“Tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué cadena de valor vamos a apoyar y cuál no. Probablemente algunos sectores no tienen vigencia estratégica en nuestro país, pero otros sí. A estos hay que acompañarlos a que hagan la transición en medio de una apertura económica que debe ser racional”, dijo, y subrayó el sinsentido de que Argentina destruya el gran capital que constituye su industria.
























