Tras el acuerdo con el FMI, la Argentina tiene tres años para estabilizar su macroeconomía, recuperar sus precios relativos, expandir su actividad económica incrementando exportaciones y amigarse con el mercado internacional de capitales para obtener financiamiento en moneda extranjera y permitirse así pensar en poder pagarle al organismo y refinanciar con privados para esquivar una nueva crisis de deuda.
El anuncio que hicieron el presidente Alberto Fernández y el ministro de Economía, Martín Gumzán el viernes es un puente entre aquello que dejó el macrismo y lo que viene. Lo Argentina no ha resuelto nada. El Gobierno logró ganar tiempo a cambio de empezar a emprolijar las cuentas públicas.
Será este nuevo escenario un principio de solución sólo si la Argentina estabiliza su macroeconomía y crece sostenidamente, con expansión de las exportaciones y una mejora en la inversión extranjera directa que le permita acumular reservas para pararse con cierta solvencia ante los vencimientos de deuda.
Si no se avanza en ese sentido, una nueva crisis de deuda estará a la vuelta de la esquina. El riesgo real y concreto de default de la Argentina, teniendo como base el escenario actual, jamás se disipó, solo se difirió. Eso explica en parte las presiones cambiarias y los precios de los bonos reestructurados en 2020, descendiendo a valores irrisorios.
Argentina debe pagar este año 1.100 millones de dólares a acreedores privados; 1.600 millones en 2023; y 3.300 millones en 2024. Para poder refinanciar, tiene que reinsertarse al mercado internacional de deuda, lo cual hoy es improbable con un riesgo país de 1.841 puntos básicos, lo que define un costo prohibitivo de endeudamiento nuevo.
El problema arrancará en 2025. Ese año hay que pagar 7.300 millones de dólares. Y a partir de allí, un promedio de 8.740 millones de dólares por año hasta 2035. A eso habrá que sumarle el cronograma que salga del nuevo Programa de Facilidades Extendidas con el FMI.
Serán vencimientos por 139.200 millones de dólares en una década. Sin acceso a los mercados internacionales –a los que tanto aborrecen Cristina Fernández de Kirchner y la pata dura en la coalición de Gobierno- sería casi imposible no volver a pensar en la posibilidad de una nueva cesación de pagos y la obligación de otro canje.
En paralelo, Argentina tiene que resolver un problema estructural: crecer, debe crecer. Un informe de la consultora Ecolatina señala que el país no crece sostenidamente hace diez años. Y si lo lograra en los próximos diez a la tasa promedio en la que creció la región entre 2011 y 2019 (+2,5%), recién en 2032 podría recuperar el PIB per cápita de 2011. Una tragedia para los ciudadanos.
De acuerdo con datos del Banco Mundial consolidados al 2020 y medidos en dólares, en las últimas dos décadas el PIB de Argentina creció 42,7%. En el mismo lapso, Brasil se expandió 168%; Chile avanzó 256,3%; Paraguay, 311,9%; Uruguay, 156,6%; y Bolivia mejoró 350,6%. México tuvo un desempeño parecido al argentino, con un crecimiento del 42,2%.
El punto de partida
Aquel reconocimento del FMI de que el préstamo otorgado a Mauricio Macri fue un desastre para el país se materializó ahora en la forma de salir momentáneamente del atolladero que el propio organismo encontró –con la venia del Tesoro estadounidense- en la negociación con el Gobierno de Fernández.
En vez de dar dos años y medio de gracia, el Fondo se “autopagará” ahora el crédito Stand By que otorgó en 2018 y la deuda real resultante de 44.500 millones de dólares será abonada por la Argentina en al menos veinte cuotas a lo largo de diez años entre fines de 2024 y 2034. Hasta entonces, cuatro presidentes pasarán por la Casa Rosada.
¿Por qué fue un desastre el crédito para el país? Porque se usó mayoritariamente para darle salida rápida a los fondos estadounidenses que habían venido de la mano de Nicolás Dujovne, Luis Caputo y Federico Sturzenegger, atraídos por los retornos que ofrecían los instrumentos de deuda elegidos por el macrismo para financiar el déficit fiscal que comenzó en 2008, durante el Gobierno de Cristina.
Caputo, quien venía de trabajar en Wall Street conocía que el poder de lobby de estos fondos no es inerte en las conexiones políticas que existen entre Wall Street, la Casa Blanca y las sedes de los organismos internacionales. Y eso se plasmó entre 2018 y 2019 cuando los fondos salieron en una estampida de la Argentina gracias al salvataje del FMI.
Si tenía o no alternativas el Gobierno de Macri es una discusión que el Frente de Todos y Juntos por el Cambio nunca saldarán. Con perspectiva histórica, aquella gestión ante el FMI que duró apenas 29 días para el más grande empréstito en la historia del organismo podría configurar una respuesta en sí misma.
Apoyarse en la estrecha conexión diplomática con la Casa Blanca habitada por el republicano Donald Trump era recorrer el camino más fácil y así lo escogió el macrismo, ante la impostura de esfinge de la Unión Cívica Radical. Más trabajoso y menos conveniente para Macri ante la presión de los fondos de inversión estadounidenses hubiera sido reconocer la gravedad real de la situación y encarar una reestructuración de deuda.
Ahora hay un baipás, como los que los cirujanos hacen sobre la arteria coronaria para crear un nuevo camino y permitir así que la sangre llegue al corazón. Durará tres años. Y el tiempo corre.