El 7 de octubre de 2023 marcó un quiebre histórico. El ataque de Hamas contra Israel no sólo desencadenó una guerra en Medio Oriente, sino también un fenómeno global: el resurgimiento del antisemitismo en formas renovadas y mucho más visibles.
Lo que hasta entonces parecía latente o circunscripto a pequeños grupos, encontró un terreno fértil en las redes sociales, en las calles y hasta en espacios institucionales.
Lo que vimos después de esa fecha no fue sólo el dolor de las víctimas ni el debate político y diplomático alrededor del conflicto. Lo que vimos fue la multiplicación de prejuicios, ataques y discursos de odio hacia comunidades judías.
Odio viejo con ropaje nuevo
El antisemitismo ha emergido con renovada fuerza, y se gesta tanto en manifestaciones visibles como en discursos digitales, en protestas y en la tenue frontera entre crítica política legítima y odio.
El antisemitismo nunca desapareció del todo. Pero desde octubre de 2023 resurgió con una crudeza inesperada y adquirió una nueva dimensión.
En América latina y en Europa, los incidentes contra judíos se multiplicaron. Según datos de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (Daia), en el país los hechos antisemitas aumentaron más del 40% en comparación con el año anterior, y más de la mitad de esos casos ocurrieron después del 7 de octubre.
En las redes sociales, el fenómeno es aún más preocupante: se triplicaron los mensajes de odio hacia judíos en plataformas como X o Facebook. Muchos de ellos disfrazados de “críticas políticas”, pero cargados de estereotipos y generalizaciones que responsabilizan a comunidades enteras por las decisiones de un Estado.
Ese odio suele disfrazarse de crítica política. Y es cierto: las políticas de cualquier gobierno, incluido Israel, son objeto legítimo de debate en sociedades democráticas. Lo que no podemos aceptar es que esa crítica se transforme en agresiones contra personas por el solo hecho de ser judías.
“Judío”, “israelí” y “sionista” no son sinónimos, y confundirlos deliberadamente es una forma peligrosa de justificar la discriminación.
Así, reaparecieron viejos mitos: la idea de un “control judío” del poder mundial, las acusaciones de “doble lealtad” o el uso del Holocausto como arma de descrédito. Viejas fórmulas de odio recicladas.
Compromiso que nos involucra a todos
No se trata sólo de un problema de los judíos. Es un problema de la sociedad en su conjunto. Allí donde se habilita el odio, el tejido democrático se rompe. Y cuando se ataca a una minoría, mañana puede ser cualquier otra.
Necesitamos que los Estados, los partidos políticos, los medios de comunicación y las instituciones educativas tracen con claridad la diferencia entre la crítica política legítima y el antisemitismo. Necesitamos que las plataformas digitales asuman su responsabilidad frente a los discursos de odio. Necesitamos más educación y memoria, para que las nuevas generaciones aprendan a reconocer y a rechazar los prejuicios. Y necesitamos, también, que las instituciones acompañen de manera concreta a las comunidades que hoy se sienten amenazadas.
Dos años después, el recuerdo sigue siendo doloroso y la herida permanece abierta. El terrorismo no sólo quiebra vidas y familias: busca quebrar también la esperanza y la confianza en que la paz es posible. Por eso, conmemorar este aniversario no puede limitarse a un acto de memoria. Debe ser una reafirmación de valores y de compromisos.
La primera responsabilidad es con las víctimas y sus familias, que merecen verdad y justicia. Pero hay también una responsabilidad más amplia: la de reafirmar que ninguna causa política o ideológica puede justificar el terrorismo.
Desde Córdoba, una provincia con una tradición de pluralismo y diversidad, tenemos que dar el ejemplo. Nuestra historia está hecha de inmigrantes, de colectividades, de encuentros culturales y religiosos que nos enriquecieron como sociedad.
El 7 de octubre fue un quiebre. Y lo que vino después nos recordó que los viejos fantasmas del odio nunca desaparecen del todo: esperan el momento de volver. Frente a eso, el silencio es complicidad.
Hoy levanto la voz para decir con claridad que no vamos a tolerar que el antisemitismo vuelva a instalarse en nuestra sociedad. No es sólo una causa comunitaria: es una causa democrática. Es una causa de convivencia, pluralismo y respeto. Porque defender la dignidad humana es el primer deber de la política.
Por todo lo expuesto, quiero decir que no me es ajeno este dolor. Lo llevo en la memoria familiar, en el corazón de mi comunidad y también en la conciencia política de quien entiende que la democracia sólo se fortalece si es capaz de condenar con firmeza el terrorismo.
La experiencia histórica demuestra que el odio, cuando se tolera, se expande. Por eso la conmemoración de este segundo aniversario debe servirnos como advertencia y como compromiso: advertencia de que el fanatismo puede poner en jaque la vida democrática, y compromiso de trabajar para que el diálogo y la paz sean el horizonte.
Han pasado dos años y, sin embargo, las imágenes y los testimonios siguen estremeciéndonos. No se trata solamente de un hecho de violencia en Medio Oriente; se trata de un ataque contra la dignidad humana, contra los valores universales que sostienen la libertad y la democracia.
Recordar es un deber. Pero no basta con recordar: es necesario transformar la memoria en compromiso. Compromiso con la paz, con la seguridad, con la defensa de los derechos humanos y con la condena clara al terrorismo en todas sus formas.
Mi voz se suma a la de tantos que reclaman justicia para las víctimas y solidaridad con las familias que todavía esperan respuestas. Pero también a la de quienes creemos que la única salida real para los pueblos es el camino del diálogo, la convivencia y el respeto mutuo.
Legisladora provincial y politóloga