A la corta o a la larga, es lo que terminamos produciendo cuando no ponemos límite alguno a la presencia invasiva de los benditos teléfonos celulares en la escuela.
El producto terminado es un “app-arato”. Se trata de un ser muy parecido al humano, con rasgos idénticos en lo externo, pero que definitivamente no pertenece a la misma especie. Sucede que, al colocarlo bajo el microscopio, notamos de inmediato una masa amorfa de temas completamente desconectados entre sí, que ocupan su aún subdesarrollado cerebro, castigado sin piedad por innumerables horas de insomnio con videos que nunca superan los 60 segundos de duración.
En algunas subespecies de estos “app-aratos”, hemos advertido la repetición obsesiva de contenidos no pertinentes con su edad biológica (por ejemplo, violencia extrema y sexo explícito), mientras que en otras hallamos un excesivo uso indebido de dineros ajenos direccionados hacia todo tipo de sitios de apuestas online.
Sin embargo, la característica más descollante de cada uno de estos “app-aratos” es su habilidad maravillosa para simular vínculos de tipo humanoide, cuando es claro que se encuentran totalmente ensimismados con su egoísta virtualidad, incapaces de trabar lazos duraderos y relevantes con sus prójimos.
Los “app-aratos” que salen de nuestras escuelas son seres inconexos, solitarios por opción, con carencias emocionales manifiestas y dificultades relacionales exacerbadas, con las capacidades atencionales atrofiadas o altamente disminuidas, con un sesgo consumista atroz, una exasperada preocupación por lo estético y una aversión a lo social que roza la agorafobia.
Admito que exageré la descripción porque percibo un pronóstico alarmante.
Me parece que llegó la hora de las decisiones y considero que, salvo para algunas edades y para situaciones pedagógicas específicas en las que el celular sea una herramienta de apoyo, debemos prohibir su uso en las escuelas.
La tentación de revisarlo cada 10 segundos hace que las clases sean prácticamente imposibles, pero el escenario más trágico y triste es el de los recreos. Allí, en lugar de jugar, de charlar, de pelearse y de amigarse como humanos, los “app-aratos” empuñan narcotizados uno por uno sus teléfonos y vuelven solos e impávidos a ese universo paralelo del que no escaparán.
Es que de eso se trata la raíz original de lo “celular”, pues el vocablo hebreo del que proviene –“kele”– significa “celda” o “prisión” (como los “camiones celulares” para detenidos).
Por favor, liberemos ya a los “app-aratos” de sus celulares.
Y que vuelvan a ser chicos.