SANTIAGO (AP) — Son múltiples los negocios que ocupan las alborotadas cercanías de la Plaza de Armas de Santiago de Chile. Pero todos los residentes saben que detrás de unas discretas puertas grises hay más de un siglo de historias y tradiciones inmortalizados por la sombrerería más antigua de Sudamérica.
En el interior de un caserón histórico de fines del siglo XIX, la icónica sombrerería “Donde golpea el Monito” ha estado en funcionamiento desde 1915 y se ha convertido en una insignia del cambiante paisaje urbano de la ciudad al conservarse prácticamente intacta. Ahora, el local busca conservar el arte casi olvidado de la fabricación de sombreros y los tiempos dorados de estos adornos gracias a la creación de un museo.
Al cruzar sus vitrinas, los visitantes se embarcan en un viaje por más de 110 años de historia contados a través del mobiliario, candelabros, máquinas, herramientas y artefactos que recuperan una era que ya no existe.
“La gran inmigración en Chile es española, italiana, de franceses y alemanes. Y esa gente mantuvo mucho arraigo sobre sus costumbres”, contó a The Associated Press Roberto Lasen, tercera generación de la familia de inmigrantes españoles al frente de la tienda.
Tras pasar por un largo proceso de restauración, el local volvió a abrir sus puertas y albergará también un espacio cultural y museográfico dedicado a la historia de la moda y el oficio del sombrero artesanal. Fotografías en blanco y negro, indumentaria y herramientas antiguas son parte de los más de 400 artículos que ofrecen pinceladas de un Santiago que apenas empezaba a desarrollarse a principios del siglo XX.
En 1915, cuando se inauguró la tienda, la calle 21 de Mayo se situaba en el corazón de la capital chilena y era conocida por su alto tránsito de personas y comercios, pues era el punto de llegada de los trenes que transportaban a los viajantes recién desembarcados de sus navíos en la vecina Valparaíso, muchos de ellos trabajadores europeos que venían a intentar una nueva vida en las lejanas costas del océano Pacífico.
En la maleta traían recuerdos de su tierra natal, algo de dinero, vestimenta y, por supuesto, sombreros. Por ello no pasó mucho tiempo hasta que los habitantes locales comenzaran a lucir estilos similares en las calles y los tranvías que circulaban por Santiago.
“Aquí era como nuestro aeropuerto hoy día”, dijo Lasen. “Todo el flujo de extranjeros entraba por esta calle, entonces aquí había muchos negocios. Sólo sombrererías había tres, había que sobresalir”, explicó.
Para hacer frente a la competencia la familia trajo de Francia un maniquí mecanizado que golpeaba incesantemente la vitrina a fin de llamar la atención. Quienes pasaban por la calle se detenían ante el sonido y comenzaron a identificar a la tienda como el lugar “donde golpea el monito”. “De ahí está el nombre... se lo puso el pueblo”, rememoró Lasen.
Más de un siglo después el monito sigue en la vitrina de la tienda. En su interior, turistas sacan fotos frente al imponente espejo con molduras doradas que da la bienvenida a los visitantes. Otros aguardan en la fila para comprar un sombrero -por el cual pueden desembolsar hasta 250 dólares- y conversar un rato con quienes atienden detrás del mostrador.
“La gente sigue comprando. En el sur de Chile, en el campo, usan sombreros para protegerse de la lluvia, mientras que cada vez hay más demanda por los sombreros con protección UV contra la radiación. En un mes se vendieron más de 200 de éstos”, dijo Pedro Díaz, de 71 años. “Ya en las vacaciones, vienen los europeos y se llevan todos los sombreros de verano”, agregó.
Díaz lleva casi tres décadas trabajando en la sombrerería, la que solía visitar en sus tiempos de juventud.
“Antiguamente el paseo tradicional de los santiaguinos era el centro, tomarse un helado, ir a la plaza, el cine y las tiendas. Y cuando aparecieron los malls la gente ya no venía al centro y por ende muchos negocios simplemente desaparecieron”, recordó.
Contra todos los pronósticos, la legendaria sombrerería se conservó aferrada a su estilo original y a las memorias trasmitidas entre generaciones, un legado que ahora compartirá con los visitantes que desean conocer la historia de Santiago. Entre sus visitantes figuran clientes asiduos, turistas, apasionados de la arquitectura y figuras ilustres como varios presidentes, desde Salvador Allende hasta el actual mandatario Gabriel Boric.
“Hay un público cautivo de gente mayor que trajo a su hijo y ese hijo después trajo a su hijo”, matizó Díaz. “Son cuatro o cinco generaciones que siguen viniendo”.
Uno de ellos es Enzo Restovic, de 33 años, quien solía visitar la tienda con su abuelo, un amante de los sombreros. Con el tiempo heredó la misma pasión, se volvió cliente y hace poco más de un año pasó a trabajar en el local. “Me gusta eso de mantenerse fiel a sus orígenes y no perder la esencia, pero también saber actualizarse”.