De la “diplomacia militante” a la “antidiplomacia”; la triste travesía de la política exterior argentina.
Deriva que ahora exhibe algunas de sus consecuencias en el caso del gendarme capturado por el facineroso régimen de Nicolás Maduro.
La política exterior tuvo exponentes como Sabino Vaca Narvaja, embajador en China que parecía un propagandista de Xi Jinping; Mateo Capitanich, embajador en Managua que admira y colaboraba con la dictadura de Daniel Ortega, y Carlos Raimundi, quien desde su representación diplomática en la OEA actuaba como lobbista del chavismo, el orteguismo y el castrismo.
Pero lo que llegó con Javier Milei fue la antidiplomacia. Un presidente ultraconservador y exacerbado que hace de la política exterior una extensión de sus embelesamientos y aborrecimientos.
La antidiplomacia comienza en la absurda y poco democrática creencia de que un presidente tiene derecho a decir lo que le venga en gana sobre otros gobernantes del mundo.
Representante de la sociedad
Milei cree que puede representarse a sí mismo en un cargo que, en el plano internacional, le impone representar al país y a toda su sociedad. Alguien debería explicarle que sus aprecios y desprecios por otros jefes de Estado y de Gobierno no tienen ninguna importancia.
En democracia, un presidente no es un soberano que se representa a sí mismo, sino un humilde representante de la sociedad que le encomendó esa tarea.
La deriva comenzó en 2005, cuando Néstor Kirchner sacó de Caracas al diplomático de carrera que Eduardo Duhalde había designado como embajador en 2002. ¿Cuál fue la razón del relevo de Eduardo Sadous?
Haber denunciado la “embajada paralela” montada por el ministerio de Julio De Vido y operada por Claudio Uberti para efectuar, en sociedad con el gobierno de Hugo Chávez, turbios negociados con ganancias suculentas.
Así, la Embajada argentina en Caracas pasó de un embajador que se formó en la Indian Academy of International Law and Diplomacy, en la Academia de Derecho Internacional de La Haya y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, a embajadoras que parecían del club de fans de Hugo Chávez.
Tanto Nilda Garré como su sucesora, Alicia Castro, estaban embelesadas con el exuberante líder caribeño. Más que representar a la Argentina ante el gobierno venezolano, representaban al gobernante venezolano en la Argentina.
Si con Sadous como embajador se creó la “embajada paralela”, la dimensión de los negociados realizados bajo las militantes cholulas de Chávez que había enviado Néstor Kirchner habrá crecido en forma desmesurada.
Operador entre burócratas
Más triste aún fue el fan de Nicolás Maduro que envió Alberto Fernández como embajador. Basta recordar los elogios descomunales de Oscar Laborde al patético dictador venezolano. También la impúdica calificación que hizo, aun siendo embajador de la Argentina, de quien acababa de ganar la elección presidencial de 2023 en el país: llamó “neonazi” al presidente electo.
Por eso es difícil imaginar que Laborde se haya limitado a hacer llegar a Nahuel Gallo una carta de la madre de ese gendarme que parece haber sido tomado como rehén del calamitoso régimen en cuyas mazmorras se acumulan presos políticos y ciudadanos extranjeros, que puedan ser usados como material de canje en una mesa de negociación con sus países de origen.
A Laborde es más fácil imaginarlo operando con burócratas del chavismo residual para que el caso del gendarme “chupado” por la dictadura le sirva a Nicolás Maduro y perjudique al gobierno de Milei. O sea, es más fácil imaginarlo operando para ese régimen residual que haciendo favores a una madre desesperada por la desaparición de su hijo en Venezuela.
Insultos que no suman
Pero las consecuencias de la diplomacia militante no justifican la antidiplomacia de Milei representándose a él mismo en el escenario internacional.
El presidente que llamó “ladrón” a Lula da Silva y “terrorista asesino” a Gustavo Petro ahora necesita que los gobiernos de Brasil y de Colombia gestionen la liberación de Nahuel Gallo. Por cierto, está el deber humanitario de reclamar a una dictadura que libere a una persona a la que capturó y mantiene desaparecida.
Pero Brasil y Colombia están gestionando también por ocho detenidos norteamericanos, dos españoles y algunos peruanos, entre otros extranjeros encarcelados. Y a la hora de sentir compromiso con un gobierno que necesita ayuda por no tener relaciones diplomáticas con Venezuela, está claro que los insultos de Milei a sus respectivos presidentes no suman.
La demanda de ayuda internacional para ejercer presión sobre el régimen venezolano tendría mejores resultados si el presidente de Argentina no se proyectara al mundo como un aspirante a liderar la ultraderecha global ni se creyera con derecho de insultar a otros gobernantes elegidos en las urnas por sus respectivas sociedades.
El caso del gendarme da a Milei la oportunidad de descubrir que su antidiplomacia no es otra cosa que una modalidad de diplomacia militante, igualmente corrosiva. Y también la oportunidad de entender la inutilidad de ser un insultador serial.
* Periodista y politólogo