La reciente aparición de Javier Milei en el Foro Económico Mundial de Davos ha sido bochornosa. Su discurso, radical y salvaje, estuvo impregnado de prejuicios y de afirmaciones dogmáticas innecesariamente provocadoras. Fue una arenga bélica en un espacio de consenso.
El Foro de Davos, tradicionalmente un ambiente de diálogo donde líderes mundiales discuten estrategias económicas y cooperación internacional, se convirtió en una tribuna ideológica desde la cual Milei lanzó sus diatribas contra el progresismo y las políticas de bienestar.
Sin matices, como nos tiene acostumbrados, demonizó cualquier forma de intervención estatal, culpando a la “casta política” y a la “izquierda” de todos los males económicos.
Arremetió contra la “ideología woke” y la comunidad LGBTQ+. Sostuvo que el feminismo, la diversidad, la inclusión, la equidad, la inmigración, el aborto y el ecologismo son cabezas de una misma criatura cuyo fin es justificar el avance del Estado mediante la apropiación y distorsión de causas nobles.
Dijo que la ideología de género constituye “abuso infantil” y calificó a los homosexuales de “pedófilos”.
Horas antes, tras un polémico saludo de Elon Musk que fue interpretado por muchos –no sin motivo– como un gesto con reminiscencias nazis, Milei utilizó la red social X para defender a su amigo con una retórica aún más incendiaria.
Sus palabras fueron algo más que una expresión de fanatismo: constituyeron una incitación a la violencia política. “No sólo no les tenemos miedo –dijo–. Sino que los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la LIBERTAD. Zurdos hijos de puta, tiemblen”.
Desprecio a la convivencia
No se debe subestimar la gravedad de tales expresiones, que no son aisladas. No hace mucho dijo que le “encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro”, se ha jactado de haberles dejado el “culo como un mandril” (sic) a quienes pronosticaron un dólar demasiado caro y considera que el Congreso es un nido de ratas.
La iracundia de Milei podía resultar comprensible cuando se paseaba como panelista en los canales porteños y era uno más del montón. Como presidente, sus expresiones son absolutamente inaceptables, incluso en el ámbito privado porque, como primer mandatario, no gobierna solamente para una facción, lo que él llama “argentinos de bien”, sino para todos los habitantes del país, libertarios o no, incluyendo a zurdos, homosexuales y wokes y otras categorías de personas que desprecia.
Le disguste o no, el respeto a la diversidad es una condición fundamental de la democracia porque su poder viene de una sola fuente: el voto popular que hoy lo bendice y mañana lo expulsa. Y entre los votantes hay gente que piensa de muy distinta manera.
Lo que hace a la democracia constitucional un régimen digno no es la voluntad de la mayoría, sino la tolerancia hacia las minorías, hacia los opositores y hacia los disidentes. Las acciones privadas de los hombres y sus pensamientos más íntimos son sagrados.
La Constitución reserva su juicio sólo a Dios y los exime de la autoridad de los magistrados. Por eso las admoniciones de Milei no son simples exabruptos de un hablador incontinente, sino amenazas que reflejan un peligroso desprecio por la convivencia democrática. Y, lo paradójico, es que lo hace en nombre de la libertad.
Libertad y persecución
A Milei le gusta repetir la definición de liberalismo de su mentor ideológico, Alberto Benegas Lynch (h), que dice: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión (...)”. En el discurso inaugural de su administración el 10 de diciembre de 2023, el novel presidente afirmó que en esas palabras “está resumida la esencia del nuevo contrato social que eligieron los argentinos”.
Sin embargo, Milei no se comporta de acuerdo con ese principio. A los periodistas que lo critican los llama “ensobrados”, chantas, farsantes y mentirosos; ha calificado de esbirros a los columnistas de La Nación, lo cual tiene demasiada semejanza con aquel celebre “Clarín miente” que en los tiempos gloriosos del kirchnerismo empapelaba los espacios públicos.
Tras la forzada renuncia de Diana Mondino al cargo de canciller, el Gobierno anunció que iniciaría una auditoría sobre el personal de la Cancillería para identificar “impulsores de agendas enemigas de la libertad”. En otros términos: perseguir a quienes piensan distinto.
Milei no es un político ingenuo; su discurso está cuidadosamente elaborado para consolidar su base de seguidores y provocar a sus detractores. Sin embargo, su retórica es autoritaria y antiliberal. ¿Qué significa exactamente “salir a buscar” a la izquierda o identificar a los enemigos de la libertad? ¿Es una invitación a la persecución política? ¿Un llamado a la acción contra opositores?
Nuestra historia, marcada en especial por la última dictadura que persiguió y asesinó a quienes consideraban enemigos de los valores de Occidente, nos obliga a no tomar estas expresiones a la ligera.
Puede que Milei no lleve a cabo lo que pregona, pero con su actitud sienta un precedente peligroso que, tarde o temprano, podría ser utilizado por otro gobierno –zurdo o derecho, lo mismo da– para justificar la supremacía de unos sobre otros y la continua degradación de la democracia.
* Abogado