Las elecciones recientes dejaron algo más que un cambio político: produjeron un marcado ajuste de expectativas en los mercados financieros.
La fuerte caída del riesgo país –la más significativa registrada en una sola jornada– reflejó una recuperación inmediata de la confianza, tanto interna como externa.
Tras años de volatilidad y señales contradictorias, la reacción fue una de las más positivas que se recuerden.
Este fenómeno, si bien tiene un componente de euforia, respondió a fundamentos objetivos, ya que los mercados habían incorporado en los precios un escenario más incierto.
Al confirmarse un resultado electoral favorable a la estabilidad política y con respaldo explícito de los Estados Unidos, los operadores reaccionaron con rapidez.
Los bonos soberanos argentinos se encontraban en valores extremadamente bajos, y la certeza de próximos pagos en enero de 2026 generó un incentivo evidente para quienes evalúan oportunidades de inversión de corto y mediano plazo.
El sistema financiero reconoció que las condiciones macroeconómicas ofrecían, hasta el último viernes, márgenes de rentabilidad inusuales en la medida en que se logre brindar certezas de que la Argentina honrará sus compromisos financieros inmediatos.
El riesgo no es económico, es político
El verdadero desafío de la Argentina no reside hoy en su macroeconomía, sino en la consistencia de las decisiones políticas que la acompañen.
Los mercados descuentan que el actual equilibrio fiscal y monetario puede sostenerse siempre que el Gobierno evite recaer en políticas expansivas financiadas con emisión o en incrementos del gasto público sin respaldo o aumento exacerbado de la presión fiscal.
Si el programa económico logra conservar ese sendero, el país estaría en condiciones de reducir de forma rápida su riesgo país hasta la franja de los 600 puntos básicos, umbral a partir del cual puede considerarse técnicamente apto para regresar a los mercados voluntarios de crédito.
La diferencia restante hasta los 400 puntos, nivel compatible con una colocación soberana normal, podría corregirse en la propia instancia de emisión, al demostrar estabilidad institucional y previsibilidad.
En ese escenario, la Argentina recuperaría la posibilidad de financiar los vencimientos de capital mediante nuevas colocaciones y afrontar los intereses con recursos genuinos, un mecanismo habitual en cualquier economía moderna e integrada al mundo.
Regresar al financiamiento normal
Volver a los mercados internacionales no implica endeudarse de manera irresponsable. Significa, sencillamente, normalizar el vínculo financiero del país con el mundo.
Desde la reestructuración de la deuda de 2020, la Argentina ha permanecido al margen del financiamiento voluntario, y dependiente de mecanismos extraordinarios: acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, swaps y asistencia interna del Banco Central, lo que en este último caso ensucia la hoja de balance y debilita el activo.
Esa dependencia ha generado tensiones crecientes sobre la emisión monetaria, sobre la recaudación y sobre la propia estructura fiscal.
El Tesoro enfrentará en 2026 vencimientos por cerca de U$S 9.000 millones, de los cuales la mitad corresponden a capital.
Aun con superávit primario, la magnitud de esos compromisos resulta incompatible con una estrategia de pago exclusivamente con “dinero propio” que detraiga las reservas del Banco Central.
Por ello, recuperar el acceso a los mercados debe entenderse como una herramienta de estabilidad y no como un atajo. Países como Grecia, tras su crisis de 2008, lograron reinsertarse en los mercados voluntarios mediante disciplina fiscal y previsibilidad institucional.
Argentina podría seguir un camino similar si recurre a emisiones moderadas –de entre 5.000 y 6.000 millones de dólares– que alivien la caja del Tesoro, reduzcan la presión sobre las reservas y permitan al Gobierno reasignar recursos hacia inversión productiva y/o mediante reducción de impuestos. Pero en todos los casos devolviendo a la sociedad al menos esos montos, que equivalen a más de 1% del PIB.
El efecto de la confianza
El restablecimiento de la confianza externa tendría efectos multiplicadores sobre la economía real. Un riesgo país más bajo permitiría al Estado financiarse a menores tasas, reducir la presión sobre el mercado financiero local y, en consecuencia, disminuir la necesidad de acumulación urgente de reservas.
Además, al reactivarse los flujos de crédito y aumentar los depósitos del sector privado, el sistema financiero recuperaría profundidad y previsibilidad.
El punto crítico será mantener la prudencia. La experiencia de 2017 y 2018 demuestra que el exceso de optimismo puede conducir a sobreendeudamiento y, por lo tanto, aumentar los riesgos sistémicos. La oportunidad actual exige equilibrio, gradualismo y sentido estratégico.
Una ventana temporal acotada
Similar a lo ocurrido cuando Javier Milei ganó las elecciones de octubre de 2023, el país dispondrá desde noviembre de un período de entre cuatro y seis meses en el que las expectativas positivas serán dominantes.
Si el Gobierno utiliza esta ventana para reabrir los mercados, reducir la presión tributaria sobre las pymes y los autónomos, y eliminar gravámenes distorsivos como las retenciones al sector agropecuario, entonces el ciclo de entusiasmo podría prolongarse y transformarse en una recuperación económica sostenida.
De lo contrario, si se desaprovecha este margen de confianza, el escenario volverá a caracterizarse por la incertidumbre, la desaceleración y un probable deterioro progresivo en las expectativas.
La posibilidad de regresar a los mercados internacionales debe ser interpretada no sólo como una oportunidad económica, sino como un activo institucional y económico del país. Restablecer la confianza implica liberar recursos, aliviar la presión fiscal y, sobre todo, devolver previsibilidad a la sociedad y al sector productivo.
El desafío no radica en alcanzar resultados espectaculares, sino en sostener el rumbo. Con un marco macrofiscal consistente, una gestión prudente de la deuda y una política económica coherente, la Argentina puede iniciar una etapa de estabilidad inédita en los últimos años.
El apoyo extraordinario del gobierno de Donald Trump nos ofrece, a su vez, una oportunidad única y diferente. El desafío será no desperdiciarla.
Economista

























