Producir energía, extraer petróleo, sacar gas de las entrañas de la tierra, explorar los desiertos, escarbar las piedras buscando las riquezas escondidas. La historia de Alejandro Bulgheroni está signada por estas acciones.
Nacido en Rufino (Santa Fe) y de madre cordobesa, su vida es una aventura de exploración de la tierra y de ingenio empresarial.
Con una fortuna valuada en U$S 5.100 millones de dólares (dato de la revista Forbes de 2024, según la cual, es la tercera persona más rica de la Argentina), el empresario lidera Pan American Energy Group.
Debajo de toda esa estructura energética, corre el empeño por volcar sus habilidades en algo placentero y no menos comprometido: la actividad vitivinícola.
Apostando por viñedos orgánicos para vinos de alta gama, en un trabajo silencioso durante años, ahora emergen con el sello de su propio nombre en la etiqueta: Alejandro Bulgheroni Family Vineyards (ABFV).
Y el lanzamiento personalizado no podría haber llegado en un mejor momento: la revista Wine Enthusiast lo acaba de elegir “Lifetime Achievement Award”, que distingue a las personalidades que han contribuido de manera excepcional al desarrollo y la evolución de la industria a nivel global.
Bulgheroni se dedica desde hace años al vino: en Argentina es el propietario de Grupo Avinea, que entre otros emprendimientos posee Bodega Argento y lanzó este año Viña Artesano, un proyecto con producción orgánica propia en Valle de Uco y Luján de Cuyo.
En la Patagonia desarrolló Otronia, uno de los planteos vitivinícolas más extremos del mundo, en la pequeña localidad de Sarmiento, en el centro de Chubut.
Además, creó Bodega Garzón en Uruguay, en un entorno de más de 150 hectáreas con vinos y olivares que se van posicionando en el mercado y que quedó entre las cinco mejores bodegas del mundo.
Por si fuera poco, esa búsqueda de estilos diferentes lo llevó a diversificarse y desarrollar bodegas en las regiones claves del mundo, para expresar la mayor diversidad posible.
Está también en la Toscana (Italia), en Napa Valley (California, Estados Unidos), en Australia y en Francia, configurando un mapa de 1.150 hectáreas de viñedos y 15 bodegas con una gran variedad de etiquetas, muchas de las cuales se podrán empezar a probar en Argentina.
Bajo tierra
Durante la presentación de Viña Artesano en el Palacio Duhau, con una selección de vinos propios, Bulgheroni pasea copa en mano y se toma unos minutos para responder preguntas.
–Sus inversiones son muy variadas y amplias. ¿Qué lugar ocupa el vino en sus negocios?
–Son cosas muy distintas y el vino tiene una posición diferente. Se invierte, hay que esperar mucho tiempo y depende de muchos factores. A mí me encanta el petróleo (risas), pero el petróleo no se toma ni da placer directamente, por eso es que tengo vino, que además es una forma de unir tradición, naturaleza y comunidad. Hay una cosa muy interesante: en el petróleo también hay terroir, como en el vino. Hay que buscar bajo tierra, como se hace en los viñedos. Por ejemplo, en Argentina tenemos una roca muy buena que no tenemos domada, es mejor que el yacimiento Permian de Estados Unidos y tenemos posibilidad de producir mucho más. Necesitamos confianza, tanto en el petróleo como en el vino.
-¿Cómo ve la vitivinicultura argentina?
-Creo que ya hace 30 años que dio la vuelta y está mejorando continuamente. Sigue el mismo proceso que en otros países, que es buscar terroir específicos, desarrollarlos y hacer una vitivinicultura sectorial, que implica invertir a largo plazo buscando excelencia y apuntando al consumo específico.
-¿Cómo se puede enfrentar la caída del consumo mundial de vino?
-El camino pasa por producir vinos mejores, que se centren en el consumo concreto. Por ejemplo, nosotros estamos apuntando al segmento premium, que es un poco el negocio en todo el mundo, y también a la hospitality, con buenos restaurantes en las bodegas, visitas guiadas, posibilidad de alojamiento cinco estrellas; en definitiva, crear experiencias que reflejen el espíritu de cada lugar, donde el visitante pueda sentir el alma del viñedo y conectar con la naturaleza. Queremos que crezca la vitivinicultura argentina y nosotros encontrar un lugar en ese crecimiento.
-Produce varietales en todo el mundo, ¿qué piensa del malbec?
-Creo que el Malbec puede seguir creciendo, porque está claro que cuando se habla de Malbec no se habla de una cepa igual, ya que depende de dónde se plante y con las diferencias de terroir se logran cosas muy distintas. Por ejemplo, tenemos un Malbec en Otronia, en medio de la Patagonia, y es absolutamente distinto a cualquier otro Malbec. Se ve la uva y demuestra que tiene aún mucho para dar, tanto en Valle de Uco como en Luján.
-Tiene bodegas y viñedos en distintos países. ¿Hasta dónde continúa su proyecto?
-Estoy viendo cosas que me gustan y otras cosas que compré porque eran buenas y las desarrollo, porque siempre he seguido adelante con lo que me ha dicho Alberto Antonini, el enólogo italiano que me asesora desde el principio, todo lo que sé me lo enseñó él. Cuando lo conocí me dijo: “Mirá, si tenemos buen terroir con buenas uvas, vamos a producir buenos vinos, pero si no tenemos buen terroir, por más plata que uno le ponga, no salen buenas uvas”. Y eso es lo que he seguido.
-Acaba de recibir el premio a la personalidad del vino en el mundo...
-Es un orgullo. He tenido buena gente que me ha enseñado bien y le pude dedicar el tiempo para aprender un poco, haciendo esto que me dijo desde el primer día Antonini, que hay que buscar lugares con buen terroir. Lo que más disfruto es descubrir cómo cada terroir tiene su propia personalidad y cómo el vino nos permite unir tradición, naturaleza y comunidad, creando cultura, turismo, empleo y un profundo sentido de pertenencia.
-¿Qué lo inspiró a desarrollar Otronia, siendo un lugar totalmente insólito para el vino?
-Es interesante lo de Otronia porque no fue solamente el vino. Cuando a principios de este siglo hice inversiones en Uruguay, me dije: ¿por qué no hago también en Chubut? Entonces abrimos la oficina de Bridas en Sarmiento. Y cuando fui, me encontré con cosas muy interesantes, porque trabajar con petróleo es duro, y los jóvenes y las mujeres quedan un poco afuera de la posibilidad de incorporarse. Y en base a eso les pedí a los agrónomos que estudiaran los distintos tipos de fruta que se podían adaptar a la zona, para tener el máximo de tiempo a la gente trabajando en el verano. Y el viñedo terminó siendo un aporte cultural y económico, porque permite a la gente de la zona trabajar durante los meses de verano. Y además salen vinos únicos, porque la zona es extrema. Con el viñedo logramos unir a la comunidad, trabajando en base a la sustentabilidad integral y el compromiso. No es sólo elaborar vino, sino conectar con la naturaleza, el lugar y la gente, creando vinos que emocionen.
