En la primera mitad del año, a pesar de lo agitado de la política, la actividad económica creció a buen ritmo por lo menos hasta junio. Pero los indicadores que comenzaron a verse a partir de julio anuncian un cambio para el segundo semestre.
El Estimador Mensual de la Actividad Económica (Emae), que elabora el Indec y adelanta la tendencia que luego mostrará el PIB, registró en junio un crecimiento de 6,4 por ciento interanual y un avance acumulado en la primera mitad del año de 6,3 por ciento.
Es cierto que hasta mediados de 2021, la economía recién estaba saliendo del bajón que provocó la pandemia de Covid, lo cual generó una base baja que ayudó a las comparaciones año contra año.
Pero lo concreto es que crecieron distintos sectores: la industria avanzó impulsada por los rubros automotor, maquinaria agrícola, metalúrgica y materiales de construcción; también lo hicieron la construcción, minería, turismo, algunos sectores del comercio y la producción del agro.
Pero los primeros datos de julio muestran que el segundo semestre no será igual. El Índice General de Actividad de la consultora Orlando Ferreres y Asociados arrojó en el séptimo mes un crecimiento interanual de 5,6 por ciento y una caída de 0,3 por ciento frente a junio en términos desestacionalizados.
Para el mismo mes, el Índice de Producción Industrial (IPI) de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (Fiel), mostró un salto positivo de 1,9 por ciento en relación con julio del año pasado, pero comparado con junio dio un retroceso de 2,9 por ciento desestacionalizado. El crecimiento industrial estuvo sostenido por la industria automotriz, que continúa siendo el rubro con mejor perspectiva.
El consumo, en tanto, se vio impactado por la inflación. Según datos de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (Came), las ventas minoristas bajaron en julio 3,5 por ciento interanual.
Fin del rebote
Por efecto de la pandemia, en 2020 la economía cayó 9,9 por ciento, pero se recuperó en 2021 creciendo 10,3 por ciento.
Este empuje continuó en el primer semestre de este año, pero su fuerza se agotó a partir de julio con la partida del ministro de Economía, Martín Guzmán; la inflación de 7,4 por ciento de julio; el dólar informal por encima de los 300 pesos (que estiró aún más la brecha cambiaria); la pérdida de reservas netas del Banco Central (BCRA) y la previsión del ajuste, que finalmente comenzó en agosto tras el ingreso de Sergio Massa a Hacienda, con la suba de tasas y el recorte presupuestario.
Si finalmente el punto de inflexión es julio, se cumplirá una tendencia que se viene dando en el país desde hace años. Como puede observarse en la evolución del Emae en la última década (ver gráfico) hay un “techo” que la economía nunca pudo superar ni con las gestiones de Cristina Fernández ni con las de Mauricio Macri y Alberto Fernández.
Un techo difícil de superar
Al respecto, Jorge Colina, presidente del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa) explica que con el rebote pospandemia, la actividad económica recuperó los niveles que tenía entre 2018 y 2019, pero no logró más que volver al estancamiento que había registrado con la crisis cambiaria que marcó el final del gobierno de Cambiemos.
“Cuando la inflación aumenta, la actividad se achata porque la gente invierte menos. En un principio, el consumidor apura el consumo para no perder poder de compra, pero es movilizador en un principio; esto mismo acelera más la inflación y al final del ciclo los volúmenes dejan de crecer, factura más, pero vende lo mismo”, explica.
Por su parte, Según Elisabet Bacigalupo, responsable de análisis macroeconómico de la consultora Abeceb, asegura que tras un primer y segundo trimestre con signos positivos, la fragilidad macroeconómica del momento actual hace proyectar un cambio de tendencia en el tercer trimestre y una caída del dos a tres por ciento interanual para el cuarto trimestre. Con esto, la economía para todo el 2022 podría cerrar con un avance de 2,7 a tres por ciento anual, y una inflación proyectada en 95 por ciento (con chances de que llegue a tres cifras).
“El freno va a ser muy heterogéneo en lo sectorial. La industria automotriz sigue bien, pero la metalmecánica ya está debilitada por las restricciones a la importación. El consumo cae en términos reales, pero muchos bares seguirán llenos y las zonas turísticas tendrán buena afluencia los fines de semana largos. Lo mismo sucede en la construcción, ya que hay sectores con exceso de pesos que se vuelcan a la obra y a la compra de galpones”, aclara.
Para Bacigalupo, “la prioridad (del Gobierno nacional) es la estabilización, más que la actividad económica”, por lo cual no puede hacer más que recomponer oferta dólares, tratar de que la inflación no siga subiendo, evitar colocar deuda para cerrar el déficit, todo sin devaluar ni emitir pesos.
