Dos certezas aparecieron en el horizonte político de la Argentina en crisis: la Cámara Nacional Electoral puso fecha para las elecciones primarias y generales; y el Gobierno empujó la economía hasta un umbral irreversible para que se realicen en un contexto social de alta inflación.
Son dos ordenadores de tiempo y espacio. Ninguna estrategia electoral puede eludirlos. Indican cuándo y en qué terreno se disputará la batalla por los votos. Sólo podrían ser modificados –para peor– por disrupciones hipotéticas de grueso calibre: una violación ejecutiva de la legislación electoral; una devaluación forzosa que agravaría la escalada generalizada de los precios.
Esto implica que el Gobierno ingresó en la etapa de definición de su oferta electoral rodeado por las condiciones gravosas que pretendía evitar. Habrá primarias, pero no tiene candidatos competitivos. En las urnas, tendrá que defender un fracaso económico similar al derrumbe de principios de siglo. Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa cerrarán su gestión entregando un país que con ellos aumentó sustancialmente los niveles de pobreza.
De los tres principales referentes de la coalición gobernante, sólo el Presidente podría exhibir algún resultado, marginal y módico, para los objetivos originarios que demandaron los votantes del Frente de Todos. Ricardo Jaime recuperó su libertad. No queda en prisión ninguno de los miembros de la nomenclatura kirchnerista.
Sobre Cristina Kirchner sólo pesa una condena leve, que está lejos de ser efectiva. Si se tiene en cuenta la magnitud de los procesos que se habían iniciado contra el funcionariado del clan Kirchner, el Presidente puede decirles a sus electores que consiguió el objetivo sin forzar una amnistía ni firmar ningún indulto. El país quedará en la lona, pero los perseguidos del lawfare estarán todos libres.
El problema central de ese balance es que Cristina lo considera ruinoso. En el origen de ese descontento, siempre anidó una maximización extrema de sus objetivos. Pese a las contundentes evidencias de la opacidad estructural de su patrimonio, Cristina Kirchner pretendía una declaración formal de inocencia y una procesión penitente de todo el sistema político para pedirle disculpas. Todo el mundo tiene derecho al entusiasmo, que es dolencia de juventud.
¿Candidatura o relevo?
Ya se sabe que esa disputa irresoluble entre Cristina y Alberto continuará en el infierno. A los efectos prácticos, paralizó al Gobierno frente a una crisis económica descomunal. En ese marco, Sergio Massa intentó sacar ventaja de su tercería. Trepó hasta el Ministerio de Economía con un cálculo: si atenuaba la inflación, obtener la candidatura mayor para este año. Si no, hacer caja y guardarse para 2027.
La situación de Massa merecerá en los próximos días más atención que el foro de políticos extranjeros que Cristina está convocando para que la ayuden a sahumar frente al mundo una proscripción esotérica. Será a simple vista un coro de visitantes muy devaluado. Tanto que al expresidente ecuatoriano Rafael Correa le pagaron para que venga con el escape diplomático escandaloso de una exministra suya, fugitiva por guardarse un vuelto.
Massa la tiene peor. La restricción de dólares lo conduce a una devaluación más o menos cercana, más o menos encubierta. La duda sobre su candidatura se transformó en la incertidumbre sobre su continuidad en el ministerio. Lo sostiene la desesperación del oficialismo, que no tendría disponible ningún piloto suicida para asumir en su reemplazo.
Difusos límites coreanos
La confirmación de las primarias trajo alivio a la oposición. Su diseño político fue visceralmente incapaz de resolver la unidad y el liderazgo por un consenso que la crisis demanda. Jugó por completo sus fichas a una conflagración interna, de todos contra todos, en listas cruzadas. Al decidir eso, pospuso hasta la medianoche del 24 de junio la resolución de expectativas, con dos incógnitas centrales: Mauricio Macri en el espacio propio; Cristina Kirchner en el polo opuesto.
Sobre esa incertidumbre trabaja Javier Milei. Busca presentarse como el candidato emergente frente a la crisis económica y social. En 2016, Donald Trump inició ese estilo. Lauren Collins, periodista de The New Yorker, subrayó entonces la novedad: “Si la promesa de (Barack) Obama era que él era como vos, la promesa de Trump es que vos sos como él”. A mayor indignación social, más extravagante la propuesta política.
Cuando habla de economía, Milei arrebata a sus interlocutores con una jerga que conoce, a despecho de su viabilidad política. Cuando busca provocar con otros temas, como las propuestas para la inseguridad, arriesga más. Admítase la ironía: en los últimos días argumentó que si lo votan, será a tal punto ineficiente en el manejo de las fuerzas de seguridad que lo más recomendable para la ciudadanía será armarse en defensa propia.
Aunque Milei se propone como candidato único contra la casta, en realidad busca filtrarse entre los dos principales bloques políticos. El resultado de esa aventura depende de la evolución de la crisis. Algunos observadores estiman que no le alcanzará. El politólogo Luis Tonelli sostiene que los electores se mantendrán alineados en torno de las coaliciones actuales; que los votantes son más leales a su espacio de referencia que los propios referentes políticos de esos espacios. “No hay Corea del Centro: hay norte de Corea del Sur y sur de Corea del Norte”, graficó, al aludir a las fronteras de las dos coaliciones mayoritarias.
Para Tonelli, esos dirigentes –relevantes en el peronismo o en el no peronismo– producen algo más nocivo todavía que la grieta que los reduce a esas trincheras. Generan las fisuras en el interior de sus espacios, por falta de conducción.