Lo dijo en el siglo XIX el primer ministro británico lord Palmerston: “Inglaterra no tiene amigos eternos ni enemigos perpetuos; Inglaterra tiene intereses eternos y perpetuos”. Tan breve como incontrastable, la frase es una auténtica lección de realismo, que deja en la infancia a los devotos de las anteojeras ideológicas de todos los signos, aquellos que no pueden ver el mundo con sus propios ojos y acuden al recitado de manuales, catecismos y mantras de variado calibre y similar inutilidad.
Como la realidad siempre se burla de los mejores discursos, nos acaba de suceder que el flamante gobierno de Donald Trump resolvió mantener los altos aranceles a las exportaciones argentinas de acero y aluminio. Eso sucede mientras por acá se descontaba la pronta firma de un acuerdo de libre comercio y se adelantaba la muerte del Mercosur, con lo que se vendió la piel del oso antes de haberlo cazado.
Por cierto, alguien debería decirles a los encargados de marketing del gobierno de turno que las discusiones de un acuerdo comercial demoran no menos de cuatro años, y su posterior implementación, un período similar. Y que, más allá de sus imperfecciones, el Mercosur canaliza una porción importante del comercio exterior argentino.
Habrá que ver si pasa la prueba del tiempo esta guerra arancelaria desatada por la Casa Blanca contra China, Canadá, México y la Unión Europea, más Argentina y Brasil, guerra que parte del supuesto indemostrable de que el costo lo pagarán los otros.
Pero, entretanto, nadie debería ilusionarse con que algunas afinidades ideológicas harán menguar los ardores imperiales del nuevo mandamás del Salón Oval.
Nuestro país ya tiene demasiados problemas pendientes de solución como para darse el lujo de crearse otros nuevos. Y una redefinición del Mercosur debería ser prioritaria, lejos de los discursos confrontativos que nada solucionan.
En ese plano, la posibilidad de acuerdos con la Unión Europea estaba muy cercana, y desperdiciarla por la imprudencia de abandonar el Acuerdo de París no luce muy inteligente, pero sí acorde con las anteojeras ideológicas al uso.
El mundo se está rediseñando de una manera que no figura en los manuales de ninguna escuela de pensamiento, y aferrarse a discursos sectarios no habrá de modificar nada.
Lo que sí tendría valor sería el enunciado de un proyecto concreto, una hoja de ruta que detalle objetivos y medios, dado que ninguno de los votantes argentinos se pronunció a favor de una opción religiosa, sino sobre la necesidad de acabar con la inflación y mejorar seguridad, educación y salud, nada más y nada menos.
Y, aun así, si al fin y al cabo se tratara de reeditar la farsesca política de relaciones carnales del pasado para que el mundo vuelva a reírse de nosotros, alguien debería enunciarlo. Lo mismo si lo que se pretende es una moderna versión del pacto Roca-Runciman para que, en una economía primarizada, sólo exportemos soja, litio y petróleo.
Como sea, sería oportuno que alguien recordara a lord Palmerston: no hay amigos eternos ni enemigos perpetuos.