Cuando los padres de adolescentes se quejan de los vaivenes en sus relaciones con sus hijos e hijas en los difíciles años de la adolescencia –que cada vez se prolonga más–, mis respuestas son dos: todos pasamos por lo mismo y todo en la vida pasa. Lo importante es resistir, seguir amándolos como en el momento en que salieron de nuestras entrañas, e ignorar a veces los malos humores productos de la edad.
“Pero antes no era lo mismo. Nosotros no teníamos los mismos peligros”, comentan al unísono esos padres preocupados al primer consejo.
Sí. Sí los teníamos. Sólo que no éramos conscientes, los peligros no estaban tan visibles, y nos creíamos exactamente como nuestros hijos, invencibles.
La droga, la pornografia, los abusos, la violencia, si cortamos transversalmente cada generación, estaban ahí. Cambiaban las modas, los actores, los adultos, y esos peligros permanecían. Y en cada nueva generación de adolescentes algunos sucumben a ellos, y continúan con esas conductas de por vida; otros, después de un tiempo, recuperan la cordura y se vuelven jóvenes y adultos de “bien”; otros caen en una espiral descendente de la que nunca saldrán. Muchos, la mayoría, siguen el curso normal de la vida.
“Influencer” de Dios
A los padres de Carlo Acutis, el chico adolescente italiano que murió a los 15 años en 2006, y quien será declarado santo el 27 de abril, en Roma durante la celebración del Jubileo de los Adolescentes, les pasó al revés.
Su hijo era un buen chico. Ellos, sus padres, eran católicos de nombre, para nada practicantes. En cambio –confiesa su madre–, Carlo sintió desde pequeño un fervor religioso que demostraba en su vida diaria, tanto en la escuela como en su familia. Ninguno de los padres podría explicar de dónde salía esa inclinación.
Era hijo único y, en lugar de volverlo caprichoso y arrogante, él cuidaba a sus compañeros de los chicos malos, a los discapacitados (sólo por eso, tiene todo mi corazón), a los sin hogar, e insistía en acercar a la Iglesia Católica al siglo 21 con la tecnología. Después de todo, era un típico adolescente millenial –como serían conocidos los chicos de su época– que descubrió la llegada y el alcance de una computadora personal.
Él veía que las iglesias estaban vacías, y fue ese vacío físico la inspiración para llevar la fe a muchos, a través de otros medios: internet. Así como en el pasado los apóstoles, sus discípulos, los misioneros, difundieron las Sagradas Escrituras a pie, así también la fe encontró otra manera de acercar a los seres humanos. Porque todos sabemos que Dios siempre encuentra vías para llegar a los corazones que se abren.
El primer influencer de Dios, como se lo conoció, mostró que la buena influencia también puede llegar por wifi.
Preparó a su madre –aunque ella lo descubrió mucho después– anticipándole su propia enfermedad y muerte, una leucemia mortal, y anunciándole que tendría otros niños. Ella desconfiaba por una cuestión de edad. Sin embargo, cuatro años después de la muerte de Carlo, y a los 44 años, tuvo mellizos. Hablando de un dolor profundo y de una profunda alegría tejidos en un mismo corazón de madre.
Una iglesia doméstica
Los adolescentes en todo el mundo viven la fe de una manera total y genuina. Siempre lo han hecho. Abrazan la generosidad –que no es lo mismo que la caridad–, la hermandad y el amor no sólo a Dios, sino a quienes lo rodean.
Quizás sea esa inmadurez de edad precisamente la que los hace vulnerables. Pero ahora –a diferencia de antes–, los jóvenes están más preparados para sentir alertas de comportamientos irregulares de sus amigos y de los adultos que los rodean, de hablar sobre ello con otros adultos, de diferenciar entre un sentimiento y un abuso, entre un mal rato y la violencia. Y eso es bueno.
Los jóvenes comienzan a experimentar la vida de la que pronto tomarán control y es bueno que vengan equipados con una sólida base de fe y de experiencias de vida tanto en su familia como en su comunidad.
Hace casi 20 años, un chico normal en Italia lo entendió, lo vivió y pudo comunicar su fe, no sólo en su familia, sino a otros y luego al mundo.
Hoy algunos adolescentes que, como en cada generación, se encuentran al principio del largo camino de vida espiritual, eligen una fe genuina, y otros, la de sólo ir a misa para mostrarse o para cumplir, o por costumbre.
Esas expresiones de fe, aun importantes, son usadas muchas veces por adultos hipócritas que dan o toman la comunión, o divulgan el Evangelio, la Torá, o el Corán, mientras pecan sin vergüenza. San Francisco, el primer santo considerado modelo por los “hippies” de los 1960, ya lo había expresado siglos antes.
Los adolescentes en el presente, como antes en los 1960 defendiendo la igualdad, en los 1970 defendiendo la paz, en los 1980 defendiendo los derechos humanos, en los 1990 el medioambiente o en los 2000 defendiendo la libertad de expresión, muestran la verdadera fe y abrazan su fe a Dios, a la humanidad y a la naturaleza: auténticamente y para siempre.
Porque los adolescentes, esos de los que los padres se quejan, viven en una familia que debe ser antes que nada, y en cualquier religión, una iglesia doméstica.
* Licenciada en Sociología