¿Cambiaste tu número de teléfono? Podrías responder algún mensaje.
Sabemos que siempre fuiste así, desapegado, pero ya nos preocupa.
Desde chico te gustaba aislarte; buscar tus espacios, tus momentos. Y cuando fuiste adolescente, todo parecía irritarte: lo que decíamos, lo que no decíamos; lo que hacíamos, lo que no hacíamos. Como si la culpa de todo fuera nuestra.
Sólo éramos padres que queríamos lo mejor para vos, aunque no te dabas cuenta.
¿Sabías que ninguna etapa de tu crianza fue fácil?
Nos enteramos del embarazo apenas comenzábamos a conocernos con tu papá. Hablábamos poco, discutíamos mucho, y así resultaron los nueve meses: opacos y distantes.
Después llegó el parto, con sus terribles dolores. La médica recuerda que yo gritaba: “¡Sáquenlo de una vez!”.
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Vuelvo a escribirte.
¿Dónde estás? ¿Conseguiste “diferenciarte”, como querías?
En el mensaje anterior te decía que, apenas naciste, quedamos aturdidos. Habíamos imaginado otra cosa. No escucharte llorar durante horas; no tu rechazo por la comida; no darte el pecho sin ganas.
Tu papá decidió no tener más hijos. Serías el único, el mimado, pero vos no lo entendiste así; te quedaste en el reproche de no tener hermanos.
Imagino tu cara al leer esto (yo lo repetía cada vez que podía), pero de verdad ninguno lo pasó bien durante aquellos primeros años.
Tu papá se escondía en el trabajo y yo, con vos en brazos, flaco y enfermo, todo el día en casa, sentía enloquecer.
Me medicaron por ataques de pánico. Estuve triste mucho tiempo. ¿Vos te dabas cuenta?
Lo peor era soportar mis miedos: a que jugaras en la vereda, a llevarte a la plaza, a que otros chicos te contagiaran enfermedades…
Me consolaba pensar que te sentías bien solo, porque elegías algún rincón y jugabas en silencio, sin hablar ni quejarte.
Alguien preguntó si eras autista. Nos tranquilizó tu maestra de segundo grado; con ella conversabas y te reías.
En la cena –único momento que compartíamos los tres–, papá quería “educarte” a su manera. No te dejaba conversar, porque “en la mesa hablan los grandes”, y apenas terminabas el plato, te mandaba a la cama. Vos obedecías sin chistar. Eras “correcto”.
Después creciste y comenzaron tus enojos. De ser un niño dócil y callado, pasaste a adolescente furioso. Varias veces amenazaste con irte de casa. Te faltaba valor, decía tu papá.
Pero basta de historias; eso ya pasó. ¿Te gustaría volver?
Sería bueno saber si por fin encontraste ese trabajo con el que soñabas; uno “creativo”, que te hiciera feliz. Supongo que ya descubriste que eso no existe; todo se consigue con esfuerzo y sufrimiento.
Siempre pensamos: ¿por qué no fuiste contador, como tu papá? Tenías el lugar, el nombre, la estabilidad... No sé… algo normal. Pero no, claro; vos decías que tu papá era un “esclavo”.
¿Sabes que se jubiló? Ahora sólo le interesan sus estampillas (¡cómo odiabas que dedicara tanto tiempo a eso!). Ah, también juega con el hijo menor de los vecinos. Si lo vieras, tirado en el piso apilando maderitas.
¿Con vos hizo eso alguna vez? No recuerdo; yo estaba triste.
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Sigo esperando que respondas.
Ayer nos enteramos de casualidad que estás en pareja. ¿De verdad? ¿Hace cuánto? ¿Se van a casar? No te vamos a perdonar si no nos avisan. Sabés que podemos ayudarles mucho.
Volvé, no tengas miedo; nadie espera que nos pidas perdón, todo quedó atrás.
Siempre fuiste un hijo difícil.
Médico






















