Ser periodista en Argentina hoy es ejercer un oficio tensionado por múltiples fuerzas: la transformación acelerada del ecosistema mediático, la creciente hostilidad hacia el trabajo de informar, y la erosión y precarización de las condiciones laborales.
En ese escenario, el periodismo debe mantener su tarea esencial: verificar, contextualizar, jerarquizar. Por eso, la calidad no es un lujo editorial: es una condición para la supervivencia del oficio.
Asociados a ello, los ataques a la libertad de prensa no son episodios aislados. El trabajo constante del Monitoreo de Fopea demuestra que se han vuelto una práctica sistemática desde los más altos niveles del poder.
La estigmatización al periodismo marcada especialmente desde la primera línea del Gobierno y apoyada en el silencio cómplice de otros actores clave en la fijación de agenda y en la institucionalidad no sólo busca desacreditar a quienes informan, sino instalar la desconfianza, como forma de control discursivo.
Tampoco se puede obviar que la sostenibilidad económica de los medios está en crisis: el modelo tradicional se resquebraja y los ingresos publicitarios derivan cada vez menos hacia los proyectos comprometidos con la producción de contenido original.
En ese marco, la precarización aparece en todas las conversaciones: no sólo por su impacto directo en el bolsillo, sino por la afectación concreta en los tiempos, recursos y condiciones para producir información de calidad.
Muchos periodistas sostienen su trabajo con múltiples empleos y escasos márgenes para la planificación o la reflexión.
Sin embargo, aun en ese contexto, debemos destacar que ha sido el periodismo el que, una y otra vez, reveló y revela con investigaciones serias e independientes lo que el poder –de distintos signos– pretende mantener oculto.
Esa capacidad de incomodar, de contribuir al debate público con información chequeada, está viva en muchas redacciones y en proyectos del país.
Pero no puede sostenerse únicamente con esfuerzo individual: se necesita inversión en periodismo. Porque sin recursos no hay investigación, y sin investigación no hay periodismo que pueda ejercer su función crítica con libertad.
En un sistema así, la tentación por resolver con fórmulas fáciles –copiar y pegar, alimentar algoritmos, tercerizar criterio en la inteligencia artificial– es cada vez mayor.
También lo es la necesidad de un periodismo que ejerza su función crítica frente al poder y a la marea de datos sin filtro ni control.
Quizá el camino nos convierta en curadores de información, y para eso también debemos estar preparados. El olfato profesional para detectar buenas historias, la capacidad de distinguir lo relevante de lo accesorio y sobre todo el concepto de servicio vuelven a ser centrales.
Definitivamente, en tiempos en los que la libertad de prensa se tensiona, el oficio exige redoblar esfuerzos y ser creativos. Porque cada vez es más difícil ser periodista, sí. Pero también –y sobre todo– cada vez es más necesario.