En las últimas semanas, la ciudad de Córdoba volvió a evidenciar un problema que se arrastra desde hace años, pero que se agrava cada vez más: el tránsito urbano se convierte en un verdadero caos ante el más mínimo imprevisto.
El caso más reciente fue la ceremonia de entrega de los premios Sur en el Teatro del Libertador, un evento que paralizó buena parte del centro cordobés durante horas. Calles cortadas sin aviso, desvíos improvisados y la total ausencia de una planificación previa convirtieron la celebración en un dolor de cabeza para miles de conductores.
Debía ser uno de los hitos culturales del año –y en muchos sentidos lo será–, pero muchos lo recordarán por el caos en que se convirtió la ciudad ese día, con reclamos masivos por la desorientación vial.
A esto se suman -sin contar las marchas de protesta- numerosas obras públicas impulsadas por la Municipalidad capitalina, muchas de las cuales son imprescindibles y más que bienvenidas -como las repavimentaciones de avenidas clave, los arreglos en la zona de la Terminal o los trabajos sobre bulevar Guzmán-, pero que se ejecutan todas en simultáneo, sin coordinación ni información clara para los vecinos. Resultado: embotellamientos, demoras interminables, bocinazos y peatones que esquivan ómnibus en medio del asfalto.
El Centro de la capital cordobesa tiene una configuración urbana antigua, con calles angostas, sentidos únicos y pocas alternativas para desviar el tránsito. En este contexto, un solo corte basta para desatar el infierno vehicular.
El diseño urbano no fue pensado para la densidad actual de autos, motos, bicis, colectivos y peatones que circulan a diario, y eso se nota cada vez que se interrumpe una arteria clave.
Pero el problema no termina ahí. El deficiente sistema de transporte público también juega su parte.
Las demoras, los recorridos mal planificados y la falta de frecuencias adecuadas disuaden a los ciudadanos de usar un sistema que en otras ciudades del país y del mundo es clave para un plan sostenible de movilidad.
En consecuencia, miles de autos particulares colman las calles con un solo ocupante. Esto no sólo agrava el tránsito, sino que incrementa la contaminación y reduce aún más la eficiencia del sistema vial.
No se trata de estar en contra de los eventos culturales o de las obras públicas. Por el contrario, son necesarios y enriquecen la vida urbana.
Pero lo que no debe seguir faltando es una planificación adecuada.
No puede ser que cada actividad implique colapsar la ciudad, sin prever desvíos ordenados, comunicación efectiva o estrategias para mitigar el impacto. Mucho menos, que se ejecuten obras sin contemplar un cronograma inteligente y escalonado, ya que algunas de ellas se extienden por meses o incluso más de un año.
Es momento de que el municipio comience a pensar el tránsito urbano de manera integral. Córdoba necesita un plan a largo plazo que contemple rediseñar el Centro, fomentar un transporte público eficiente y sustentable, y coordinar todas las intervenciones urbanas bajo una misma lógica de movilidad.
La ciudad no debe seguir funcionando bajo la improvisación. Porque cada vez que se improvisa, colapsa.