En política, las sorpresas suelen ser más el resultado de la negación que de lo inesperado.
Lo ocurrido en las elecciones de la provincia de Buenos Aires no fue un rayo en cielo sereno, sino la descarga eléctrica de una tormenta que se venía gestando.
El tropiezo del oficialismo expuso no sólo el desgaste de su narrativa, sino también tensiones estructurales reflejadas en el voto ciudadano, en la reacción de los mercados y en los límites del poder político.
Esta columna explora cómo se conjugaron esos factores en una tormenta perfecta que dejó al Gobierno tambaleando, con Estados Unidos como rescatista de última instancia y un presidente obligado –por fin– a abandonar el tono de barricada.
La tormenta perfecta
Ninguna encuesta anticipó la magnitud de la derrota del oficialismo en Buenos Aires. Los sondeos no captaron el descontento social que venía madurando en silencio ni el deterioro del apoyo al Presidente y su gobierno.

El mercado, más ágil que las encuestadoras y menos emocional que el electorado, venía dando señales: acelerada y persistente dolarización, tensión cambiaria, tasas por las nubes y reticencia a invertir en la economía real.
La desconfianza, como el humo, se filtraba por todas las grietas.
En lo político, el panorama era aún más desolador: el Ejecutivo acumulaba derrotas legislativas, forzado a vetar leyes, lo que contribuía al desgaste de su imagen.
Así, el Gobierno quedó atrapado entre el desencanto ciudadano, la desconfianza de los mercados y el aislamiento político. Una tormenta perfecta que anticipaba un escenario electoral incierto.
Los 15 días posteriores a los comicios del 7 de septiembre fueron intensos, marcados por una cadena de hechos y situaciones difíciles de prever.
Escenario poselecciones de Buenos Aires
En los turbulentos días posteriores a los comicios del 7 de septiembre el gobierno enfrentó la peor corrida cambiaria desde su asunción en diciembre de 2023. En ese contexto, el gobierno sacó un as de la manga: apoyo explícito de EE.UU., promesa de ingreso de divisas y garantías sobre el pago de la deuda pública.
Algo que Milei venía trabajando desde el inicio de su mandato con su alineamiento irrestricto con el presidente Trump.
La propuesta de EE.UU. apuntaba a que el respaldo, las promesas y las garantías ofrecidas al más alto nivel del gobierno calmaría al mercado.
A esto se sumó la exención temporal de retenciones a las exportaciones agrícolas, lo que incentivó una rápida pre liquidación de divisas que alcanzó los 7.000 millones de dólares en sólo tres días.
El “sosegate” fue tan brutal que obligó al presidente a moderar su discurso, bajar el tono en redes y prometer acuerdos institucionales a los que nunca se había mostrado proclive.

Sin embargo, la calma duró poco. La corrida cambiaria solo se replegó momentáneamente, como para tomar impulso, y los 7.000 millones de dólares anticipados por el agro se fueron tan rápido como llegaron. El magro saldo que conservó el Tesoro refuerza la percepción de que esos fondos tampoco durarán mucho.
Los nuevos gestos desde Washington, como el anuncio sobre la recepción del presidente Trump a Milei en la Casa Blanca, así como los nuevos posteos y declaraciones del Secretario del Tesoro, Scott Bessent ya no tuvieron el mismo efecto en las expectativas del mercado.
Y es que en las democracias capitalistas de Occidente como la argentina, no sólo votan los ciudadanos en las urnas. También lo hacen los mercados, a diario, con cada reacción ante las expectativas sobre el rumbo del país.
La opinión pública incide sobre el humor de los mercados y sobre los acontecimientos políticos. Y las decisiones de éstos, a su vez, influyen en el ánimo del electorado. No es menor recordarlo: la economía de los Estados es, ante todo, economía política, no una serie de tecnicismos, por más fundados que estén.
El proyecto hegemónico
Es clave distinguir Gobierno de Estado. Gobernar no es solo administrar eficientemente lo público: es guiar políticamente a la sociedad hacia un horizonte de progreso y bienestar. De la eficiencia en la gestión depende el voto de los mercados, pero esa eficiencia nace de la solidez de la conducción política. Y ahí, el voto ciudadano es decisivo.
En este delicado equilibrio se filtró la ambigüedad de los comunicados de Washington, que, aunque generosos en forma, parecen exigir condicionamientos políticos y económicos internos más firmes para efectivizar los anuncios.
A esto se suma el inevitable factor geopolítico. En el alineamiento con EE.UU. la relación con China se presenta como un obstáculo difícil de sortear.
En el plano político, Milei enfrenta su mayor obstáculo: una base de sustentación demasiado estrecha para el nivel de reforma que propone. Su estilo confrontativo y el intento de imponer autoridad desde la descalificación hasta de sus propios aliados dificultaron la construcción de consensos y desalentaron la confianza de los mercados.
Argentina es una sociedad profundamente plural, atravesada por una diversidad de ideas e intereses que no puede –ni debe– ser uniformada. Conducirla desde círculos cerrados de poder, sin ideas fuerza ni una cosmovisión clara, y con mensajes simplistas en redes sociales, resulta insuficiente para construir la legitimidad y la gobernabilidad que una sociedad compleja como la argentina necesita.
En el plano económico, el desafío es frenar la sangría de capitales. Parte del ajuste que ya pagó la sociedad se escurrió en esa fuga silenciosa. La clave es generar condiciones sostenibles para la inversión, garantizar seguridad jurídica y, sobre todo, reconstruir la confianza.
Y eso no lo logra un algoritmo sino la política. Una política que entienda que la gobernabilidad no es el resultado de una fuerza dominante y hegemónica sino el resultado de la sinergia de un conjunto de fuerzas distribuidas entre múltiples actores con distintos intereses, ideologías y niveles de influencia.
Creer que ganar una elección es suficiente para gobernar es un error. Ganar no alcanza para construir las condiciones que exige el éxito de un gobierno. La historia enseña que los gobiernos tambalean cuando se confunden con el Estado, cuando creen que la victoria electoral los legitima a imponer, en lugar de consensuar.
El desafío para el Gobierno –y para cualquier fuerza política que aspire a liderar Argentina– es entender que la verdadera gobernabilidad se construye en la diversidad, en el diálogo y en la capacidad de generar confianza duradera.
No bastan las victorias electorales ni los apoyos externos si no se traduce en acuerdos sociales genuinos y en una conducción política que integre y proyecte hacia un futuro común. Solo así será posible superar la tormenta y sentar las bases de un rumbo estable y sostenible para el país.
Licenciada en Administración



























