Poco antes de cumplir 100 días en la Casa Blanca, la muerte del Papa lo puso en problemas. Por suerte para Donald Trump, su vicepresidente pudo fotografiarse junto al jefe de la Iglesia que acusó al gobierno ultraconservador por la cruel criminalización y deportación masiva de inmigrantes.
Fue más allá en el control de daños: el propio presidente norteamericano viajó a Roma para asistir a los funerales. Recién muerto, Francisco resulta peligroso para el líder ultraconservador que se situó en las antípodas.
En este tiempo de liderazgos brutales, la imagen del papa jesuita acrecentó por contraste la insensibilidad, la arrogancia, el fanatismo y la violenta vulgaridad de atacar a críticos y moderados que exhiben Trump y los líderes ultraconservadores del mundo que lo admiran.
Muchos de esos líderes, aunque detestaban al pontífice fallecido, debieron ir al funeral para amortiguar el daño que la imagen de este podía causarles. Los antiguos griegos crearon la palabra “carisma” para designar el encanto de ciertos dioses del Olimpo. El apóstol Pablo cristianizó el término como “don divino” que algunos tienen frente a las comunidades que los observan.
Pues bien, con la calma de sus gestos y el tono amable de su voz, el carisma de Francisco irradió bondad, humildad, compresión y compasión; o sea, lo contrario de lo que transmiten Trump y los dirigentes y gobernantes que con él se identifican.
Por eso decidió jugar sus fichas en el cónclave apostando al arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, o al de Wisconsin, Raymond Burke, dos ultraconservadores que lo alaban.
Los 100 primeros días fueron sombríos. A diferencia de su primer gobierno, que comenzó con muchas figuras respetables y capacitadas, esta administración la inició un gabinete en el que priman las lealtades perrunas y la mediocridad que caracteriza a los obsecuentes.
No hay quien lo contenga y corrija sus errores. El vicepresidente no es el moderado Mike Pence, sino el trumpista J. D. Vance, quien, a diferencia de su antecesor republicano, cumpliría la orden de impedir la certificación legislativa de una elección que su presidente pierda.
Trump inició su intento de desmantelar la democracia norteamericana siguiendo el modelo de la autocracia rusa. También se abocó a denostar a su antecesor con un bullying malicioso, aunque desaceleró fuertemente el sólido crecimiento económico que dejó Joe Biden.
Su embestida contra la Reserva Federal tuvo efectos contraproducentes para la economía de Estados Unidos. De momento, también la guerra arancelaria que inició es contraproducente para las empresas y los consumidores norteamericanos.
Esa es, hasta ahora, la política de Trump que más impactó en el mundo. Destruyó el sistema de libre comercio con eje en Estados Unidos. El futuro cercano empezará a mostrar si la desglobalización que impone es beneficiosa para Estados Unidos y para el mundo como lo fue la globalización que había sido impulsada por Washington. También mostrará la pérdida de gravitación de Estados Unidos que producirá la drástica reducción de la asistencia humanitaria en el mundo.
El espejo retrovisor
Trump intenta ver el futuro mirando por el espejo retrovisor, como si fuera posible volver al país de las industrias colmadas de obreros y, en el down town, rascacielos repletos de oficinistas.
También conduce con la marcha atrás el rediseño geopolítico, impulsando una expansión territorial como si este fuese el mundo que rigió hasta la primera mitad del siglo 20. Con el agravante que implica embestir contra aliados históricos, como Canadá, país al que pretende convertir en el estado 51 de la Unión, o Dinamarca, a la que trata de quitarle Groenlandia con el argumento falaz de la seguridad nacional, cuando es un territorio donde Estados Unidos, por pertenecer a la Otan, puede establecer la cantidad de bases militares que desee. De hecho, llegó a tener 17 y, por decisión propia, ahora tiene sólo una.
Nadie hubiera imaginado que Washington rompería la exitosa alianza económica, política y militar que desde la Primera Guerra Mundial mantuvo con Europa. También resulta inconcebible el alineamiento con Vladimir Putin, a quien ayudó a debilitar la Unión Europea al convulsionar a la Otan y apoyar el Brexit.
Por ese alineamiento, Trump traicionó a Ucrania, al cortar el flujo de armamentos y municiones mientras culpaba a Volodimir Zelenski por la guerra que estalló con la invasión rusa.
Esa complicidad podría cambiar, pero sería por las negligencias criminales que está cometiendo el líder ruso y por la habilidad con que el presidente ucraniano manejó la negociación con el Gobierno norteamericano sobre la explotación conjunta de tierras raras.
Igual que los otros gobernantes trumpistas, Trump recortó los programas de salud, la investigación científica y los auspicios a universidades, atacando especialmente a Harvard.
La suma de todas sus medidas internas y externas da como resultado, según las encuestas, que su aprobación entre los norteamericanos es la más baja de un presidente en las últimas siete décadas.