“Nadie se salva solo”. Estas son palabras de Francisco, que en estos días toman particular trascendencia. Sintetizan su pensamiento acerca de la función servidora de la Iglesia Católica.
La Iglesia no debe pretender liderazgo; debe impulsar y facilitar el diálogo: “Tiene que ayudar a que se sienten a la misma mesa”. Este es, quizá, el legado más preciado que dejó Francisco, ante un mundo que vuelve a sumergirse en enfrentamientos, conflictos y guerras. Ante dirigencias políticas envueltas en el egoísmo y la pelea.
La causa de los males
Vivimos esta realidad desde hace tiempo y hoy la pelea y la violencia en las relaciones políticas se han exacerbado. Los mensajes de la dirigencia se han vaciado de contenidos de real interés y sólo vemos y escuchamos insultos, descalificaciones, agresiones.
Hay quienes creen que el pueblo argentino, o al menos su gran mayoría, acepta la pelea. Que la ve, inclusive, como algo atractivo y hasta necesario para impulsar los cambios que el país necesita.
Es un error; no es verdad esa apreciación de la realidad. Al contrario de esa creencia, hay algunos estudios de opinión pública que muestran lo inverso. Una medición reciente señala que el 73% de los encuestados rechaza la pelea entre la dirigencia política. Casi las tres cuartas partes de los argentinos y argentinas.
Como la pelea ha resultado útil en campañas electorales para posicionar a un candidato y hasta para definir una elección, un político ya elegido para un cargo debe entender que, terminados los comicios, la pelea es el mayor enemigo para llevar adelante una gestión gubernamental exitosa.
Los argentinos tenemos evidencias que nos dicen con claridad que la pelea es la causa de los males que padecemos como país. La pelea de las dirigencias, que ya lleva décadas, ha promovido el rumbo decadente de la nación. Y hoy se ha potenciado aun más, a punto tal que no podemos ver la salida de la crisis social en que volvemos a estar inmersos.
La violencia verbal y los enfrentamientos generados por las cúpulas del poder nos impiden avizorar un futuro. Corroen las instituciones del Estado; debilitan más y más la democracia.
Entonces, sólo hay un camino para salir de la crisis: terminar con la pelea
La importancia del diálogo
La función facilitadora del encuentro que, según Francisco, debe tener la Iglesia se puso de manifiesto, entre nosotros, con la creación de la Mesa del Diálogo Argentino, en los convulsionados días del comienzo de 2002.
Para enfrentar la profunda crisis de finales de 2001 y comienzos de 2002, constituimos el único gobierno de unidad nacional de nuestra historia. Me tocó ejercer la conducción de aquel gobierno, pero sus logros no fueron personales, sino fruto del trabajo de un equipo gubernamental que integraron hombres y mujeres de distintas filiaciones políticas y de organizaciones civiles, representativas de toda la sociedad.
Cuando el país –después de la sucesión de cinco presidentes en 10 días– no encontraba su estabilidad institucional, acepté asumir la presidencia con la condición de que la Asamblea Legislativa me eligiese por unanimidad, como gesto del encuentro, y que el doctor Raúl Alfonsín me acompañara en la tarea de armar un gobierno de unidad nacional, junto con otros líderes.
La gravedad de la crisis requería de acciones inmediatas y de medidas valientes. Al asumir dije: “No son horas de festejos las que corren; sin embargo, son horas de esperanza”. No negaba ninguna de las enormes dificultades que debíamos enfrentar, pero estaba convencido de que habíamos dado el primer gran paso para avanzar: terminar con las peleas y constituir un gobierno de unión nacional.
Por ello, inmediatamente después de asumir, dije a los miembros del gabinete recién constituido, apelando a una metáfora futbolera: “No tengo tarjeta amarilla. Quien hable mal de alguno de los protagonistas de los gobiernos anteriores verá directamente la tarjeta roja”. Había que evitar de cualquier modo la confrontación.
Recurrimos a la Iglesia Católica argentina y al Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) para promover la Mesa del Diálogo Argentino, que tuvo un desempeño fundamental para contribuir a la salida de la crisis. Aquella iniciativa surgió a raíz de que unos meses antes, en virtud de los serios problemas que ya enfrentaba el país, la Iglesia había propuesto al presidente Fernando de la Rúa formar una mesa para propiciar el diálogo y los acuerdos, pero no tuvo respuesta.
En esa Mesa, constituida a principios de enero de 2002, estaban integrados los partidos políticos, representantes de entidades empresariales, sindicales, bancarias, organizaciones no gubernamentales, culturales, universitarias y, desde luego, de la Iglesia y del Pnud. Fue, tal vez, la única experiencia trascendente de un diálogo fecundo en la búsqueda de soluciones a los diversos problemas que padecía el país. Los resultados de sus debates y sus propuestas guiaron la mayoría de las acciones importantes que llevamos adelante.
Unidad nacional
Pero esa experiencia fue una excepción. Permanentemente, en los distintos gobiernos de esta etapa democrática del país, han imperado las confrontaciones, las peleas, las descalificaciones, que fueron y siguen siendo el factor dominante de la política. Fueron y son el factor que impide que los dirigentes políticos abracen la idea del diálogo, del debate, de la coalición para gobernar. Impera el interés personal, o de fracción o de partido. Los egoísmos están siempre por encima de los intereses del pueblo.
Hoy el país necesita la formación de un movimiento de unidad, de una coalición de los distintos sectores que, para promover los cambios de todo orden, no debe estar impregnada de una bandería política, porque entonces sería un proyecto de poder y nada más que de poder. Los partidos, al igual que el sistema democrático actual, están envueltos en una crisis total de representatividad.
Por ello, se necesita una poderosa fuerza de unidad nacional para promover los cambios constitucionales, institucionales, económicos y sociales que abran un camino cierto hacia el desarrollo del país.
- Expresidente de la Nación