A Santiago Caputo se le atribuyen ideas sobre la democracia que el asesor más influyente del entorno presidencial no se molesta en aclarar. Una de esas ideas es que la democracia liberal es ahora un artefacto vetusto, transformado sin retorno por las nuevas tecnologías de interacción social.
No es una idea novedosa, pero el regreso triunfal de Donald Trump a la Casa Blanca le retribuyó una actualidad urgente. Entrevistado por la BBC, Steven Levitsky, politólogo en la Universidad de Harvard, opinó en estos días que Estados Unidos está deslizándose hacia un régimen híbrido: un “autoritarismo competitivo”, que llega al poder por los votos, pero incumple luego la Constitución.
Levistsky era un autor que solía adornar las citas de los políticos de centro en Argentina en tiempos del kirchnerismo, desde que publicó, junto a Daniel Ziblatt,su libro Cómo mueren las democracias. El populismo era la amenaza tumoral, el ácido que corroe desde adentro los equilibrios basales del sistema. Levitsky había escrito, además, sobre la transformación del peronismo, de partido sindical a clientelar; también sobre la política de la debilidad institucional inducida en nuestro país. Vendría a ser lo que el presidente Javier Milei apellida como “un ñoño republicano”.
A Milei le gusta mirarse en ese espejo de Trump, pero su propia realidad política le demarca los límites. Para avanzar con su proyecto, Trump arranca con ventajas relevantes de las que Milei carece. Trump ganó con el 49,8% de los votos sin recurrir a alianzas, obtuvo una sólida mayoría parlamentaria, su triunfo ancló en varios referentes territoriales y la mayoría de jueces de la Corte norteamericana son afines a su pensamiento político.
A Milei esa comparación no lo desalienta. Entiende que la debilidad estructural congénita de su gobierno tuvo desde el comienzo un contrapeso dirimente: el respaldo social expresado en el balotaje. Y un acelerador de primer orden: el resultado inicial favorable de su política contra la inflación. Con ese capital espera conseguir en este año electoral votos, bancas y territorios que le aseguren competitividad democrática.
Cuando Milei piensa en votos, imagina una noche de octubre en la que la suma de todos los sufragios emitidos en el país para sus candidatos quede a una distancia considerable de sus adversarios. Cuando piensa en bancas, no sueña con cambiar la composición del Congreso; sólo con blindar un tercio de legisladores propios para continuar con el mecanismo de bloqueo vigente en el Parlamento. Cuando piensa en territorios, Milei vislumbra dos grandes batallas: en la Ciudad de Buenos Aires, contra el clan Macri; en la Provincia de Buenos Aires, contra el sucesorio contencioso de Cristina y Kicillof.
Para llegar hasta ahí, hay una escala de fechas. Sólo se entiende la agresividad con la cual Patricia Bullrich salió a enfrentar a Mauricio Macri -a propósito del debate sobre presos en inquilinato y cárceles federales- si se recuerda que para la elección local en el distrito donde gobierna el PRO desde 2007 faltan sólo 70 días. La fecha de la segunda escala todavía se desconoce. Kicillof deshoja la margarita; Cristina le pide que no desdoble la elección bonaerense.
Territorios virtuales
Pero como es cierto que la dinámica democrática hace tiempo que no se restringe a los límites geográficos, hay distritos institucionales y virtuales donde también se desata la competencia. Para Milei (y cualquier supersticioso con el calendario) será difícil olvidar la derrota sufrida la noche reciente de San Valentín en ese territorio salvaje que es el mundo de la interacción digital. Y en el más salvaje de los rincones de lo salvaje: el de las criptomonedas (con las cuales los libertarios del mundo unidos sueñan reemplazar los bancos centrales de esa otra costa vetusta que dicen despreciar en el primero de sus términos, mientras se fanatizan con el segundo: el Estado-Nación)
Los ecos del Libragate continuarán en etapas, como cualquier folletín. Como reacción defensiva, Milei acicateó dos ataques: contra Macri, en los 100 barrios porteños; contra Cristina, en ese enclave donde apenas puede retener a sus fieles: el Senado de la Nación.
Es ahí donde el Presidente hizo su jugada más riesgosa. Cacheteó la dignidad del Senado al colar por la ventana dos jueces de la Corte Suprema de Justicia, en comisión. No hace mucho, Cristina Kirchner les hizo prometer a los suyos que esa afrenta sería devuelta con creces; Milei le está jugando de nuevo con los números del bloqueo.
El problema es que el territorio donde se verán los efectos de esa compulsa no es esta vez el texto de una ley o de un decreto, sino la integración del poder donde reside el control final de constitucionalidad. Dicho en otros términos: allí donde la Constitución delega el impedimento de última instancia a cualquier aventura de autoritarismo, sea este competitivo o no.
En ese terreno, sólo hay dos jueces –Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz– que están sosteniendo los principios republicanos de la Constitución vigente. Con precisión extrema, cumplieron con las normas al tomarle juramento al designado Manuel García-Mansilla y también al liderar el rechazo a la licencia especulativa que intentó Ariel Lijo, que pretendía ser al mismo tiempo juez de primera instancia en Comodoro Py y vocal en el máximo tribunal de la Nación.
Pero hay finalmente un territorio propio donde Milei necesita imperiosamente sobrevivir a los ataques. Anunció un decreto para blindar un acuerdo con el FMI. El Gobierno no quiere someter a la especulación parlamentaria ese acuerdo que implicaría dólares frescos, garantía de estabilidad cambiaria y desinflación sostenida en el año electoral.
Seguramente recuerda la última vez que se debatió esa deuda en el Congreso: fue el momento de quiebre definitivo del pacto entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner. El comienzo del fin de aquella aventura histórica donde el boato residía en Olivos y el poder, en la Recoleta.