–¿Qué queda de la chica que a los 18 se vino de Esquel a estudiar a Córdoba?
–Bastante. Y en eso hay un ejercicio constante también para no perderme… Lo que traje es, en parte, lo que soy y también el aprendizaje de lo que he ido construyendo en estos casi 25 años en Córdoba. Me queda el amor por las montañas, por los animales, la búsqueda del disfrute en lo que hago, la obsesión en lo que estudio y la determinación cuando emprendo algo. La tenacidad de mis ancestros galeses creo que también.
–¿Te volverías a vivir a Esquel?
–Adoro Esquel y vuelvo tanto como puedo. Pero mi lugar hoy es Córdoba. Mi vida, muchos de mis vínculos y mis afectos están acá. También allá, claro… Pero lo que he ido construyendo en mi vida se referencia con Córdoba. Amo Córdoba tanto como el lugar donde nací.
–¿Cómo recordás tu paso por la UNC?
–Como una de las etapas más hermosas y desafiantes de mi vida. Siento el estrés en el cuerpo por los exámenes finales, por la exigencia, de un ritmo militante de 24x7, sin parar. De ir a las 7 a. m. a colgar carteles, empezar a panfletear con el primer curso que entraba, ir a cursar, seguir militando y, a las 23, descolgar todo por miedo a que nos rompieran las cosas, sobre todo cuando estábamos cerca de ganar. Recuperar el Centro de Derecho es una de las cosas por las que siento más orgullo. Mi experiencia fue de mucho compañerismo, de una organización política con enorme solidaridad, sin egos y con visión colectiva. También en esa etapa de mi vida me pasaron cosas fuertes en lo personal, se murió mi viejo, y procesar eso con la distancia fue un viaje. Me impactó de muchos modos. Mi ingreso a laburar a Tribunales fue un salvavidas importante para reordenarme. Todo eso, que no lo suelo contar, también es parte de mi paso por la facu.
–¿Qué fue lo peor que hiciste como estudiante universitaria?
–No sé, fui siempre bastante aplicada, jaja, y muy metódica para estudiar. Ahí creo que nada. Y en la militancia, para nosotros el valor de la ética era quizás de las cosas más importantes. Peleábamos contra un modelo en la facu y en la Universidad que estaba muy enquistado. Una vez hicieron circular un panfleto acusándonos de algo que era falso… certificamos con escribano y los denunciamos penalmente por calumnias e injurias. El “Pepe” Buteler fue nuestro abogado, me acuerdo de su cara cuando fuimos a su estudio… Nos miraba con una suerte de comprensión paternal de quien sabe que la otra persona está dolida y nos aguantó en la parada. Logramos que tuvieran que retractarse públicamente…
–¿Qué cambió en la militancia universitaria desde la época en que estuviste ahí? ¿Cómo ves hoy a esos pibes y pibas?
–Está cambiando el mundo entero. La facu también y la militancia, obvio. El impacto de la tecnología se recontrasiente, pero la cosa artesanal de puntear de a uno a los amigos sigue estando. Muchas batallas se dan por likes en publicaciones… pero también en el cuerpo a cuerpo. Nuestra organización política conserva mucho de lo que la ha hecho grande y, sobre todo, su capacidad para adaptarse a entornos cambiantes. Las pibas que hoy militan son gigantes. La que preside el Centro, Cony Keegan, es cuadro de honor de la facu. Son un orgullo por donde se mire.
–¿Por qué salen tantos políticos de la Facultad de Derecho?
–Primero, porque lo que llegan a estudiar ahí tiene algo con el valor de la justicia. Y la política también es eso… Además, la formación jurídica enseña a pensar críticamente, a pelear por las ideas con argumentos sólidos y a buscar soluciones para problemas complejos. Las políticas públicas también requieren destrezas que se construyen en la carrera… Creo que es algo con lo que llegan ya, pero que la carrera también retroalimenta.
–¿Qué te gustó más del período en el que ejerciste la abogacía?
