La tradición judía recuerda a Iehudá el Macabeo como un héroe singular. No fue un conquistador ni un amante de la violencia. Fue, ante todo, alguien que se negó a ser pasivo cuando la vida, la dignidad y la libertad espiritual estaban amenazadas. La revuelta de los Macabeos, en el siglo II antes de la era común, no buscó imponer una fe, sino defender el derecho a vivirla sin coerción.
Por eso la fiesta de Janucá que concluyó este lunes no celebra la victoria frente al imperio helénico, sino la luz que se encendió en medio de las tinieblas.
Iehudá el Macabeo representa el coraje moral de quien asume su cuota de responsabilidad cuando callar sería mucho más cómodo.
Casi 2.200 años después, el heroísmo ya no suele darse en campos de batalla. A veces aparece en escenarios inesperados, como sucedió el primer día de esta festividad durante el atentado en Sídney, Australia. Un hombre llamado Ahmed eligió correr hacia el peligro cuando otros huían. No para atacar, sino para ayudar. Para proteger. Para salvar vidas.
Iehudá el Macabeo se corporizó en Ahmed porque el verdadero “macabeísmo” no pertenece a una religión ni a un pueblo, sino a una ética.
Iehudá y Ahmed no lucharon para dominar a otros, sino para preservar la dignidad humana, a riesgo de sus propias vidas.
El fundamentalismo religioso, por su parte, secuestra la idea de Dios y la convierte en un arma. Un dios (con minúscula) que exige odio y muerte no es fe: es idolatría.
Tanto el judaísmo como el islam enseñan que salvar una vida equivale a salvar al mundo entero. Esa coincidencia no es casual: es profundamente humana. Y la representan personas como Ahmed, que –al igual que la mayoría de los musulmanes– viven su fe con compasión, responsabilidad y coraje moral.
Janucá nos enseña que una pequeña luz puede vencer a una gran oscuridad.
El gesto de Ahmed nos recuerda exactamente lo mismo: hay momentos en los que no actuar es traicionar lo más sagrado.
Iehudá el Macabeo encendió una llama que aún ilumina la memoria judía.
Ahmed el Macabeo dio mayor luminosidad a otra: la de la esperanza en el diálogo interreligioso y la convivencia; la del heroísmo silencioso; la de la humanidad que siempre –más tarde o más temprano– se impone al terror.
*Rabino, integrante del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz)


