Según Colina, la suba de tasas, la brecha cambiaria y la mayor inflación provoca un doble efecto: reduce la inversión e incentiva a quienes tienen pesos a refugiarse en el dólar.
Por su parte, Juan Manuel Garzón, economista jefe del Ieral, de la Fundación Mediterránea, advierte que quedó agotado el modelo que sostuvo el Gobierno nacional hasta la primera mitad del año, ya no queda margen para un tipo de cambio atrasado y tasas de interés reales negativas.
“La etapa anterior duró mientras que el Banco Central tuvo reservas y la balanza comercial con el exterior tuvo superávit. Ahora, hay que ver que los anuncios de ajuste se vayan materializando. Si el gasto público se empieza a frenar, la economía va a entrar en recesión; pero si eso no pasa, va a entrar en recesión y en aceleración inflacionaria. La aspiración máxima debería ser equilibrar la macroeconomía y evitar que la recesión sea aún más fuerte”, previene.
El problema sigue estando en el terreno de la política. Si este ajuste no está acompañado con algo de consenso y mejora en las expectativas, sólo enfriará la economía, tal como sucedió en 2018.
La industria y el agro, dos motores que bajan un cambio
Más allá de las proyecciones, el dato clave es qué sucederá en el segundo semestre con la industria y el agro, dos actividades que fueron claves en la recuperación de la economía hasta mediados de este año.
David Miazzo, economista jefe de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (Fada), adelanta dos factores a tener en cuenta: la sequía y los precios.
Por ahora, se prevé una temporada con pocas lluvias hasta enero y febrero, lo cual ya está impactando en la producción de trigo, ya que según las primeras proyecciones se sembraron entre 600 mil y un millón de hectáreas menos, y todavía está por verse qué pasará con el maíz y la soja, cuya siembra arranca en septiembre.
“Si el perfil de humedad en los campos no es bueno, el productor prefiere sembrar menos, lo cual disminuye la venta de semillas y fertilizantes; incluso puede darse alguna rotación con menos maíz, que demanda más agua, y más soja. En cuanto a precios, la curva fue ascendente hasta abril y mayo y luego empezaron a desinflarse; aún están en buenos niveles, pero lejos de los máximos registrados en el primer semestre”, explica.
La incógnita pasa por si finalmente Massa logrará convencer de que liquiden a los exportadores que aún tengan soja sin vender, aun cuando esto sea “pan para hoy, hambre para mañana”.
“El problema de fondo es el balance del Banco Central, que tiene muchos pesos y pocos dólares. ¿Cómo cierra esa brecha de más de 40 por ciento entre que el exportador recibe dólar soja a 200 pesos y un importador que accede a un dólar a 140 pesos? Hay muchas dudas sobre esto”, explica el economista de Fada.
Otro sector al que debe ponerse la lupa es la industria frigorífica, que ha logrado convencer al Gobierno nacional flexibilizar el cupo de exportaciones de carne vacuna al 15 por ciento a partir de septiembre (estaba en 10 por ciento en agosto), en parque porque los depósitos estaban acumulando stock, ya que el mercado interno no está comprando por la caída del poder adquisitivo de los salarios.
“En general, hay un buen nivel de exportaciones y de precios internacionales, aunque los valores están lejos del primer semestre. El problema es el atraso del dólar; los precios de la hacienda en el mercado interno suben al 60 por ciento y el tipo de cambio crece 35 por ciento, lo cual reduce el poder de compra y termina afectando al productor”, agrega Miazzo.
En el resto de las industrias, la realidad es muy heterogénea.
“Durante el primer semestre, la industria en conjunto tuvo un crecimiento de ocho por ciento en la producción; seguramente va a cerrar el año en términos positivos, pero por las tensiones en la macroeconomía va a registrarse a partir de ahora una cierta contracción”, explica Pablo Dragún, director de Centro de Estudios CEU-UIA, de la Unión Industrial Argentina.
Según los datos que viene arrojando la encuesta que regularmente hace la entidad fabril, para el segundo semestre se proyecta un “cierto aletargamiento en los niveles de producción”, por las dificultades en el acceso a dólares para importar insumos y componentes y por la incertidumbre macroeconómica.
Pero frente a rubros como la de alimentos y consumo masivo, que seguirán estancadas, hay otros como las automotrices y las fabricantes de materiales de construcción seguirán activos por un tiempo más.
“La situación es rara. Prevemos un segundo semestre no tan bueno; no todos los sectores pueden trasladar los costos a los precios y hay que ver la rentabilidad efectiva. Pero las realidades económicas de cada rubro son distintas”, concluye.