“Sólo los traidores me mostraron la verdad”, balbuceó un Napoleón crepuscular. Lejos de la gloria que había conocido, podía acceder al rapto de lucidez que le hizo ver lo que, desde los tratados políticos de Heródoto, aparece en los estudios y las reflexiones sobre el poder: los leales no son leales al líder, sino a la porción de poder que obtienen de ese líder. Por eso le dicen sólo lo que quiere escuchar.
En rigor, los malos líderes se rodean de obsecuentes que camuflan de lealtad la adulación cegadora. Se supone que en Argentina llegó al poder una dirigencia que no se hunde en la decadencia intelectual, cultural y moral de quienes gobernaron el país en las últimas décadas y quienes siguen gobernando la casi totalidad de las provincias y ciudades del país.
Se supone que la negligencia y la corrupción de esa partidocracia, que exhibe funcionarios de abrumadora vileza y mediocridad en todos los niveles de los gobiernos, liberarían al liderazgo de Javier Milei de quienes lo adulan y alejan de la realidad. Pero está a la vista que, además de las figuras más emblemáticas de lo que acertadamente llamó “la casta”, al Presidente lo rodea una runfla de ultraconservadores que le hacen decir cosas crueles y afirmaciones ilógicas, en lugar de hacerlo despertar a la sensatez y transmitir calma y respeto por el otro.
El rey desnudo
Por eso tuvo que ser un océano de gente inundando las calles la alarma que sonó fuerte junto a la Casa Rosada. Seguramente, como ocurre siempre en las cercanías de los dueños del poder, nadie se atreverá a decirle al Presidente que el ropaje ideológico con que lo vistieron sus asesores se parece al traje “invisible” que los cortesanos le elogiaron al rey desnudo del cuento de Hans Christian Andersen. En lugar de un niño que grita la verdad al paso de la carroza real, a Milei se la gritaron las multitudes en las calles.
Como a todo típico exponente de una dirigencia mediocre y decadente, lo rodean oportunistas y adulones que elogian su traje invisible.
Los ideólogos retardatarios que le escribieron el discurso que generó estupor en Davos dicen que las masivas movilizaciones contra la homofobia fueron un “rotundo fracaso”.
A juzgar por la envergadura de las manifestaciones y por las críticas que despertó en el mundo el discurso en el que Milei atacó brutalmente a homosexuales ligándolos a la pedofilia, además de dar rienda suelta a sus aborrecimientos habituales a feministas, ecologistas, agenda woke y promotores de conciencia sobre cambio climático, la realidad evidente es que lo que fracasó de modo rotundo fue su discurso en el Foro Económico suizo.
El personaje de “Chiche” Gelblung que hacía Fredy Villarreal, en un momento les decía a sus incompetentes productores: “Si tienen dignidad, échense”.
Eso podría decirle el Presidente a sus ideólogos recalcitrantes. Pero el propio Milei tiene esas agrias convicciones, ajenas al voto masivo que lo convirtió en presidente para que eliminara la inflación y el déficit generado por el desenfreno populista que lo precedió, y no para que descargara sus sentimientos más oscuros y viscosos hacia minorías y hacia todo lo que no coincida con las posiciones extremas que abraza con obsesión fanática.
Valores occidentales
En esa masa de votantes, la mayoría debe sentir escozor de leer en un tuit a su presidente diciendo “… los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta… zurdos hijos de puta, tiemblen”. También preocupa que Argentina haya salido de la OMS y se disponga a abandonar el Acuerdo de París sobre cambio climático. Incluso, habrá perturbación ante el odio obtuso que descargan en las redes tantos tuiteros mileístas que evidencian ser gente envilecida y cruel.
Por cierto, también habrá, entre tanto apoyo obtenido para que no gane otra opción impresentable, muchos conservadores recalcitrantes, homofóbicos, racistas y ultraderechistas. Pero el grueso de esos votos es de personas centristas y centroderechistas que no profesan desprecios violentos contra minorías y defienden la cultura de la tolerancia y el respeto a las diversidades.
Esa es la cultura occidental que se forjó en las revoluciones culturales del siglo 20. Esas revoluciones culturales no ocurrieron en sistemas marxistas ni en teocracias orientales, sino en Europa, en Canadá y en los Estados Unidos. Los totalitarismos comunistas fueron antifeministas y homofóbicos, igual que las teocracias actuales, donde la homosexualidad es condenada a la horca, como en Irán.
Las verdaderas revoluciones culturales se produjeron durante el siglo 20 en las democracias que dan lugar al pensamiento crítico, la oposición y los movimientos contestatarios que se expresan en las calles, los libros y las artes. Desde el surrealismo y el existencialismo hasta Los Beatles, el arte pop, la “imaginación al poder” del Mayo francés, la psicodelia, los hippies y el rock son muestras de la efervescencia cultural que moldeó la sociedad abierta.
La batalla cultural de los ultraconservadores es contra los valores de la cultura occidental que floreció en las revoluciones culturales del siglo 20.
Contra ella embisten los liderazgos reaccionarios de este tiempo. La libertad, el igualitarismo, la diversidad, el pluralismo, el feminismo, el ambientalismo, la tolerancia y el capitalismo con conciencia social son rasgos de las sociedades con sistemas liberal-demócratas.
* Periodista y politólogo