¿Acaso alguien imagina que el Fondo Monetario Internacional (FMI) nos volverá a prestar plata sin chistar por el precio actual del dólar y el impacto que eso tiene en las reservas? El razonamiento es lineal: si Argentina no retiene divisas, nunca tendrá dinero para pagar el capital y los intereses del préstamo.
El Gobierno ha elongando el actual esquema cambiario hasta el punto crítico de dolor. La sangría de más de U$S 1.000 millones que sufrió esta semana el Banco Central (por sus intervenciones en el mercado) es el resultado de las visibles grietas sobre lo que hasta hace poco era una certeza.
Desde la devaluación de diciembre de 2023, es la primera vez que el ministro de Economía, Luis Caputo, evita confirmar en público la continuidad del esquema de crawling peg, que desde febrero implica un ajuste mensual de apenas 1% en el tipo de cambio mayorista, que cotiza en $ 1.070.
Como esa actualización está por debajo de la inflación y, sobre todo, de las tasas de interés en pesos, la bicicleta financiera (carry trade) rodaba sobre pavimento. Ahora pasó a un camino de tierra. El lunes pasado salieron $ 400 mil millones de fondos comunes de inversión de renta fija y money market para refugiarse en posiciones dolarizadas.
El equipo económico insiste con la teoría de que hay pocos pesos para provocar una corrida. El estatus negativo de las reservas netas no ayuda a ensayar un falsacionismo al estilo Karl Popper. El riesgo es alto.
De hecho, el cambio de expectativas que intentó provocar el Gobierno para calmar la inquietud en los mercados tuvo el efecto contrario: aceleró aún más las especulaciones y ni siquiera la aprobación del DNU en la Cámara de Diputados alcanzó para desactivar todos los sensores de la ansiedad. Hay nubes que presagian el fin de algo.
Transición
Todo indica que el acuerdo con el FMI implicará un nuevo esquema cambiario. En ese tablero se están moviendo las apuestas. Los rumores apuntan a un eventual modelo de flotación, con un piso y un techo para la cotización oficial.
“No es que la Argentina sea un país que no puede flotar. Puede flotar en tanto y en cuanto estén dadas las condiciones macro”, dijo Caputo días atrás. Por lo tanto, la pregunta es si estamos listos para flotar; o sea, si están esos requisitos que el ministro no detalló.
Veamos: el ancla fiscal se sostiene y es, sin dudas, el mejor indicador, porque ha ayudado a cortar el lazo de un gasto público obsceno financiado con emisión monetaria que endulzaba la suba de precios de la economía.
Pero la inflación, que se venía descomprimiendo, cortó esa secuencia y está de nuevo en un escalón difícil de perforar. En Córdoba, el aumento de precios de alimentos y bebidas fue mucho mayor al promedio nacional entre enero y febrero (acumula 7,6% en dos meses, contra 5,2% a nivel país).
Sin embargo, las luces de alarma están en la balanza comercial. El superávit del primer bimestre ha sido de apenas U$S 390 millones y las importaciones crecen a una tasa mucho mayor que las exportaciones.
Ese proceso tiene la lógica de alimentar la recuperación en los niveles de actividad, pero no se puede ignorar el impacto en la cuenta corriente y cuánto influye en eso el precio doméstico del dólar.
El economista Ricardo Arriazu está entre los especialistas que desaconsejan la flotación. No por lo técnico, sino por lo cultural. Cree que es abrir la puerta de los demonios del bimonetarismo.
Otros, en cambio, consideran que hay margen para una flotación sucia, con intervenciones oficiales, o un diagrama de bandas acotado, para evitar los dolores de cabeza que genera la tendencia “natural” de ir hacia el techo, sobre todo al comienzo.
Como sea, no se puede perder de vista que tampoco sería el esquema definitivo, sino la transición que mejor ayude a la retención de dólares por parte del Banco Central, una condición sine qua non para pensar en una salida definitiva del cepo cambiario.
Cuando eso ocurra, será la mejor prueba de que el modelo económico finalmente puede funcionar sin las rueditas de las que hoy no puede prescindir para mantener el equilibrio.