Mientras la conjunción “y” suma palabras, la “o” indica alternativas, y cuando se intercala una barra (“/”), la expresión ofrece opciones diferentes, afines o excluyentes, que pueden desencadenar una discusión de sobremesa familiar o feroces guerras ideológicas.
La controvertida pregunta del título se relaciona con la pretensión de presentar el Horóscopo chino de Ludovica Squirru en un organismo de divulgación científica seria como el Planetario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, presentación cancelada a pedido de la Asociación Argentina de Astronomía y de científicos de otras disciplinas.
Una edición previa de ese libro había sido presentada hace siete años, en Nueva York, con el inaceptable pero caluroso auspicio del entonces ministro de Ciencia y Tecnología (CyT), Lino Barañao.
Único funcionario que entre los gobiernos de Cristina Fernández y Mauricio Macri permaneció en su puesto –degradado a secretario– para “continuar con una política de Estado en CyT”, según sus palabras. Sus aportes son conocidos: entre otros, el estímulo para nuevas fugas de cerebros, cuando declaró “Hay que fomentar que la gente se vaya…”.
Ciencia, seudociencia y anticiencia
Las controversias entre estos tópicos se plantearon largamente antes, durante y después de la pandemia. Sin embargo, debería quedar claro que las tres visiones sobre las bases del conocimiento no se complementan entre sí, o pueden tener antecedentes históricos asociados, o ser llanamente contradictorias.
La ciencia deriva de una rigurosa evaluación causal, es progresiva y brinda respuestas provisorias, al punto de soportar el riesgo de decir: “En ciencias, la verdad no existe, sino que se busca”. Que la alquimia se respete como antecedente histórico de la química moderna no significa que hoy pueda ser considerada una disciplina científica.
También se valora el ábaco como antecedente de la moderna supercomputadora, sin que eso fundamente el reparto de tableros con bolitas a los estudiantes de ingeniería. Mucho menos mirar el cielo en una noche estrellada para conocer el duro presente y adivinar el eventual futuro.
Las seudociencias suelen expresarse como anticiencia cuando intentan –sin fundamento– bloquear la legitimidad del conocimiento científico, cuando invocan bases inmateriales o sobrenaturales, no someten a pruebas sus especulaciones, son dogmáticas, rechazan la crítica, no encuentran ni utilizan leyes generales y sus principios son incompatibles con los más elementales de la ciencia básica.
Tampoco interaccionan con disciplinas científicas definidas, no requieren profunda formación personal, se mantienen marginadas del mundo científico, se apoyan más en literatura de autoayuda o de divulgación de baja calidad que en literatura científica. En síntesis, se orientan a la facilidad de atacar a la ciencia en vez de estudiarla.
Actualidad doméstica
Como un viaje al Medioevo, actores del Gobierno nacional, desde el primer mandatario hasta asesores en CyT del Congreso, defienden cosmovisiones de terraplanismo, negación de vacunas, inexistencia de virus, rechazo a los fósiles (¡solo son rocas!), ausencia de cambio climático, etcétera.
Quizá convenga releer “Un culto a la ignorancia” en una revista Newsweek de 1980, cuando Isaac Asimov sostuvo que “el antiintelectualismo alimenta la falsa noción de que ‘democracia significa: mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento’”. Solo para recordar que en la ciencia no se cree, sino que se confía.
Pero no toda la culpa es de los antagonistas de las ciencias. Mario Bunge (1919-2020), un científico y filósofo argentino “innombrable” para cierta seudoanticiencia, sostuvo: “Los científicos y filósofos suelen destratar la seudociencia y la anticiencia como basura, ya que aquellas no se pueden reciclar en algo útil…, son agentes intelectuales que atacan a legos y científicos enfermando una cultura. Son fenómenos psicosociales importantes, que deben ser investigados científicamente y utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura”.
Por desgracia, muchos científicos no se esfuerzan en considerar estos conceptos y siguen muy sumergidos en sus “modelos privilegiados”, sus “modas científicas”, o en la afirmación infundada de la superlativa capacidad de la ciencia fáctica para solucionar todos los problemas del planeta. Estos sentires, derramados desde el Primer Mundo, llegan exitosamente al Tercer Mundo y siguen germinando hasta dar sus frutos.
Y así, aislados de la sociedad y sin el esencial pensamiento crítico, muchos se convierten en partícipes necesarios –por acción u omisión– de una futura sociedad neocolonial que, al decir de Franz Fanon (1925-1961), consiste en “mirarse uno mismo con la mirada del dominador”.
Profesor emérito (UNC), investigador principal (Conicet) jubilado y comunicador científico