La política económica parece erigirse casi como la última frontera de racionalidad de la gestión libertaria, envuelta en los girones que el propio Javier Milei construye con pensamiento, palabra, obra y omisión.
La última pieza de esta secuencia ha sido el nombramiento por decreto de Manuel García-Mansilla y de Ariel Lijo para ocupar dos sillas en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. El Presidente ya había dado señales de escaso apego a la institucionalidad. Acaba de redoblar la apuesta al estirar los límites constitucionales casi al borde del desgarro.
Ahogada por el calendario legislativo, la medida también sirvió para desplazar del tope de la agenda el escándalo de $Libra, incluso cuando el revuelo judicial zumba mucho más afuera que adentro.
Pero lo que subyace como un punto cardinal es el arañazo que esta decisión provoca sobre el lomo de una economía que intenta levantarse.
La Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la Argentina (AmCham), que es testigo privilegiada del alineamiento de Milei con Donald Trump, fue al hueso. Dijo que la institucionalidad y la seguridad jurídica son claves para la competitividad. Un lazo de oro.
“Desde el punto de vista del clima de negocios, la imprevisibilidad institucional y la falta de reglas claras erosionan, como nos ha ocurrido en el pasado último, la confianza de los actores económicos y alejan las inversiones necesarias para el desarrollo del país. La seguridad jurídica es un pilar fundamental para la competitividad y el crecimiento sostenido, y su debilitamiento solo contribuye a demorar la recuperación económica y social que requiere la República Argentina”, indicó AmCham.
En igual sintonía se expresó el Instituto para el Desarrollo Empresarial Argentino (Idea), que reclamó “fortalecer la institucionalidad, condición indispensable para generar la confianza que permite atraer las inversiones, tan necesarias para el desarrollo futuro del país”.
Si bien ambas entidades hicieron foco en las formas, bajo cuerda también mascullan la indigestión que provoca el juez Lijo, quien acumula más cuestionamientos que elogios.
Dos puntas
Hay un proceso en marcha que todavía no tiene la sustentabilidad necesaria para dormir tranquilos. Motosierra en mano, el Gobierno promovió todo tipo de sacrificios en el altar fiscal. Pero hay dos puntas, y al equilibrio también se lo alimenta a través de los ingresos.
Pues bien, si más allá del rebote no hay crecimiento económico que mejore las métricas de la recaudación y abra paso a las reformas estructurales, todo habrá sido en vano. Es esto lo que está en juego.
La famosa competitividad, que tan de moda se ha puesto, no puede ser reducida a la discusión por el atraso cambiario o por el peso de los impuestos sobre el aparato productivo formal, incluso cuando estos aspectos influyen.
En la trama también juegan un rol sustancial otros elementos que contribuyen a sostener los cambios de fondo, como la vinculación de la educación con las exigencias del mundo laboral, la reconversión de sectores de bajo impacto, la innovación con nuevas tecnologías, la dinámica para montar al sistema científico en este proceso y la necesidad de tener muchas más empresas exportadoras.
Para que estas cosas ocurran, hay que correr las nubes. Y persistir en ese movimiento. El fervor que Milei generó en los mercados y en los decisores económicos no se ha terminado de traducir en confianza.
Es cierto que la inflexibilidad en el nivel del gasto público ha hecho una enorme contribución para sacar al país de un circuito que la estaba llevando a la hiperinflación. Pero la certidumbre, que en el caso argentino se define también por su capacidad (y voluntad) de pago, no sólo se alimenta de solvencia fiscal.
Acierta el economista Miguel Kiguel cuando dice que, hoy por hoy, es más difícil bajar el riesgo país que la inflación. Es verdad que esa expresión alude a lo estrictamente financiero (el costo que se paga para endeudarse en el mercado internacional) y a la sala de terapia intensiva en la que siguen las reservas del Banco Central.
Pero bien podría extender su capa de interpretación a todo aquello que infla la inseguridad y la incertidumbre. Una especie de mapa ampliado del riesgo país, en el que tallan los hábitos que han hecho de la Argentina la nación que es, con lo bueno y con lo malo. Por eso no se disipa el interrogante endémico, ese que alude a por qué esta vez sería diferente.