Hay oportunidades de negocios que están ahí, latentes, a la espera del ojo atento. O que necesitan de un espíritu aventurero y juvenil para concretarse. Esa podría ser tranquilamente la génesis de Fraymar, la única fábrica de fideos secos que tiene Jesús María y que está a punto de cumplir seis décadas de trayectoria.
Corría la mitad de la década de 1960 y Marcelo Peschiutta –que tenía 18 años– trabajaba en el Almacén de Ramos Generales de Arturo Nadaya, en la parte administrativa. El almacén estaba en lo que hoy es el estacionamiento del supermercado Disco, curiosamente.
Allí escucha que los Nadaya ponían en venta una fábrica de fideos secos, y él sabía –porque supervisaba los libros de contaduría– que era una unidad productiva con mucho potencial.
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Con esa inquietud fue a comentárselo a su padre, Marcelino, quien le recomendó que buscara un socio... y es ahí cuando Francisco Carrara aparece en escena. Ambas familias tenían en común la explotación de establecimientos agropecuarios.
De hecho, el joven Peschiutta se entera de que se había cerrado la operación de compraventa mientras él cumplía con su deber en el por entonces servicio militar obligatorio.
Así nació la sociedad anónima Marcelino Peschiutta y Francisco Carrara e hijos, que iba a darle rienda suelta a la elaboración de fideos caseros secos. Sólo faltaba encontrar el nombre para la marca comercial.
Con el Fra de Francisco y el Mar de Marcelo, más la sugerencia de un vecino que propuso unir ambas sílabas con una “y”, quedó el nombre con el que se identifica la firma: Fraymar.
Una línea de más de 30 productos con todo tipo de fideos compone su identidad.
El sucesor lógico
Otro dato curioso de la venta del inmueble donde siempre estuvo la planta, a una cuadra y metros de la ruta 9 norte, es que los Nadaya vendieron la fábrica y una casa dentro de la misma superficie, que es adonde se mudaron los Peschiutta.
Pablo, hijo de Marcelo y nieto de Marcelino, se crio dentro de esa fábrica, le conoce cada recoveco, todos sus secretos, y sabe cómo se prende de la primera a la última máquina, aunque hoy esté más dedicado a la administración de la firma.
Se entusiasma cuando habla de la hazaña que tuvo a sus familiares y a los Carrara como actores centrales del crecimiento durante décadas, hasta que pasó completamente a sus manos.
“Cuando ellos empezaron, la fábrica estaba muy venida a menos, le fueron invirtiendo recursos y tiempo para convertirla en lucrativa. Al poco tiempo, empezaron a salir a vender a otras provincias, Catamarca, sobre todo, y los primeros fideos se vendían en canastos y a granel”, cuenta con entusiasmo Pablo.
Un tiempo después, llegaría la venta a los supermercados en cajones enormes que contenían las bolsitas; después vendría también la bolsa de nailon.
Hace poco recibieron el premio Pío León, el máximo galardón que entrega el gobierno de la ciudad de Jesús María, y subieron al escenario tanto los fundadores como los sucesores para una emotiva postal recordatoria.
Un mercado emergente
Fraymar tiene hoy una línea completa de fideos soperos y guiseros, de nidos al huevo, semolados, con morrón, con espinaca. Tiene desde tirabuzón, penne rigati y moñitos, hasta los clásicos tallarines.
Su principal mercado es la zona norte de la provincia y las provincias del noroeste y norte del país. Curiosamente, desistieron del intento en la ciudad de Córdoba, más allá de que es un mercado de 1,4 millones de personas.
Tampoco han hecho gran esfuerzo por estar en las grandes superficies comerciales donde, aseguran, tienen que competir con elaboradores que tienen harina subsidiada y forman parte de gigantes de la industria molinera.
“Nunca hemos tenido críticas por la calidad del producto. Por eso seguimos invirtiendo y apostando. En calidad, no les tengo envidia a ninguno de mis competidores”, dice sin exageración y mucha confianza Pablo Peschiutta.
¿Por qué tanta seguridad en esa afirmación? Peschiutta asegura que no escatiman en calidad de insumos, que todos los fideos se elaboran utilizando harina cuatro ceros, huevos caseros y rizomas peruanos como colorante.
“Para mí –confiesa el emprendedor–, el agua de Jesús María también suma. Puede parecer un dato menor, pero estoy convencido de que ese es un ingrediente valioso también”.
La fábrica hoy
Donde hoy se emplaza Fraymar fue un molino harinero, el recordado molino de la familia Bergagna, y dentro hay todavía algunos objetos de aquella época.
Hoy, la empresa les da trabajo a seis personas y trabaja con maquinaria nacional, pero de licencia italiana, que tiene todo un proceso de automatización que le permite optimizar tiempo y recursos.
Utilizan alrededor de 25 mil kilogramos mensuales de harina que se convierten en alrededor de 40 mil bolsitas de medio kilo de fideos y un número más chico de versiones de un kilo y de cinco kilos.
Su circuito de venta está en despensas y en almacenes de barrio, y también en supermercados chicos. La próxima meta es colarse en el mercado emergente de la región de Sierras Chicas.
“Todo negocio, cuando lo hacés con ganas y le ponés pilas, tiene que salir”, dice convencido Peschiutta, mientras recuerda que todavía mantienen clientes de la primera época en muchas localidades del norte cordobés.
