“Si no puedes convencerlos, úneteles”, reza un axioma que parecen haber seguido quienes dieron todas las facilidades para que el juego online alcanzara en nuestro país dimensiones epidémicas, pese a las advertencias referidas a la apertura de una especie de moderna caja de Pandora.
El resultado está a la vista: las apuestas virtuales han capturado a usuarios de todos los estamentos sociales y de todas las edades.
Cualquier individuo que disponga de un teléfono celular puede acceder a plataformas registradas o ilegales (que no son pocas) y hacer apuestas sobre resultados deportivos y otras competencias. La novedad sociológica consiste en que una actividad propia del mundo adulto se ha convertido en un juego de niños. Literalmente.
Tal como lo detalla un reciente informe del Observatorio Humanitario de la Cruz Roja Argentina, seis de cada 10 adolescentes están expuestos al juego online, universo al que ingresan entre los 13 y los 14 años y cuya tendencia se agudiza hacia los 18 años.
El trabajo realizado en establecimientos secundarios pone números al problema: un 89% ingresa por curiosidad, el 84% por entretenimiento, un 53% por la ilusión del dinero rápido. Y último, pero no menor ni inocente, un 44% lo hace por los bonos e incentivos que a manera de anzuelo distribuyen las plataformas.
Con el conocido modelo de las drogas duras, la primera dosis es gratis.
El saldo es alarmante: un 12% de los menores se endeudó, un 79% reconoce estar en riesgo de adicción, y lo peor es que un alto porcentaje que no participa sigue estando expuesto a la publicidad de las diversas plataformas sólo por tener un teléfono en sus manos.
Por cierto, las plataformas aducen estar cumpliendo con las disposiciones referidas a la prohibición de ingreso de menores de edad.
El problema es que la mayoría de los adolescentes juegan a través de intermediarios y pagan con billeteras virtuales. A ello debe sumarse que una mayoría reconoce que las aludidas restricciones de acceso no funcionan, lo que ratifica el abismo entre la realidad y las limitaciones, que en varios casos se reducen a palabras en una pantalla.
En ese sentido, no son pocos los adolescentes que reclaman controles más estrictos, tal como lo revela la encuesta de 11.421 muestras tomadas en escuelas secundarias de 16 provincias.
El punto es que, contra todas las advertencias, la caja de Pandora fue abierta sin recaudo alguno, por ignorancia o por interés, lo que puso al alcance de los menores un arma cargada y sin seguro.
Ahora urge desandar tanta imprevisión, imponiendo a las plataformas el grado de responsabilidad que les corresponde y las fuertes sanciones que deberían afrontar por estar simulando controles que no son efectivos, a la luz de los resultados.
Por supuesto, los primeros en reaccionar deberían ser quienes, en lugar de poner condiciones a un tren que avanzaba a toda marcha, prefirieron subirse a él.






