–Me gustó el paso por los Tribunales de Familia. Allí aprendí mucho y disfruté lo que hacía, hasta que decidí cerrar esa etapa. Pero me dio mucho. Del ejercicio litigante, quizás construir los argumentos… esa parte del razonamiento jurídico, de cómo encastrar las piezas argumentales, me resultaba estimulante.
–¿Qué fue lo que menos te gustó?
–Correr con los vencimientos y plazos fatales… Llegar siempre al límite. Y la frustración de las cosas que se ralentizan de más.
–¿Cuál es la casta hoy?
–La casta es sentirse intocable. Es hacer sin empatía. Es encerrarse en una burbuja donde te repetís para vos lo que no te animás a confrontar afuera. La casta es la intolerancia también... los incapaces de ver en el otro algo de razón. Los que hoy señalan con el dedo quizás se están mirando al espejo.
–¿En cuál de las dos te tocó discutir más: la Cámara de Diputados o la Legislatura de Córdoba? ¿Por qué temas?
–Es distinto. Mi experiencia en la Legislatura fue de más confrontación. Una paridad que podría haber invitado al diálogo, pero que el peronismo eligió convertir en escenario de guerra campal. Es más chica también, somos menos y la disputa se da de pleno en el recinto. Hay mucho autoritarismo y arbitrariedad en sus prácticas que no vi en el Congreso. En Diputados dimos batallas grandes y hubo momentos bien complejos. Recuerdo varios, algunos transversales y otros bien en la grieta. También la discusión interna para ponernos de acuerdo en un interbloque de más de 100 personas era compleja. De todos modos, hay algunos personajes de la Legislatura de Córdoba que son, te diría, de lo peor que he visto en política. El modo en que ejercés el poder cuando lo tenés te pinta de cuerpo entero. No todo vale.
–¿Qué fue lo más desagradable que te pasó en el Congreso?
–La desilusión que me generan los mercenarios. Y también errores políticos que cometió el gobierno que integrábamos y que señalamos hasta el cansancio. Errores que aún hoy la política paga muy caro, porque el precio fue la frustración de la gente que buscaba un cambio razonable.
–¿Qué es lo que no se está discutiendo en la Unicameral?
–¡Todo lo que pasa afuera y le duele a la gente! El peronismo obtura debates sobre el sistema de salud, sobre el estado de las escuelas y los salarios docentes, las jubilaciones de miseria, la crisis de seguridad que tapa con parches…
–¿Hay transparencia en la Legislatura cordobesa?
–No, no la que debiera haber. Con tan solo decirte que no hay actas de votación públicas luego de las sesiones. La gente no puede ver cómo votan sus representantes. Hay que mirar el video y ver, si tenés suerte, cómo levantan la mano. Es obsceno eso. Se esconden detrás de su vergüenza. No saber el temario de la sesión ni su horario sino hasta media hora antes de que empiece o que las comisiones se citen un día antes con temarios complejos: ¿qué calidad de debate y qué control ciudadano puede haber ahí? Ninguno… Hay mucha oscuridad.
–¿Hay colegas con quienes no volverías a sentarte nunca?
–No. Al menos hoy no.
–¿Retrocedimos en cuestiones de género en 2024?
–No estoy segura. Todo se está moviendo… Quienes hacen bandera de la lucha contra esa supuesta “ideología de género” hacen finalmente una suerte de apología de la dominación. Creo que eso genera resistencias. Y creo que no están interpretando correctamente, al menos no a las mujeres. Las luchas por la igualdad son un camino largo, con avances y retrocesos, pero creo que hay cambios culturales que se han ido consolidando. Miro con atención y preocupación parte de lo que está pasando.
–¿Hasta dónde creés que puede llegar esa ola conservadora?
–No lo sé. Paradójicamente, confío en el sistema. Creo que nuestra Constitución es bien robusta y tiene diseñados mecanismos para evitar que cualquier trasnochado se lleve puesta la carta de derechos. Pero sí veo con más preocupación la habilitación social que se genera de los discursos de odio cuando eso emana de las máximas autoridades del país. Eso es más complejo que restablecer una ley y no es tan fácil de contener.
–Si te tocara decidir el destino de la UCR, ¿hacia dónde irías?
