Supongamos que uno de los tantos turistas extranjeros que visitan el teatro Colón, en la ciudad de Buenos Aires, se detiene frente al ómnibus de la agencia Córdoba Turismo, sin conocer la existencia de la provincia mediterránea.
Entonces le queda claro: los dos grandes rasgos de Córdoba son una curiosa palabra, que puede usarse como insulto o como signo de confianza, y un extraterrestre.
A muchos cordobeses nos queda flotando la pregunta: ¿son esas las primeras características con las que define a Córdoba la entidad oficial que promueve el turismo para que, en teoría, gente de otros lugares nos visite?
Maniqueísmo
A esta altura es nimia la polémica por la validez de la palabra “culiao”, por su significado, por su alcance o por quiénes hacen uso de ella de manera cotidiana.
Es irrelevante si pertenece al habla de clases populares, medias o altas, o si es transversal a todas, y de qué manera. Importa muy poco que se intente disfrazar el debate como una tirantez entre cultura popular y cultura “alta”, entre masividad y cultura, entre lo que somos y lo que pretendemos ser.
No.
Lo que esta campaña pone sobre la mesa es la verdadera naturaleza del “cordobesismo”, eso que se pretende construir como un relato de “lo auténtico”, “lo federal”, lo distinto al centralismo porteño, con fines mucho más políticos que sociales o turísticos.
Desde hace al menos dos décadas, el peronismo –al que ni siquiera le cae muy en gracia que lo llamen de esa manera– busca crear el relato de un sistema original y propio que, a caballo de la pelea contra Buenos Aires, sea reconocido a nivel nacional, distinguido como una alternativa que no está ni allá ni acá. Como extraterrestres.
Somos los “culiaos” contra “los pituquitos de Recoleta”. El problema es que ambos conceptos son maniqueos en extremo, una simplificación riesgosa que apela a un instintivo “nacionalismo” o localismo para crear nuevas grietas donde no las hay, pero que determinadas clases políticas necesitan para cimentar sus aspiraciones políticas.
Todo eso, al margen de que sí existen verdaderas reivindicaciones del interior, que aún deben ser saldadas por los gobiernos centrales. Pero de ninguna manera se trata de “buenos” contra “malos” en todos los rubros de esa discusión.
Lógica de campaña política
El “culiao” expone el concepto oficial cordobés de la diferenciación y, al mismo tiempo, su idea de identidad cultural. Es decir, una idea que prefiere arrogarse la propiedad de elementos, hábitos y palabras populares y masivas –el fernet, el chori, el cuarteto– para ser usados en campañas que impacten y que exploten las diferencias con otras provincias, pero evita adrede el debate sobre cómo habría que elegir qué hábitos, qué costumbres, qué saberes, qué originalidad podemos exportar y qué nos hace únicos, para que en el fondo todo eso nos nutra, nos eduque, nos haga mejores, ayude a que los argentinos nos unamos.
Dicho debate ha sido reemplazado por la idea de que hablen de nosotros bien o mal, pero que hablen. Es la lógica de los cerebros de las campañas políticas, la que impera en las redes sociales y que fomenta la desinformación y las democracias de cada vez más baja intensidad.
Periodistas y medios somos en parte cómplices: exacerbamos esos rasgos chauvinistas para caer simpáticos, para tener adherentes, para sumar likes. Así en el el fútbol como en la vida.
Imaginen que Mendoza, para promocionarse turísticamente, hubiera usado la palabra “choto”, de uso tan frecuente en las conversaciones cotidianas de su gente, en lugar de instalar su potencial vitivinícola, la calidad de sus productos vegetales o la alta gastronomía alcanzada, fruto de los dos elementos anteriores.
No por nada Mendoza es una potencia turística indiscutible, según todas las estadísticas. En octubre de 2024, por ejemplo, siguió siendo la segunda principal entrada de turismo extranjero al país –según el Indec–, después de Ezeiza-Aeroparque.
Y sin usar ni un “choto”.
¿En serio creemos que “culiao” atrae turistas?