Fue hace no menos de 15 años. Y todavía me sorprende.
Me convocaron para que hablara ante un grupo llamado “ludópatas anónimos” que organizaba sus encuentros de manera periódica, a la usanza de los tradicionales grupos de alcohólicos anónimos.
Supuse –por pura intuición nomás– que serían alrededor de unas 30 personas. Recuerdo haber entrado al auditorio maldiciendo a mi pobre intuición mientras me hacían un lugar en un escenario improvisado entre los más de 400 asistentes.
Si el número ya me parecía absolutamente exagerado, lo que vino después fue esencialmente demoledor. Escuché varios testimonios en primera persona del singular con un nivel de desgarro emocional inusitado, relatados por personas de distintas edades, estratos socioeconómicos, religiones y posiciones políticas.
Los divorcios, la cárcel, los suicidios, las quiebras comerciales y las de los vínculos familiares, el delito, la drogadicción, los préstamos usurarios y otros personajes secundarios protagonizaban cada una de las historias. Cualquier película de terror parecía un cuento de hadas al lado de lo que esa atmósfera penosa destilaba entre miradas perdidas, lágrimas solitarias y almas trituradas por las apuestas. Me fui espantado.
De hecho hubiera apostado que ese problema era un tema menor, y que no era tan terrible. Y por supuesto, tal como sucede en la realidad, habría perdido la apuesta.
Insisto, fue hace más de 15 años, cuando todavía no estaban disponibles como ahora las apuestas online que no requieren más que un celular y una tarjeta de crédito o una billetera electrónica para hacernos caer en sus despiadadas garras.
Tenemos por delante una lucha completamente desigual, que suele utilizar lo peor de las miserias humanas y de las crisis sociales para ahondar su penetración, por lo que no podemos permanecer indiferentes ante este flagelo que ya se viene cargando especialmente a muchos menores de edad.
En hebreo al adicto se lo denomina “majur”, que significa literalmente “vendido”, quizás porque lo que sucede en estos casos es que la autonomía personal deja de existir y el ludópata termina convirtiéndose involuntariamente en una marioneta insulsa de quien lo maneja a discreción, mientras cree –pobrecito– que con la próxima apuesta definitivamente va a salvarse. Una ilusión tan falsa como poderosa que debemos combatir con más educación, con más conciencia, con más responsabilidad familiar y con las leyes adecuadas que nos permitan dejar de ser vendidos tan fácilmente.
* Rabino. Integrante del Comipaz