En los hechos, puede que haya sido un encuentro más. Pero en el plano simbólico, la reunión del presidente Javier Milei con la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, cobró una dimensión diferente.
El Gobierno intenta apurar el nuevo acuerdo con el organismo internacional, al que pretende vestir de exorcista para ahuyentar la maldición del casi surrealista evento de la “memecoin”.
Hay, además, un telón de fondo que explica la volatilidad en la que ingresó el país. Después de la fase bullish y del baño de euforia desmedida, el mercado se quedó sin nuevas y buenas noticias. El riesgo país es un reflejo del valle. Incluso, no hay que descartar un tramo más en la corrección de precios.
Todo dependerá de la posibilidad de tener una carta fuerte que supere al relato. Es cierto que, por ahora, las esquirlas del episodio $Libra llegaron casi sin fuerzas al mundo financiero, aunque eso no debería relativizar el cachetazo a la confianza que la gestión Milei despertó dentro y fuera del país con su política fiscal para reducir la inflación y sacar a la economía del marasmo.
De hecho, la semana se plagó de datos arrojados por múltiples encuestas que apuntaron a auscultar el estado de ánimo de la opinión pública. También en las redes sociales, ese sórdido universo donde Milei multiplicó a la cofradía libertaria y en el que, vaya paradoja, quedó en ridículo.
La entrevista que luego pactó para explicar lo ocurrido fue un papelón y no hizo más que aumentar la confusión y las contradicciones. Una bala a un pie que todavía sangra.
Aturde el silencio del “círculo rojo” y también el de muchos gobernadores, aunque estos últimos buscan capitalizar a corto y mediano plazo el grotesco presidencial.

Oxígeno en el Norte
En Estados Unidos, Milei y su comitiva cambiaron el aire. El Bank of America organizó un encuentro de dos días dedicado exclusivamente a la Argentina. Las apuestas siguen en alza.
En la agenda del Gobierno también está la búsqueda de un guiño de Donald Trump. La Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham) aseguró que hay “serias posibilidades” de acceder a un tratado de libre comercio con el país norteamericano.
Acuerdo con el FMI habrá, pero la margarita se deshoja alrededor de dos aspectos cruciales: uno de ellos es el desembolso de dinero y bajo qué condiciones. No es lo mismo tener dólares como fondo de garantía que la posibilidad de usar una porción para actuar en los mercados. Al Fondo no le simpatiza esta última opción y, además, pide el fin del dólar blend.
Esa modalidad y las intervenciones en las cotizaciones financieras han sido la causa principal de la débil capacidad del Banco Central para retener las divisas que liquidan los exportadores.
El otro punto es el meneado esquema cambiario y la bendita devaluación. Aquí el Gobierno, se sabe, habla de la apreciación del peso y de cómo evitar que ese proceso siga escalando. Como otras veces, vuelve a escucharse la hipótesis de una banda de flotación, aunque los márgenes no son muy generosos, por el bajísimo nivel de reservas.
Hay otro punto clave: el entendimiento con el FMI debería desinflar el riesgo país para volver a acceder a los mercados de deuda y de esa manera apuntalar la estrategia cambiaria.
Martín Rapetti, uno de los economistas cuestionados por la usina oficialista, participó tiempo atrás de un grupo que analizó 46 experiencias de estabilización en países latinoamericanos.
Ese trabajo dejó en evidencia varias certezas: por ejemplo, que no hay proceso de desinflación sin apreciación cambiaria. Es lo que ha venido pasando. Ahora bien, la clave pasa por la capacidad de sostener esa apreciación. Los que no pueden aguantar, devalúan.
Para Rapetti, el plan de Milei se encuadraría en un “caso de éxito transitorio”. Cree que el actual nivel del tipo de cambio conduce, tarde o temprano, a un déficit de las cuentas externas. No en vano hay cada vez más ojos puestos sobre la balanza comercial y la manera en la que se está achicando el superávit, a la espera de la liquidación de la cosecha gruesa, para la que todavía falta.