Los procesos judiciales que se prolongan sin límite de tiempo suelen llegar a la instancia decisoria con las mismas dudas que se plantearon en su inicio.
Es decir, el juicio final sellará la suerte del o de los procesados con la condena o con la absolución. Pero es factible que no alcance a desentrañar de forma indubitable los enigmas que jalonaron el caso.
De ser así, la opinión pública quedará con el sabor amargo de la incertidumbre. Con la sensación de que, al cabo de tantos años, no se hizo justicia.
La referencia es fácilmente trasladable al homicidio de Nora Dalmasso, de 51 años, ocurrido durante la madrugada el 25 de noviembre de 2006 en la vivienda que habitaba con su familia en el barrio Villa Golf, de la ciudad de Río Cuarto.
Sin entrar a examinar los pormenores de este proceso criminal, que lleva 15 años y cuatro meses, habrá que asumir que se está ante un nuevo y estrepitoso fracaso judicial.
Como es de público conocimiento, se arriba a la instancia del juicio con el viudo de Nora Dalmasso, Marcelo Macarrón, procesado como presunto autor intelectual del asesinato.
Luego de escuchar los testimonios de unos 300 testigos y de evaluar la carga probatoria, los tres jueces que integran la Cámara del Crimen de Río Cuarto y los ocho jurados populares tendrán la facultad, y la responsabilidad, de dictaminar la inocencia o la culpabilidad de Macarrón, quien se anticipó a tachar de “mamarracho” la instrucción y se declaró inocente.
Más allá de su razonamiento personal, no es posible elevar al grado de perfección un voluminoso expediente que pasó por las manos de seis fiscales de instrucción y que tuvo bajo sospecha a personajes de la política y de los negocios (además del propio hijo de Nora, Facundo), los que fueron quedando desvinculados por falta de pruebas o por la controvertida figura penal de la prescripción.
Mientras los rumores ganaban la calle y desde la familia de la víctima se hablaba de una “mafia” detrás del asesinato, los investigadores no parecían estar a la altura de semejante desafío.
Fue en ese marco de zigzagueo procesal que se diligenciaron medidas desopilantes. Entre ellas, la efímera detención del pintor Gastón Zárate, quien cobró fama como el “perejil” del caso Dalmasso.
Con todo, el juicio en marcha le devuelve a la Justicia la posibilidad de enmendar viejos errores y llegar a la verdad. Aunque vale reiterar que difícilmente se diriman tantas dudas acumuladas.
En tren de pura suposición: si Macarrón resultara sentenciado por la autoría intelectual, ¿quién o quiénes fueron los sicarios? Un interrogante crucial que ameritaría nuevas y engorrosas pesquisas.
La sociedad y los familiares y los allegados tanto de Nora como de Macarrón esperan que se llegue a la verdad, aun después de 15 años de idas y vueltas.
La Justicia lenta no es justicia, suelen pontificar referentes del Poder Judicial. Es hora de revertir esa imagen que corroe la credibilidad de quienes tienen la responsabilidad de impartirla.