–Hacia un partido moderno, audaz y comprometido con el cambio social, pero sin perder el corazón de sus principios. Un partido que esté conectado con los problemas reales de la gente y liderando propuestas concretas. Creo que la Argentina y Córdoba necesitan una propuesta política que habite una vocación de cambio con racionalidad.
–¿Y dónde está hoy la UCR?
–En esa construcción. Confío mucho en nuestro presidente, Marcos Ferrer, me gusta lo que está haciendo y cómo va buscando además recuperar la idea de “organicidad” de un espacio político. Que intendentes, legisladores, partido juguemos con un tablero en común. Confío en esa potencia colectiva ordenada para crecer y construir, y no para disputar hacía adentro mezquinamente. Me gusta lo que estoy viendo crecer.
–¿Qué le falta a Córdoba?
–Mirar a la gente. Hacer zoom y ver a las personas que están al costado del cemento. No la están pasando bien. Le faltan oportunidades a Córdoba, sobre todo en el interior.
–¿Le sobra algo?
–Pobreza. Es inaceptable que una de las provincias más ricas de la Argentina tenga indicadores más altos que el promedio nacional.
–Tu lugar preferido en el mundo:
–No es un lugar, es un estado: el agua.
–¿Por qué el peronismo gobierna Córdoba desde hace 25 años?
–Porque en algún momento supieron construir un modelo que conectó con la gente, aunque creo que ya es un modelo agotado, que hace años muestra los problemas del desgaste, e incapaz de responder a las demandas actuales. También por nuestros errores. Hay que salir de las mezquindades y sumar a todas las personas que crean que Córdoba merece oxigenarse.
–¿Por qué no les gusta que les digan peronistas?
–Porque esconden lo que son. Esta idea de peronismo repúblicano con quienes hoy están gobernando entra cada vez más en crisis. De republicanos, nada.
–¿Sos hincha de algún club de fútbol? ¿Cuál?
–No soy muy futbolera, la verdad. Si me tengo que definir: de River, como mi viejo, y de Talleres, por mi hermana.
–¿Clubes o sociedades anónimas?
–Clubes, porque son parte de nuestra identidad y forman comunidad.
–¿Cómo sería un fin de semana soñado?
–Montaña, lago y buena compañía. Comer rico cocinando en un fogón y hacer algo nuevo.
–¿Sos mascotera?
–Jaja… seres sintientes. Sí, y de toda la vida, me encantan los animales. Tengo dos perras, Simona y Vaquita; y una gata: Magui. Mi deseo insatisfecho aún: una gallina. Una, nomás. Me detiene el riesgo de su supervivencia.
–¿Cuál es el próximo paso?
–Hoy estoy acá. Tengo claro que de nada sirve poner la energía o la ambición en otro lado que no sea la responsabilidad que hoy me toca. Hace tiempo elegí vivir así. Eso a veces desespera a quienes me rodean, pero si fuera al revés, me haría daño a mí.
La preocupación por la universidad
Brenda Austin nació el 11 de octubre 1981. A los 18 años llegó desde Esquel, para estudiar en Córdoba. Fue presidenta del Centro de Estudiantes de Derecho y luego de la Federación Universitaria de Córdoba, por Franja Morada. Su militancia en la UCR la llevó al Congreso de la Nación, como diputada por Córdoba, y actualmente es legisladora en la Unicameral provincial.
Resalta los años de militancia universitaria y ve con preocupación lo que sucede hoy:
,¿Cómo ves la pelea Milei-universidades?
–Como un desafío. Confronta la lógica de que alguien que recorta salarios docentes de miseria (que son el 90% del presupuesto) logre que se corra el eje a cómo se controla el 10% restante. Universidades como la de Córdoba, que estaban siendo auditadas, de las instituciones públicas más transparentes del país, teniendo que explicar lo que ya hacían: y el Gobierno aún sin explicar hasta dónde va a llegar con la asfixia. Es necio quien no pueda ver que el crecimiento y el desarrollo es con más y mejor educación universitaria y ciencia, no con menos.